Últimos días en Japón y vuelta a Europa

Kara Ema:

Estos últimos días han sido duros.

Tras haberme encariñado tanto con Japón y su gente, tras haber vivido allí por un año —y no haber salido del país durante todo ese tiempo—, finalmente la visa que tenía venció y tuve que partir.

Hace poco fue mi cumpleaños. Mi familia de acogida me regaló tres cosas: unas tortas para comer entre todos, unos palillos y un bolígrafo.

Las tortas
Los palillos, el boli y un tamagotchi de Anya que me dio mi jefa como regalo de despedida en el trabajo.

Los palillos han sido hechos a medida para mí: pintados de mi color favorito (verde), tallados con mi nombre y con mi frase japonesa favorita (一期一会). El bolígrafo es de Hello Kitty y es uno de esos que se le pueden cambiar los colores (entre negro, azul y rojo). Me dijeron que lo usara para cuando me convirtiese en profesor, y eso es lo que haré.

La verdad es que no me podrían haber hecho un regalo mejor y más tierno. Se nota que han estado prestando atención a mis gustos e intereses durante el mes que estuve viviendo que con ellos.

Y como si eso fuera poco, el sábado Taiyo cocinó milanesas con papas fritas para cenar. Buscó la receta, compró los ingredientes y se mandó a hacer las primeras milanesas de su vida. Todo solo porque yo le había contado que es una de las comidas más populares en Argentina.

Un clásico argentino cocinado por un japonés

Le salieron perfectas, como todo lo que cocina Taiyo.

El domingo al mediodía me invitaron a almorzar a un buen restorán de la zona.

Donburi de carne que me pedí

Después de almorzar nos fuimos una hora a un karaoke.

Taiyo y yo cantando Otona Blue de Atarashii Gakko

Esa noche Taiyo nos deleitó con unas ricas pizzas caseras.

Pizzas que cenamos el domingo

El lunes a las 5:30 estaba toda la familia levantada por mí, dado que mi vuelo salía temprano.

Todos —incluyendo el perro y el bebé— me acompañaron hasta la estación de tren en el coche. Allí nos despedimos a la japonesa: sin contacto físico. Nada de abrazos ni besos ni nada de eso. Solo manos levantadas moviéndose en vaivén.

A las 9:30 salió mi vuelo, desde Tokio hasta Londres. Gracias a que Rusia está peleada con todo el mundo, todos las rutas aéreas que sobrevolaban este país están actualmente cerradas, lo cual significó que mi avión tuvo que hacer una ruta más larga pasando por el norte de Norteamérica en vez de Rusia.

El vuelo duró catorce horas y media, tiempo que me alcanzó para leer un libro completo casi de principio a fin, así como ver casi toda una temporada de una serie. El libro se llama Making Sense of Japanese: What the Textbooks Don’t Tell You, y la serie es Bienvenidos a Edén (segunda temporada).

A las 16:10 llegó el vuelo a Londres, unos veinte minutos más tarde de lo previsto. Esto hizo que estuviese súper justo con el tiempo para mi siguiente vuelo, que era la conexión que tenía que tomarme para llegar a mi destino final. Mientras estaba en el avión esperando a que la gente que estaba adelante de mí bajara, me preguntaba si llegaría a cogerlo o no.

En Tokio el pase por el control de seguridad fue rápido y sin problemas, pero en Londres me pidieron revisar una de las bolsas que llevaba conmigo. Resulta que había puesto una crema solar grande allí, las cuales se supone que no pueden ir en el equipaje de mano. Así que me dijeron que la tendría que dejar allí. Me revisaron todo lo que llevaba en la bolsa súper minuciosamente. Hasta me abrieron los libros. Menos mal que no llevaba lolicon de Japón porque habría marchado directo a la cárcel sin pasar por salida.

Tras dos horas y media más de avión, a las 20:30 finalmente llegué a destino final: Madrid, España.

Cerca de las 22:00 me tomé el metro desde el Aeropuerto de Barajas hasta Plaza de Castilla, donde voy a estar parando toda esta semana. Si bien ya había visitado Madrid anteriormente, esta era la primera vez que pasaba por el aeropuerto y que me tomaba un metro madrileño.

Saliendo del metro en Plaza de Castilla

A las 22:30 llegué al Airbnb que estoy rentando: una habitación en la casa de una persona.

A las 23:30 volví a salir para ir a cenar a un McDonald’s. Cómo extrañaba los McDonald’s europeos. No tendrán la Samurai Burger que tienen los japoneses, pero tienen Cuartos de Libra, papas fritas con cheddar y bacon, y un montón de opciones más que en Japón las echaba en falta.


El martes mi primera misión de la jornada era ir a un supermercado. Así que a las 9:30 salí para el Mercadona más cercano. Esto también es algo que personalmente considero superior aquí que en Japón: las cosas que se pueden conseguir en los supermercados. Los súpers japoneses tendrán un montón de cosas ricas y únicas, pero los europeos (al menos los de Francia y España) les ganan en cuanto a variedad y calidad de cosas, sobre todo en lo que respecta a snacks, dulces y galletas.

Todo lo que me compré el martes en el Mercadona (~25 euros)

Luego salí un par de veces más a hacer unos trámites (por ejemplo fui a Vodafone a contratar un plan de teléfono), pero por lo general me quedé en casa la mayor parte del día, trabajando y organizando cosas.

En un momento pasé por un colegio, lo cual me deprimió un poco. Al parecer las escuelas aquí en España son como en Argentina: edificios completamente herméticos y separados del mundo exterior por grandes muros sólidos y redes, cual si fuese una cárcel. Muy distinto de los colegios japoneses donde prácticamente puedes ver todo el patio donde los niños juegan desde la calle. Otra cosa desalentadora es que hay muchos colegios católicos en España.

Del otro lado de este muro y esta red está el patio de un colegio

Ame,
Kato