Kara Ema:
Esta semana hice tan pocas cosas interesantes que te las puedo resumir todas en una sola entrada.
El lunes para almorzar probé tsukemen por primera vez.
El tsukemen (つけ麺) es un plato japonés variante del ramen, cuya principal característica es que los fideos deben mojarse en un caldo servido por separado.
Los fideos utilizados para el tsukemen deben ser fideos ramen servidos fríos en un bol acompañados a menudo de nori, chashu, menma y un huevo cocido, aunque también pueden servirse en un plato aparte. Por otro lado, el caldo caliente en el que se mojan está más condimentado que la sopa de un ramen tradicional, y suele ser más denso; como base se utiliza un caldo de carne o un dashi.
Otra diferencia es la proporción de ingredientes: mientras el ramen da importancia al caldo, en el tsukemen se sirve una mayor cantidad de fideos.
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También fue la primera vez que comí algo tan picante, dado que había pedido un tsukemen que venía con picante—esas especias rojas que puedes ves abajo a la izquierda en la foto.
Más o menos le llegué a añadir a la sopa la mitad de las especias picantes que me habían dado, hasta que llegó un punto en que decidí parar porque si seguía agregando no iba a poder terminar de comer lo que me quedaba.
A la medianoche de ese mismo día fui a la sala de estar de mi share house con mi ordenador y un cable HDMI para conectarlo a la TV y ver el último episodio de The Last of Us ahí.
El martes fui a verlo a Meshida de vuelta, el humorista japonés. Pero esta vez me acompañó Hank, que también lo conocía y tenía ganas de verlo en vivo. Después del evento nos fuimos a cenar a un Saizeriya.
El miércoles fui a almorzar a Aeon, como había hecho el lunes. Y al igual que el lunes también probé una nueva comida: unagi.
Unagi (鰻 / ウナギ) es la palabra japonesa que designa a las anguilas de agua dulce, y especialmente a la anguila japonesa (Anguilla japonica).
El unagi es un ingrediente común en la cocina japonesa, sirviéndose como parte del unadon, un plato donburi con anguila en rodajas servida sobre una cama de arroz. También existe un tipo de tarta llamado pastel de unagi con unagi en polvo. El unagi es rico en proteínas, vitamina A, colesterol y grasas saturadas.
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No me pareció desagradable, pero tampoco súper apetitoso como esperaba, sobre todo considerando que es algo más caro de lo que suele salir la mayoría de las comidas aquí. No es algo que me interese comer seguido, pero sí me daba curiosidad probarlo al menos una vez.
El jueves fui a almorzar al Hungry Heaven de Kōjimachi, un lugar de hamburguesas premium, un poco caras pero son de las mejores y más grandes de Tokio. Me pedí una hamburguesa con queso, panceta, salsa barbacoa y puré de papas. Sí, puré de papas.
De ahí me fui caminando hasta Iidabashi, una zona de Tokio que no conocía.
Antes de tomarme el metro en Iidabashi me tomé un helado en Baskin Robbins—una bola de caramelo y otra de café.
El metro me dejó en Ōji, donde tuve que hacer conexión para tomarme el tren para volver a casa. Ōji es otro barrio más de Tokio que no conocía.
Cuando salí de la estación de metro para pasarme a la estación de tren, me topé con unas paredes llenas de dibujos de niños de primaria, así que me quedé unos minutos a verlos y a tomarles fotos.
Es increíble lo bien que dibujan algunos niños japoneses. Mucho mejor que yo—eso está claro.
Al parecer la temática tenía que ver con los impuestos. La idea era que al hacer estos dibujos los niños pudiesen aprender un poco más sobre la importancia de los impuestos en la sociedad. Por eso es que vas a notar que todos los dibujos tienen el kanji 税, que significa «impuesto».
El viernes a la noche salí con Hank y Erik. Fuimos a dos lugares algo particulares… Tipos de tiendas que ninguno de los tres había probado antes, pero quedamos todos súper satisfechos y contentos con el servicio que nos dieron las chicas.
A las 19:15 llegamos a la estación de Shimbashi y empezamos a caminar hasta el negocio al que queríamos ir.
Pocos minutos después llegamos al lugar. Nos costó un poco encontrar la entrada porque no tenía ningún tipo de cartel publicitario ni nombre del local. Lo único que tenía era el típico logo indicándote que era una tienda cuyo acceso estaba prohibido para menores de 18 años:
Erik había estado insistiendo toda la semana con que quería visitar este lugar, y me pidió a mí que lo acompañara para ayudarlo con el japonés. Yo accedí, dado que jamás había ido a una tienda de masajes eróticos y me daba bastante curiosidad. Al principio íbamos a ser solo nosotros dos, pero al final Hank se terminó sumando también.
Cuando llegamos el empleado, al ver que éramos extranjeros y que dos de nosotros sabían poco japonés, nos pidió que por favor aguardáramos un momento mientras él llamaba a las chicas que estaban disponibles para verificar si no tendrían problema en servirnos. Lamentablemente tuvieron problema, así que el empleado nos ofreció un plan B: volver a pasar por la tienda en 40 minutos, dado que en ese momento chicas distintas que a lo mejor no tendrían problema. Así que eso hicimos.
Para pasar el tiempo nos fuimos a un parque que estaba cerca. Allí vi por primera vez uno de estos estacionamientos subterráneos de bicicletas, donde colocas tu bici en esta puerta y un robot se encarga de transportarla automáticamente hasta su lugar de aparcamiento.
Transcurridos los cuarenta minutos volvimos a pasar por el local. Esta vez nos dijeron que sí, que había tres chicas disponibles y que las tres aceptaban extranjeros que hablaban poco japonés. Excelente.
Nos preguntaron a cada uno nuestros nombres y números de teléfono. Nos preguntaron también cuánto tiempo queríamos estar y si queríamos que la chica estuviese completamente desnuda o en ropa interior (desnuda salía un poco más caro). Todos fuimos por la opción de 60 minutos con la chica desnuda. Todos elegimos nuestras respectivas chicas a partir de las fotos que nos mostraron. Todos pagamos los ¥17.000 que costaba (~US$130).
Luego nos dieron ciertas indicaciones que teníamos que saber sobre qué estaba y que no estaba permitido hacer. Por ejemplo, nos dijeron que a las chicas solo se las podía tocar en el trasero y los pechos. Yo tuve que traducir todo para los demás.
Finalmente nos dijeron que teníamos que ir a un hotel que estaba por la zona y llamar al local desde el hotel para indicarles el número de la habitación en donde estaba cada uno para que pudieran saber a dónde tenían que despachar a cada chica.
Cuando llegamos al hotel tuvimos que pagar también la habitación, la cual costaba ¥2200 (~US$15). La habitación era un cuarto súper pequeño donde solo había una cama y una ducha.
Mientras esperaba a que la chica me tocara la puerta me puse a leer los carteles que había en la habitación y a jugar con todos los interruptores que había.
Cuando llegó la chica nos paramos los dos en el mínimo espacio que había en la habitación que no estaba siendo ocupado por la cama, y nos desvestimos. Luego pasamos a la ducha, donde ella me enjabonó y enjuagó todo el cuerpo. Después nos secamos y pasamos a la cama.
Primero me hizo poner boca abajo, y me preguntó por dónde quería que arrancara con el masaje. Le pedí que comenzara por los hombros. Así que se sentó encima de mí y me empezó a masajear.
Durante la sesión de masajes nos pusimos a charlar un poco. Cosas básicas y típicas, como que estaba haciendo en Japón, cuándo había venido, pasatiempos, lugares favoritos, animés favoritos, etc.
Me contó que se llamaba Hatsumi y tenía 20 años. Me dijo otras cosas de ella pero su nombre y edad es lo único que recuerdo—en aquel momento mi mente estaba ocupada en otra cosa como para poder ser capaz de retener información.
Finalmente me pidió que me diera vuelta y me empezó a masajear la zona púbica con una mano mientras que con la boca me lamía las tetillas. Y así básicamente continuó hasta que se acabó el tiempo. Al final volvimos a la ducha para lavarnos una vez más, y eso fue todo.
A las 22:00 salí del hotel y me fui a reencontrar con los otros dos. Todos concordamos con que habíamos quedado satisfechos con el servicio de las chicas. A Erik en particular le gustó tanto que ya está planeando ir de nuevo la semana que viene y pedir la opción de 120 minutos. A mí me gustó pero no sé si lo haría de vuelta. Aunque sí me gustaría seguir probando otros de los tantos servicios sexuales que Japón tiene para ofrecer.
Lo del masaje erótico había sido propuesta de Erik. Esta vez era mi turno de proponer a los demás un lugar adonde yo quería ir.
Resulta que mientras estábamos haciendo tiempo para que pasaran esos 40 minutos que tuvimos que esperar, pasamos por enfrente de una tienda con un cartel de colegialas que decía ser un «school kyabakura». Me intrigaba la idea así que les dije a los chicos que después del masaje fuésemos allí. Eso hicimos.
Al principio íbamos a quedarnos 40 minutos nada más ya que costaba ¥3000 los primeros 40 minutos, pero al final terminamos extendiendo 20 minutos más dado que nos estábamos diviertiendo charlando con las chicas mientras bebíamos tragos.
Te voy a contar un poco cómo fue la experiencia en este lugar. Primero nos sentamos en una mesa con un gran banco donde cabíamos nosotros tres y había espacio de sobra para las chicas. Nos preguntaron qué queríamos tomar, tras lo cual yo elegí shōchū de una lista de opciones que nos dieron. Me explicaron que los 40 minutos comenzarían a contar desde el momento en que las chicas llegaran, que fue poco después de que nos sentamos.
El shōchū (焼酎) es una bebida alcohólica de Japón, comúnmente destilada de cebada, boniato o arroz. Típicamente posee una graduación alcohólica del 25%, lo que lo hace más débil que el whisky (40 al 60%) y más fuerte que el vino (4 al 15%) y el sake (14 al 20%).
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Cuando llegó la primera colegiala, extendió su mano a cada uno de nosotros para saludarnos, y se sentó en el medio de Erik y Hank. Instantes después apareció la segunda chica, que hizo lo mismo pero esta vez se fue a sentar al lado mío. Finalmente apareció una más quien se sentó al otro costado de Hank. En este punto cada uno tenía una chica a su lado con quien charlar.
La chica que me tocó a mí tenía una cara súper adorable. Me costaba un poco hablarle porque nos mirábamos a los ojos y tenía su bonito rostro literalmente a diez centímetros de distancia del mío. Me dijo su nombre pero no me lo acuerdo, pero sí recuerdo su edad: diecinueve. Me acuerdo que me contó que hacía tan solo un año atrás había sido una verdadera JK (colegiala). Le pregunté si verdaderas JKs trabajaban allí y me dijo que no, pero que podían empezar a trabajar ahí apenas se graduaban de la secundaria.
También hablamos sobre uniformes escolares, sobre zettai ryōiki, sobre minifaldas, entre otras cosas. Le conté mi observación sobre que a muchas chicas japonesas les gusta usar faldas súper cortas, y le pregunté qué pensaba ella sobre eso. Me dijo que es cierto que a muchas les gusta mostrar las piernas, incluyendo a ella misma.
Le pregunté cómo era el tema de las faldas en la escuela. Me dijo que hay algunos colegios que son bastante estrictos con eso y no dejan que las chicas usen las faldas de sus uniformes muy altas tanto dentro como fuera del instituto. Me mostré sorprendido, tras lo cual me explicó que a veces te puedes cruzar con uno de los profesores mientras estás caminando por la calle, y si te pilla con la falda más alta de lo que tienes permitido te lo va a hacer saber y te va a obligar a que te la bajes.
La estaba pasando súper bien hablando con esta (ex-)colegiala kawaii hasta que de repente me dijo que se tenía que ir. Resulta que hay un sistema de rotación en el cual a cada cierto tiempo (~15 minutos creo que es), aparece una nueva chica y pasa a tomar el lugar de una de las anteriores.
En total, durante los 60 minutos que estuvimos, habré hablado con unas cinco chicas o algo así. La verdad es que estaba tan entretenido que no me molesté en llevar la cuenta, ni anotar sus nombres y sus edades en mi teléfono como para poder decírtelas. Todas parecían ser bastante jóvenes, pero según la primera chica ninguna era una verdadera JK, a pesar de que estaban vestidas como tal.
Varias de las chicas me dijeron que mi nivel de japonés era muy bueno, lo cual con los japoneses nunca sabes si es realmente un sentimiento sincero o si lo están diciendo para hacerte sentir bien. Me ha pasado de que me digan que mi japonés es muy bueno solo por decir una palabra.
Una de ellas me dio su tarjeta personal, aunque no tenía su número de teléfono ni ninguna información personal más que su nombre. También tenía el logo del lugar, una carita feliz y un corazón.
Erik y Hank se hacían entender como podían, dado que hablaban muy poco japonés y las chicas hablaban muy poco inglés. Yo por suerte pude hablar un montón y eso me vino súper bien como práctica. Nada como practicar japonés hablando con chicas japonesas vestidas de colegialas.
Cuando salimos del bar nos dirigimos directo a la estación dado que ya era casi medianoche y no nos queríamos perder el último tren. Perderse el último tren significaría tener que pagar un taxi para volver a casa, y los taxis en Tokio son caros.
A las 0:18 nos tomamos el último tren y alrededor de la 1:30 llegamos finalmente a la share house.
Ame,
Kato
Unagi es un estado total de conciencia, solo si logras una verdadera unagi, puedes estar preparado para cualquier peligro que pueda ocurrir