Fui águila por un minuto 🦅 🪂

Kara Ema:

El lunes sería mi última jornada completa en Sevilla, y aún me quedaba tanto por ver de esta fantástica ciudad.

Pero antes de seguir recorriendo el centro, había algo que tenía que hacer en la periferia. Resulta que había contratado un salto en tándem para hacer ese día por la mañana, en el aeródromo La Juliana, situado a unos 25 kilómetros de Sevilla.

El Salto Tándem es una variación del paracaidismo convencional en la que un aprendiz de paracaidismo salta junto a un instructor unidos por medio de un sistema de doble arnés. Precisa de una breve formación en tierra, donde se explican distintos aspectos del salto, principalmente relacionados con seguridad. Se usa un arnés especial de tándem que se ciñe al cuerpo del estudiante. […]

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Sí, fui a hacer paracaidismo, y puedo decirte que ha sido una experiencia sensacional. Salté de una avioneta a 4600 metros de altura y caí con la aceleración de la gravedad (caída libre) durante un minuto, el cual se pasó volando. Luego, el instructor abrió el paracaídas y nos dirigimos planeando lenta y suavemente hacia la zona de aterrizaje, mientras yo aprovechaba para contemplar las espectaculares vistas aéreas, y reponerme de la fuerte dosis de adrenalina que me acababa de ser suministrada.

Pero empecemos desde el principio, que sabes que a mí me gusta ir por orden y a los detalles. El lunes a eso de las ocho de la mañana salí del hotel y me dirigí hacia la estación de autobuses Plaza de Armas, para tomarme un bus hasta el pueblo más cercano al aeródromo, Bollullos de la Mitación. Cuando llegué al pueblo, no me quedó otra que hacer los seis kilómetros que me quedaban hasta el aeródromo a pie, ya que no había ningún transporte que me llevara y casi no pasaban coches por ahí. Si hubiese estado más ajustado con el tiempo a lo mejor habría intentado hacer autoestop, pero como era a las 11:00 mi cita en el aeródromo, y todavía faltaba una hora, decidí marchar tranquilamente por el borde de la carretera.

Lo bueno de haber hecho eso es que he podido hacer bonitas fotografías de las rutas de tierra y los preciosos campos y prados que había por esa zona:

La carretera principal en realidad es la de cemento que apenas se ve al lado. Este es un camino de tierra que estaba en esta zona nada más, supongo que para ser utilizado para el mantenimiento de este campo.

Cuando ya estaba cerca del aeródromo, empecé a ver a los paracaidistas cayendo:

A las 11:00 casi en punto finalmente llegué al aeródromo:

Hangares
Avioneta de la que salté

Cuando llegué, me anuncié en recepción, me presentaron a mi instructor (con quien iba a dar el salto tándem) y mi cámara (quien me iba a estar filmando y sacando fotos durante toda la experencia), me dieron el entrenamiento en el cual me explicaban las posiciones que tenía adoptar a cada momento, entre otras cosas importantes que debía saber, y me entregaron el mono que me tenía que poner sobre la ropa.

En un momento dado nos llamaron para que nos subiéramos a la avioneta, donde apenas quedaban espacios libres para moverse de todos los que éramos (unas diez personas) y de lo pequeña que era la aeronave. Mientras íbamos tomando cada vez más altura, yo iba mirando el paisaje por la ventanilla a la vez que mi instructor me aseguraba bien los puntos de anclaje con él y me recordaba la posición que debería asumir en unos instantes para afrontar el salto.

Cuando vi que habíamos ya sobrepasado el nivel de las nubes y seguíamos subiendo, me empecé a cuestionar cuándo finalmente nos detendríamos. La altura era tal que ya comenzaba a notarse la curvatura de la tierra. Semejante elevación traía consigo no solo ráfagas de viento, sino también de adrenalina y excitación.

De repente veo que se abre la puerta de la aeronave, y uno a uno, los que estaban adelante mío empiezan a saltar al abismo. Yo estaba atrás de todo. Cada vez que veía a una persona desapareciendo tras la puerta del avión, mi corazón se aceleraba unas diez pulsaciones. Finalmente me tocaba a mí. Cincuenta pulsaciones más. Para cuando pude volver a tener constancia de lo que sucedía, ya estaba en el aire, volando a 200 kilómetros por hora hacia el centro de la tierra.

Eso fue todo en cuanto a mi experiencia de volar como un águila. Una cosa menos en mi lista de cosas que debo hacer/probar/ver al menos una vez antes de morir.

Aún me queda por contarte todo lo que hice durante la tarde de ese mismo día. Pero esta entrada ya es lo suficientemente larga así que me parece que voy a hacer como la anterior y voy a dividir la jornada en dos entradas separadas.

Ame,
Kato