Kara Ema:
Santuarios sintoístas, templos budistas, cantos de cigarras, niños pequeños con gorras amarillas, randoseru y uniforme, gente caminando bajo sus parasoles, gente llevando mascarilla con 40 ºC de sensación térmica, konbinis y máquinas expendedoras por todos lados, calles limpias a pesar de la ausencia de cestos de basura, estatuas de niños decorando parques y calles, mascotas kawaii (yuru kyara) en carteles y anuncios, …
Estas son algunas cosas con las que me estado cruzando a diario y que me recuerdan no solo del hecho de que estoy en Japón de vuelta, sino que estoy en Japón en verano, donde hacen máximas diarias cercanas a los 40 ºC, lo cual contrasta bastante con las máximas de 20 ºC que venían haciendo en la parte de Francia de donde vengo.
Llegué al Aeropuerto Internacional de Tokio el lunes 24 de julio a las 18:30, tras 13 horas y media de vuelo desde París, donde hice escala desde Brest.
A las 20:00 me tomé un monorriel hasta la estación ferroviaria de Hamamatsuchō, desde donde me pasé a un tren para ir hasta lo de mis amigos japoneses en Saitama.
Una hora después Akane me recibió en la puerta de la estación. Me estaba esperando con Kenta (su bebé) y con un taxi que había contratado para llevarme a mí y a mis maletas hasta su casa.
Le dije a Akane que no tenía hambre; que ya había comido un sándwich —o al menos la mitad, antes de que pasara el inspector Beagle— y que solo quería tomar un buen baño en su súper ofuro e irme a dormir, dado que estaba cansado del viaje y mi reloj biológico necesitaba reajustarse a causa del 時差ぼけ (jisaboke; jet lag).
El martes a la mañana Akane me invitó a pasar un rato a la casa de sus vecinos, o mejor dicho a la parte de afuera de la casa, entre la puerta de entrada y la calle, donde normalmente iría el coche, pero en este caso habían puesto una piscina inflable para niños, dado que estaban haciendo una reunión con los niños pequeños de las tres familias que vivían en las casas de al lado de la de Akane.
En total éramos tres mujeres (las madres de los niños), tres niños y dos niñas (de entre 2 y 5 años), y yo. Esta no es la primera ni será la última vez que me encuentre en Japón entre un grupo de niños y mujeres. Si te preguntas dónde están las padres, la dura realidad es que en Japón lo más común es que el padre de la familia se pase toda la jornada en una oficina trabajando, mientras la madre se encarga de la casa y de los niños.
A las 13:00 estábamos de vuelta en casa para almorzar. Comimos crêpes que había traído yo de Francia. Como era de esperarse, tanto a Akane como a Taiyo les encantaron todas las cosas que traje de Francia, incluyendo los crêpes, el caramelo salado y el nougat, y al igual que yo se lamentaron que nada de esto se pueda conseguir en Japón.
Nos preparamos un crêpe salado con varias cosas que tenía Akane en la nevera —pero que nada que ver a las cosas que le ponía Charlotte a sus crêpes—, y un crêpe dulce de postre, con caramelo salado.
A la noche (20:30) ya cenamos algo más japonés, con palillos (finalmente pude estrenar los palillos verdes hermosos que me obsequió Akane para mi cumpleaños).
En toda comida japonesa no pueden faltar nunca dos cosas: el bol de arroz y el de sopa miso. Mientras tanto los franceses también tienen sus cosas que no pueden faltar nunca en una comida: el queso, el pan, la charcutería (fiambres y embutidos) y —en algunos casos— el vino. Si bien personalmente me encantan todas estas cosas (salvo el vino), para serte sincero no extrañe el arroz y la sopa miso ni la mitad de lo que estoy extrañando el queso, el pan y la charcutería franceses. Y ni hablar de las cosas de boulangerie/pâtisserie, que también estoy empezando a echar de menos terriblemente. Si un francés se viniera a Japón y se abriese una tienda de gourmandises francesas, yo me convertiría instantáneamente en su cliente número uno.
El miércoles a las 11:00 salí a dar un paseo con la 電動自転車 (dendō-jitensha; bicicleta eléctrica) de Akane. Fue la primera vez que anduve en bicicleta en Tokio, y la primera vez que usé una bicicleta eléctrica. Usar una bici eléctrica es una de esas cosas que una vez que las haces una vez, ya no hay vuelta atrás (a las bicis convencionales).
Mi misión era ir en bici hasta la tienda de curry Coco Ichibanya a comprar el almuerzo para todos (me ofrecí invitarles a Akane y a Taiyo).
Después de almorzar, entre el calor que hacía y la fatiga remanente del viaje sumada a la del paseo en bici, decidí tomar una siesta de dos horas. Es extremadamente raro que yo duerma siestas; de hecho intenté recordar cuando había sido la última vez que había tomado una y no pude.
A la noche me vi un par de capítulos de una serie que estoy viendo en Netflix llamada Love, Death & Robots.
Como la pasé tan bien andando en bici el día anterior, decidí volver a salir a dar un paseo en bicicleta el jueves también, pero uno considerablemente más largo.
Combiné el paseo en bici con una de mis pasatiempos favoritos para hacer en Japón: 銅像探し (dōzō-sagashi; búsqueda de estatuas).
A las 8:00 salí de casa y me monté en la bici eléctrica.
La idea era ir sin hacer paradas hasta el punto más lejano (la estación de Ōyama en Itabashi, a 11 kilómetros), y desde ahí empezar a volver de a poco a medida que iba recorriendo ciertos puntos estratégicos que había marcado en un mapa, donde sabía que había estatuas que quería añadir a mi colección.
A las 9:00 llegué a 大山駅 (Ōyama-eki; estación de Ōyama). Frente a ella me encontré con las primeras dos estatuas.
Al otro lado de la estación había un FamilyMart (konbini), así que como había estado bicicleteando por una hora casi sin parar, decidí entrar ahí a comprarme una botella de té con leche y un helado, y sentarme frente a la estación a descansar unos minutos mientras consumía lo que había comprado.
Al cabo de media hora reemprendí mi recorrido.
En un momento pasé por 赤塚公園 (Akatsuka Kōen; Parque Akatsuka) y me encontré con esto:
Cerca de las 13:00 paré en un McDonald’s para almorzar. Me pedí una Samurai Mac, unas McNuggets, una melon soda y un macaron de vainilla.
A las 14:00 volví a casa.
En total hice 40 kilómetros de bicicleteada durante seis horas.
El viernes a la mañana vimos con Akane tres episodios de un animé nuevo en Netflix llamado デキる猫は今日も憂鬱 (Dekiru Neko wa Kyō mo Yūutsu), sobre una mujer joven que vive sola con su gato, quien le cocina y la ayuda con las tareas de la casa.
Después vimos también el primer episodio de 돌싱글즈 (Love After Divorce), una serie coreana en la que cinco mujeres y cinco hombres divorciados empiezan a vivir juntos en una misma casa, con la idea de que se formen parejas entre ellos.
Al mediodía entre Akane y yo cocinamos 餃子 (gyōza; empanadillas chinas). A mí no me salía hacer el repulgue típica del gyōza que hacía Akane, así que terminé haciendo el de las empanadas argentinas, lo cual le dio un toque distintivo a mis gyōza.
A la tarde salí al supermercado.
Cuando entré y empecé a caminar por las góndolas me deprimí un poco, dado que en mi mente las comparaba con las góndolas enormes de los supermercados franceses, con cualquier cantidad y variedad de productos deliciosos que ya no iba a poder comprar más dado que en Japón no se consiguen.
Helados Ben & Jerry’s, postres tipo Danette, cereales, galletas, quesos… Estas son algunas de las cosas que voy extrañar fuertemente de los supermercados de Europa estando en Japón.
Acabé comprando las siguientes cosas para compartir con mi familia japonesa: seis potes de helado Häagen-Dazs de diferentes gustos (los potes que esta marca de helado vende en Japón son considerablemente más pequeños que los europeos, por eso compré seis), pan, queso de la marca francesa Kiri (al menos esto sí lo voy a seguir teniendo), y suika (sandía).
La sandía, al igual que muchas otras frutas en Japón, es bastante más cara que en otros países. Para que te des una idea, en Argentina una sandía entera cuesta alrededor de 1000 pesos, es decir 2 dólares. En Europa se vende como máximo a 5 euros (~5 dólares). Por su parte, en Japón está a 4000 yenes, lo que equivale a ~28 dólares; 15 veces más cara que en Argentina y 6 veces más cara que en Europa.
A las 19:00 fuimos a una reunión de Komi en el centro cultural de la ciudad.
Por si no lo recuerdas, Komi es una agrupación de personas que se junta todas las semanas con un objetivo en común: aprender y practicar idiomas entre todos de forma lúdica.
Una de las cosas que más me gustan de esta agrupación es que no hay segregación por edades, con lo cual los padres (o más comunmente las madres) suelen ir con sus hijos a pasar un momento tanto en familia como en comunidad.
Esto lamentablemente es algo que no se ve mucho en el Occidente, donde el edadismo es la norma prevalente. Por ejemplo, recuerdo una vez cuando todavía vivía en Argentina, que me inscribí a hacer un curso para aprender a dibujar manga. En vez de dividir las clases de acuerdo al nivel y experiencia previa de cada persona, las dividieron de manera tal que la mayoría de los adultos quedaran con los adultos, y los niños y adolescentes con los niños y adolescentes. Lo mismo pasa en las clases de idiomas y de casi cualquier otra cosa.
Para que te des una idea de cómo son las juntadas de Komi, te voy a explicar en general lo que hacemos cada vez que vamos.
Primero, cada uno saluda a las personas que van llegando a la sala con un «¡Hola!» (sí: se saludan en español). Al llegar hay que quitarse el calzado, dejarlo en la puerta e ir a sentarse en ronda en el piso.
En un momento, cuando ya llegó suficiente gente, cada uno en la ronda se va pasando un micrófono para presentarse, diciendo cosas como dónde vive, cuáles son sus pasatiempos, quiénes integran su familia y demás. El idioma que usan para la presentación puede ser cualquiera. Yo por ejemplo a veces elijo el francés, otras el español, otras el japonés y otras una mezcla.
Luego hacemos distintas actividades, como por ejemplo hay un juego en el que alguien tiene que decir algo por micrófono para aludir a cierto subgrupo de personas (e.g. «los que están usando calcetines», «los que comieron ramen hoy», etc.). Los aludidos tienen que salir corriendo desde una pared a la otra y volver. El último en llegar es el siguiente en hablar por micrófono.
Otro juego consiste en decir un color en el idioma de preferencia, por ejemplo «rouge» (rojo en francés). Acto seguido todo el mundo tiene que buscar algo en la sala que sea de color rojo y tocarlo.
También hacemos distintos bailes y en general actividades que nos hacen mover el cuerpo, que son de las que más les gustan a los niños.
A veces, cuando una persona acaba de venir de viaje o se está por ir de viaje, se le pasa el micrófono para que cuente a todo el grupo sobre sus experiencias y sus expectativas.
Al final se les canta el cumpleaños feliz en varios idiomas a todos los del grupo que cumplan años en el mes actual. Luego nos despedimos con un «再见» (zàijiàn), que significa adiós en chino.
El sábado durante el día no hice nada interesante.
A la noche vimos la nueva película de Makoto Shinkai すずめの戸締まり (Suzume no Tojimari).
La película trata sobre Suzume, una joven chica de 17 años que vive en un pueblo tranquilo en la región de Kyushu, en el suroeste de Japón. La historia comienza cuando Suzume conoce a un misterioso joven que busca una «puerta». Los dos viajan juntos y encuentran una puerta vieja en una casa abandonada en las montañas. Como si algo tirara de ella, Suzume extiende su mano hacia la puerta, lo que comienza una serie de eventos desafortunados en todo Japón.
La película es un viaje por Japón en el que Suzume tiene que cerrar y bloquear las «Puertas del Desastre» una a una para detener las catástrofes, así como una aventura y una batalla en el mundo moderno en busca de la madurez y la libertad de una niña.
Wikipedia
Una de las cosas que más me gustaron de esta peli fue el hecho de que los protagonistas viajaran por distintas ciudades de Japón a medida que iba avanzando la trama, varias de las cuales yo había visitado previamente, con lo cual fue interesante poder redescubrirlas a través de este animé.
Esto es todo en cuanto a mi primera semana.
Ame,
Kato
Linda semana! Que bueno el reencuentro! Creo que ya lo habías dicho, pero existen las sandías en forma de cubo?
Nunca las vi en persona, pero escuché que en algún lado se venden, sí. No sé mucho de ellas igual, pero me imagino que si las normales son caras, estas deben serlo mucho más.
Cuando las veas no te olvides de la foto!