Kara Ema:
Al igual que casi todos los días desde que llegué a Tokio, hoy estuvo soleado. Con lo cual, si bien no tenía previsto ir al centro, quería por lo menos salir un rato a caminar por los alrededores de mi barrio, para aprovechar el lindo día.
A las 11:30 salí de casa y arranqué la marcha. Mi primera parada fue en el Parque Cívico de Warabi (蕨市民公園).
En este parque me encontré con dos clásicos elementos que no pueden faltar nunca en un parque japonés: estatuas de bronce y corrientes de agua.
Después de visitar este parque me encontré de casualidad con algo que estaba deseando ver desde que llegué a Japón, pero que no esperaba encontrármelo hoy: árboles de cerezo (桜; sakura).
Estar en Japón en época de florecimiento de los cerezos y poder verlos en persona era uno de mis sueños desde que empecé a ver animé y vi infinidad de escenas en las que los personajes caminan por senderos flanqueados por cerezos. Sueño oficialmente cumplido. Ahora solo me queda uno por cumplir: ver el monte Fuji de cerca en persona.
Continué caminando hasta que llegué al centro de Kawaguchi. Principalmente había dos lugares que quería visitar allí hoy: un gran centro comercial llamado Ario, ubicado a unos 300 metros al norte de la estación de Kawaguchi, y el Parque Kawaguchi Oeste (川口西公園), contiguo a la estación del lado oeste.
A las 12:30 llegué a Ario y empecé a recorrer los tres pisos que tenía.
Por cierto, desde que estoy en Japón esta es la segunda vez que me pasa de olvidarme la mascarilla en casa. Normalmente suelo ponérmela cuando entro a lugares cerrados dado que literalmente todos los japoneses la usan. No es obligatorio usarla y nadie te va a decir nada si no lo haces, pero socialmente sigue siendo la norma en Japón. Mismo en la calle la mayoría de los japoneses aún van con mascarilla puesta.
Pero esta vez como me la había olvidado no me quedó otra que entrar al centro comercial sin mascarilla. Como era de esperarse, nadie me dijo nada. Aunque sí recibí varias miradas, más de las que recibo habitualmente por ser extranjero.
Tras pasearme por todo el centro comercial me fui al patio de comidas del primer piso a almorzar. Me pedí un menú en Gyoza no Ohsho que incluía un plato de ramen, tres gyozas y una porción de arroz frito.
A las 13:00 salí del centro comercial y me fui a ver el parque ese que quería ver, Parque Kawaguchi Oeste. En él encontré más estatuas y más arroyos, aunque esta vez los arroyos estaban todos secos.
Japón no deja de maravillarme con la ubicuidad de sus esculturas públicas. Me encantan por varias razones, las cuales voy a enumerar mientras comparo cada una con las esculturas públicas de Europa y otros países del Occidente:
Japón | Europa/Occidente |
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Te las encuentras en lugares ordinarios, como al costado de una calle, o en un asiento de un parque. No tienen luces ni ningún tipo de accesorio más que su pedestal. A veces ni siquiera tienen una placa para indicarte el nombre de la obra y del escultor. | Normalmente están ubicadas en sitios estratégicos y centrales de los parques y de la ciudad. Tienen accesorios como luces para iluminarlas de noche, escalones y fuentes alrededor, etc. Los pedestales también suelen ser mucho más grandes que los de las estatuas japonesas, haciendo que la obra quede no a la altura del observador sino más arriba. |
Suelen ser de bronce, que si bien al principio es marrón, con el tiempo pasa a tomar un tono verdoso. | Suelen ser de piedra o de mármol blanco. |
Suelen representar personas comunes en situaciones mundanas de la vida diaria (e.g. la abuela con su nieto disfrutando de un día en el parque). | Suelen representar personas famosas y seres mitológicos que nunca existieron, como los putti, pegasus, dioses, vírgenes, ángeles, etc. |
Es común ver estatuas de niños y mujeres jóvenes. Ocasionalmente también se ven representaciones de animales reales, como perros, gatos, caballos, toros, zorros, etc. | Es común ver estatuas homenajeando próceres, incluyendo figuras políticas, religiosas y militares. Es raro ver obras de personas comunes, de niños o animales. |
Cuando terminé mi paseo por este parque, empecé a emprender el camino de regreso a casa, pero tomé calles diferentes de las que había tomado para venir.
A las 15:00 pasé por un pequeño parque donde había unos columpios que me estaban pidiendo que los usara, así que les hice caso.
Mientras me columpiaba me puse a pensar un rato. Pensé en cosas como: «¿Por qué es que cuando uno se vuelve adulto, de repente pierde el interés por los columpios? ¿O por los juegos y juguetes en general? ¿Pierde uno realmente el interés, o es que con la atareada vida adulta uno deja de tener tiempo para esta clase de cosas? O a lo mejor uno las deja de hacer simplemente por miedo a ser visto por otros adultos como infantil.»
Por suerte esto no es tanto un problema para mí en Japón como lo es en Occidente, dado que a muchos adultos aquí les gusta hacer cosas que un occidental consideraría «infantiles», tales como columpiarse, comprar peluches, coleccionar cápsulas de juguete, jugar con cartas Pokémon, jugar videojuegos, usar vinchas de orejas de gatos, hacer gestos y poses kawaii al sacarse fotos, ver animé, leer manga, etc.
A las 15:30 llegué a casa de vuelta y ya no volví a salir. En las cuatro horas que estuve afuera caminé un total de 13,3 kilómetros.
Ame,
Kato
Dale que solo falta el monte Fuji!!