Kara Ema:
Sesoko —la pequeña isla donde pasé la noche— forma parte de un pueblo llamado Motobu, ubicado hacia el norte de Okinawa (mientras que Naha está en el sur). La idea del domingo era pasarme la jornada recorriendo este pueblo, en particular el Ocean Expo Park, un enorme parque con un montón de facilidades y atracciones.
A las 10:00 me fui del hotel y de Sesoko.
Desgraciadamente, parecía que el viento fuerte que había comenzado la noche anterior había llegado para quedarse, dado que el domingo también estuvo bastante ventoso durante todo el día, con nubes y lluvias intermitentes al igual que el sábado, y con temperaturas de 13-14 ºC. Es decir que era un día para quedarse en casa, pero yo tenía otros planes.
A duras penas —luchando contra el viento que me desplazaba para donde él quería— volví a cruzar el puente que conectaba Sesoko con el resto de Motobu.

Tras atravesar el puente encaré hacia el norte. Tenía una hora de viaje a pie hasta mi siguiente destino.
A medio camino hice una breve parada de descanso en una playa llamada Ufuta (también conocida como «playa de los enamorados»).


A las 11:15 llegué adonde quería llegar, tras haber estado caminando durante una hora en aceras vacías, cuesta arriba por la colina y con un viento que soplaba irritantemente fuerte. Se trataba de un restorán ubicado en la cima de un monte, llamado Pizza in the Sky, y que como su nombre sugiere se especializa en pizzas.

El restorán abría a las 11:30 pero ya había gente esperando afuera cuando llegué, metidos en sus coches por el viento (al parecer yo era el único que no había llegado en coche). Cuando llegué a la puerta del lugar noté que había una hoja para anotarse, y que ya había siete familias apuntadas antes de mí, así que escribí mi nombre en la octava fila.
Al cabo de un rato me llamaron para pasar adentro. Me hicieron sentar en la única mesa que quedaba libre, que casualmente era la única mesa de todo el local que tenía el estilo occidental. Todas las otras mesas que los japoneses estaban usando eran las de patas cortas, en las cuales te sientas en un cojín en el piso.

Me pedí una cerveza Orion y una pizza grande. Normalmente no soy de pedir cerveza cuando estoy yo solo, pero como venía viendo el logo de Orion por todos lados en Okinawa, dado que es una cerveza popular local de la isla, me dije que tenía que probarla al menos una vez antes de partir de ella. Al final resultó tener el mismo que todas las otras cervezas. No sé si es un problema con mi paladar o realmente todas las cervezas saben prácticamente igual unas de otras.

El menú decía que la pizza pequeña era para una o dos personas, mientras que la grande era para tres o cuatro. Pero a los japoneses nunca hay que confiarles con esas cosas dado que sus porciones de comidas suelen ser bastantes más chicas que las de Occidente. Así que no les creí nada y terminé yendo por la pizza grande, temiendo quedarme con hambre si optaba por la chica.
Además porque pensé: después de soportar una caminata de una hora cuesta arriba en el frío, el viento y la lluvia, y sin siquiera haber todavía desayunado (y haber cenado temprano el día anterior), una pizza pequeña no habría sido suficiente recompensa para semejante hazaña. Pero al final, una pizza grande parece que fue demasiada recompensa dado que me terminaron sobrando dos de las ocho porciones. Nunca pensé que una pizza japonesa me iba a llenar tanto al punto de no poder acabarla. Jamás me había pasado antes, y eso que he comido pizzas grandes yo solo en varias ocasiones.

Por cierto, una cosa que noté de observar a los japoneses mientras esperaba mi pizza, es que al parecer utilizan los palillos incluso para comer la pizza. Esto me sorprendió un poco al principio, pero luego lo intenté hacer yo también y me di cuenta de que tenía bastante sentido. Era útil más que nada para mantener la pizza recta (que no se vaya para abajo por acción de la gravedad), así como para recoger las cosas que se fuese cayendo de arriba de la pizza al plato.
A eso de las 13:00 me fui del restorán y reemprendí la marcha. Nuevamente tenía más o menos una hora hasta mi siguiente destino, el Ocean Expo Park. Terminé haciendo más rápido (dado que ahora era casi todo bajada) y llegué a la entrada del parque a las 13:40.
Mientras estaba yendo, en el camino me topé con dos jovencitas de unos 13 o 14 años, que cuando me vieron venir se frenaron detrás de un arbusto para dejarme espacio en la estrecha acera para pasar, pese a que yo todavía estaba a unos cinco metro de distancia de ellas. Cuando me di cuenta de que me estaban esperando aceleré la marcha para no hacerlas esperar tanto, y al pasar por enfrente de ellas les hice una pequeña reverencia para agradecerles por haberme dejado pasar.
Te cuento esta anécdota por dos razones: una para que veas como mismo en un ámbito rural, en calles donde no circula casi nadie, las jóvenes japonesas andan solas sin ningún problema. Pero también para destacar esta encomiable actitud de los japoneses de estar todo el tiempo al tanto de la gente que tienen a su alrededor, de manera tal de no causarles molestias.
Estas chicas veían que yo me estaba acercando y que no había espacio para que los dos pasáramos al mismo tiempo por la acera, así que alguien se iba a tener que hacer a un costado para dejarlo pasar al otro. Decidieron hacerlo ellas varios metros antes siquiera de que yo las alcanzara. Lo increíble también es que lo hicieron completamente en silencio—en ningún momento noté que hablaran entre ellas para decirse nada. No hacía falta decir nada en voz alta porque se comunicaban con el lenguaje corporal, cosa que se hace mucho también aquí. Por eso son tan importantes las reverencias, los asentimientos de cabeza, los gestos con las manos, etc.
Pero estábamos hablando del Ocean Expo Park.



Las atracciones que incluía el parque eran cosas como un acuario, un museo, un planetario, un jardín botánico, una playa y un teatro. Si bien la entrada al parque era gratis, varias de estas atracciones eran pagas.
También había una parte del parque que simulaba ser un antiguo pueblo okinawense, con réplicas a escala de casas de distintas épocas, a las cuales incluso podías entrar y recorrerlas por dentro (eso sí: tu calzado debía quedar afuera).




Esta letrina estaba ubicada a un costado de la vivienda, y servía para que las personas pudiesen ir allí a hacer sus necesidades, las cuales terminaban convirtiéndose en alimento para los cerdos.



Después de visitar el antiguo pueblo me fui para el teatro. Llegué en el momento justo (a las 14:50), dado que había gente sentada expectante, lo cual me hacía pensar que estaba por empezar una función. Así que me fui a buscar un lugar para sentarme yo también.

A las 15:00 comenzó un fantástico espectáculo de delfines.





Otro truco sorprendente que vi pero no fotografié fue cuando una de las chicas arrojó un juguete al medio del estanque, y uno de los delfines fue a buscarlo. Lo agarró con sus aletas y se lo llevó de vuelta a la chica, cual si fuese un perro jugando a buscar la pelota. ¿Cómo les enseñarán esta clase de trucos asombrosos?
En un momento también me di cuenta de algo curioso, que pasó en un lapso de cinco segundos y no se supone que la gente tenía que verlo pero yo lo vi. Tras realizar uno de los trucos, un delfín se quedó mirando a la chica, como diciéndole «¿Y mi recompensa dónde está?». La chica le hizo unas reverencias (sí, los japoneses parece que le hacen reverencias hasta a los delfines) para expresarle su gratitud por haber hecho el truco. Pero el delfín no parecía estar satisfecho con la reverencia nada más así que empezó a hacer un sonido de queja, tras lo cual obtuvo finalmente lo que quería: un pescado de recompensa.
El espectáculo duró quince minutos en total. Todavía no puedo creer que haya podido presenciar un show de delfines tan interesante y sin pagar un solo yen.
La siguiente atracción por la que pasé fue el acuario.

Pasé por enfrente pero decidí no entrar, por varias razones. Tenía que pagar ¥2000 (~US$15) y seguramente me iba a llevar un tiempo recorrerlo todo, tiempo que prefería invertir en seguir paseando por lo que me quedaba ver del parque antes de que se hiciera de noche y tuviese que volverme para Naha. Además, para mí uno de los atractivos principales de los acuarios son justamente los shows de delfines, cosa que ya había podido ver de forma gratuita.
Seguí caminando hasta llegar a la parte más nórdica del parque, donde había una playa llamada Emerald Beach.

Cuando toqué el agua de esta playa no podía creer lo caliente que estaba, sobre todo considerando el frío que hacía. Me dieron unas ganas tremendas de meterme, pero no pude porque no estaba permitido (recién en abril comienza la temporada de baño), y además no tenía bañador ni toalla.
En un momento vi que había unos chicos al lado mío haciendo la misma tontera que yo: acercarse al agua para intentar tocarla sin que ella te toque a ti primero. A mí me había salido bien, pero el chico de al lado mío parecía estar teniendo problemas para lograrlo, dado que estaba mojando toda la ropa y el calzado.
Pero lo peor vino después, cuando una brisa de viento de repente le arrebató su gorra y se la lanzó al mar. En el momento en que ocurrió esto el chico lanzó un grito de «¡AAAH!» mientras señalaba a su gorra que ahora estaba en el mar, a varios metros de la orilla. No pude evitarlo: tenía que reírme. Era demasiado gracioso. Aunque después me dio un poco de lástima, cuando vi que se terminó resignando a que no iba a poder recuperar su gorra y se fue desanimado (y desgorrado).
Esto me da la pauta para hablarte sobre otra actitud más típica de los japoneses—la de la resignación a situaciones que saben que no pueden cambiar, o problemas que no pueden resolver. Esta actitud es tan prevalente aquí que hay una palabra en japonés para aludir a ella: shouganai.
Shouganai significa básicamente «es lo que hay» o «no se puede evitar». Expresa aceptación de una mala situación o derrotismo. Aunque este concepto no es exclusivo de Japón, aquí es menos común y menos aceptado oponerse. Imaginemos que un empleado ha hecho la maleta y está listo para salir de la oficina tras un largo día de trabajo. Entonces llega el jefe y le deja una montaña de papeles sobre la mesa para que los termine inmediatamente. En la cultura occidental, algunos podrían discutir o dejarlo para el día siguiente. En Japón, la respuesta más común es un suspiro exasperado y un «shoganai» murmurado antes de ponerse manos a la obra.
The Culture Trip
Tras visitar la playa regresé a la zona donde estaba el acuario.





Luego del acuario pasé por un lugar llamado Kids Adventure Land, que tenía un montón de redes donde los chicos se podían trepar para jugar.



Antes de irme del parque pasé por el baño, donde había un cartel indicando la forma correcta de sentarse en el inodoro. Menos mal que estaba ese cartel, si no no habría sabido cómo proceder.

Me contaron que la razón por la que está este cartel en muchos baños públicos de Japón es que hay una cultura asiática (no sé cuál) que usa sus inodoros de forma distinta.

Este es el autobús que me tomé para volver a Naha:

Mentira, no fue ese mi autobús, pero tranquilamente podría haber sido dado que era un autobús interurbano. Mi autobús me recogió frente al Ocean Expo Park a las 17:20, y me dejó en Naha a las 19:30.
La ciudad de Naha ya la había dado por recorrida el sábado, así que cuando llegué el domingo —cansado tras una jornada de pura caminata en Motobu—, decidí simplemente ir a un Daiso a comprarme algo simple para merendar y cenar, y de ahí ir directamente al hotel y ya no salir más hasta el día siguiente.
Llegué al hotel Green Rich a las 20:00 pasadas. Se trataba de un hotel cápsula, cosa que ya ni me acordaba, así que me sorprendió un poco cuando la recepcionista me lo dijo. Es que mi pasado yo había reservado todos estos hoteles y los vuelos en octubre, hacía dos meses.
Tampoco me acordaba de que el hotel tenía un baño público, cosa que me vino espectacularmente bien para terminar un día agotador relajándome en un gran bañera con agua a más de 40 ºC. Hacía varios meses que no iba a un baño público, así que ya los estaba echando de menos.


A las 20:30 me puse a tomar la merienda que había comprado en Daiso mientras veía el nuevo capítulo de Spy × Family que había salido el día anterior.

A las 23:30 cené mientras te escribía lo que había hecho mi segundo día en Kitakyūshū.

Mi última acción del día fue visitar el baño público del hotel a las 24:30, un rato antes de que cerrara a las 25:00. Esperaba que no hubiese nadie para poder sacar una foto pero había una persona.
Ame,
Kato
Esas cápsulas no son aptas para claustrofóbico!
El paseo espectacular! Pero que playass!