Kara Ema:
Lunes 13 de noviembre de 2023.
Oman me dijo que me despertaría pero al final lo terminé despertando yo a él a las 6:30. Ya había amanecido y ya estaba todo el pueblo levantado y trabajando.
Apenas salimos de la casa vimos pasar un grupo de gente transportando a una mujer que acaba de dar a luz a un bebé—al parecer la estaban llevando a otro poblado para reunirse con su marido, que todavía no estaba enterado de la noticia.
Desayunamos un café y unos panes con mantequilla y chispas de chocolate (idea de Oman, quien compró todo eso el día anterior antes de llegar a la tribu).
Me contaron que originalmente los Badui no tenían gatos pero en algún momento alguien introdujo uno a la comunidad y desde entonces está lleno de gatos deambulando libremente por los poblados, al igual que las gallinas. Por suerte parece que se llevan bien entre ellos.
Mientras desayunaba y acariciaba al gato, me puse a observar a la gente que iba y venía, y a los que estaban haciendo standby en el exterior de la tienda.
Cuando tomé esta foto había un solo hombre pero al rato lo acompañaron tres más. Oman se preguntaba qué estarían haciendo allí en lugar de estar trabajando, hasta que se dio cuenta de que seguramente se trataba de la patrulla designada aquel día para asegurarse de que no haya fuegos en la aldea.
Tras terminar de desayunar, le pedí a Oman que me acompañara a dar una vuelta para charlar un poco con la gente que encontrásemos. No me quedaban muchas horas allí así que quería aprovecharlas al máximo.
Detrás de la tienda estaba la casa de uno de los hombres que habíamos conocido la noche anterior durante la velada dentro de la tienda. Llamémoslo Arik.
Arik estaba en su casa cuando pasamos por allí, así que nos invitó a sentarnos y a charlar un rato con él. Nos dijo que no estaba trabajando dado que había decidido tomarse un descanso ese día.
La esposa de Arik también estaba allí, trabajando con el telar. Además estaban sus dos hijas y tres amigas.
Si no me equivoco, la hija de Arik que tiene 8 años es la que está justo a la izquierda de él. La hija que tiene 1 año y 6 meses es un poco más fácil de discernir cuál es (la que esta en brazos de la madre). Luego también estaba la hija de mi familia de acogida (la que no paró de mirarme mientras cenábamos la noche anterior), que en la foto es la que la única de las cuatro niñas que está sentada.
El tiempo que pasamos allí consistió básicamente en mí haciéndole mil preguntas a Oman para que él a su vez se las transmitiese a Arik en sundanés y luego me dijese la respuesta en inglés. A todo esto las niñas hacían standby con nosotros, y nos cruzábamos miradas a cada rato seguidas de sonrisas. Aproveché que estaban allí para hacerles algunas preguntas a ellas también, siempre a través de mi intérprete.
Algunas de las cosas que aprendí:
- Se cortan el pelo en una peluquería del pueblo de Ciboleger.
- Saben aritmética básica y las niñas pueden contar hasta 100.
- Las niñas pueden leer y escribir su propio nombre, pero no mucho más.
- Cuando un badui quiere casarse con una badui, tiene que hablar con el padre para pedirle la mano de su hija. Luego el padre habla con la hija, que es la que tiene la decisión final.
- No usan condones, pero el gobierno les provee de píldoras anticonceptivas como parte del programa de planificación familiar.
- Un badui puede casarse con alguien de afuera de la tribu, pero no pueden quedarse dado que los badui solo aceptan extranjeros como visitantes temporales y no como residentes permanentes.
- Las niñas no conocen personajes populares como los de Disney, Anya, etc.
- Arik tiene un teléfono con número y red de datos móviles, y tiene cuenta de Facebook.
- Al parecer los eructos no se consideran irrespetuosos, dado que los hacen sin recato.
- Nadie se puede ir a vivir solo en Badui. Por más que tengas treinta años, si nunca te has casado seguirás viviendo en lo de tus padres hasta que te cases.
¿Recuerdas lo que te conté en la entrada anterior sobre que no existe el concepto occidental de adolescencia para los badui? Una pregunta que uno se podría llegar a hacer entonces es exactamente en qué momento ellos consideran que un niño deja de ser niño y pasa a ser adulto. Así que le pedí a Oman que le hiciera a Arik esa pregunta.
La respuesta me pareció excelente. Básicamente para ellos no hay una edad fija donde esto ocurre (como para el mundo industrializado que suele ser los 18 años), sino que depende de cada individuo. Tiene sentido, dado que a lo largo de la historia de la humanidad tradicionalmente era cuando el niño llegaba a la pubertad que empezaba a ser visto como un adulto, y no hay una edad fija para el arranque de la pubertad.
El caso de Arik y su familia es un gran ejemplo de esto. Arik actualmente tiene 25 años, y su esposa 17. Se casaron cuando ella tenía 14. ¿Recuerdas las edades de sus hijas? La más grande tiene 8, lo cual significa que la tuvieron cuando él tenía 17 y ella 9.
En el Occidente esto sería considerado abuso sexual infantil, dado que los individuos de 9 años —hayan alcanzado la pubertad o no— son vistos como niños «inocentes» que deben ser protegidos de temas sexuales que (según ellos) no entienden y no les interesan. Arik podría haber ido a la cárcel por el resto de su vida si hubiese hecho lo que hizo en los Estados Unidos, por ejemplo. Su esposa y sus hijas se habrían quedado sin padre.
El mundo Occidental diría que la esposa de Arik es una «víctima». Yo en lugar de una víctima vi una persona alegre y sonriente, al igual que su marido y sus dos niñas hermosas. Si pudo concebir a los 9 años significa que ya había alcanzado la pubertad para aquella edad, con lo cual ya prácticamente era adulta, tanto biológicamente como socialmente dentro de la tribu Badui.
Quería obsequiarles algo a la familia para que me recuerden; me acordé de que en mi mochila tenía un llavero de Anya y un omamori que llevo conmigo siempre, así que los fui a buscar para dárselos. El llavero de Anya se los ofrecí a las niñas, y el omamori a Arik.
Ya que estaba yendo a mi mochila, agarré también mi cuaderno. Les ofrecí a las niñas una hoja y un bolígrafo, y les pedí que me escribieran sus nombres. Dos de ellas lo hicieron, y bastante bien.
Ya que tenía papel y bolígrafo se me ocurrió también decirles de jugar al ta-te-ti. Nadie conocía este juego—ni siquiera mi guía Oman. Así que les enseñé a jugar e hicimos unas partidas.
Otra cosa que se me ocurrió con el papel fue hacer aviones y barcos para regalarles a las niñas, que seguramente jamás habían visto o creado origami. Les enseñé a hacer los aviones y jugamos a lanzarlos.
A las 9:00 Oman se puso a tallar y cortar una ananá en rodajas, las cuales luego puso en un plato para que todos pudiesen agarrar.
A eso de las 10:00 nos despedimos de la familia de Arik y de las niñas, y emprendimos la larga caminata hacia la entrada del pueblo, acompañados por un badui para no perdernos.
Antes de salir del pueblo pasamos una vez más por las varias tiendas turísticas que estaban por ahí, vendiendo artesanías y souvenirs de la tribu. Una de estas tiendas pertenecía a Eka. Cuando nos topamos con él y con su tienda, nos invitó a tomar un café y comer durian mientras charlábamos un rato.
Mientras estábamos conversando una niña de no más de 4 años apareció cargando unas sandalias en un palo de madera.
Cuando nos empezamos a acercar a la salida del pueblo me empezó a agarrar nostalgia y ganas de quedarme. Tomé dos últimas fotos del sendero con las tiendas, y di una última mirada melancólica hacia atrás antes de pasar por la frontera que delimitaba el territorio tribal y me llevaba de vuelta al mundo industrializado.
Le pregunté a Oman: «¿Estás seguro de que no hay forma de que un extranjero viva aquí?»
«It’s impossible», fue su concisa respuesta.
Pienso que los badui viven de una forma mucho más natural y fiel a la naturaleza humana que las sociedades industriales. Viven de la misma forma que vivían nuestros ancestros. Trabajan con recursos naturales, no matan (la caza está prohibida), se van a dormir no mucho después de que se ponga el sol y se levantan con el canto de los gallos y al mismo tiempo que sale el sol.
Los niños son libres e independientes, y viven en el mismo entorno que los adultos, en lugar de mantenerlos aislados y «protegidos» en una burbuja artificial que no hace más que perjudicarlos y privarlos de sus libertades. No existen los adolescentes, al igual que no existían en el resto de las civilizaciones por el 99% de la historia humana. Los niños se vuelven adultos alrededor del momento en que alcanzan la adultez biológica (pubertad).
No hay discriminación: ni racismo, ni edadismo, ni sexismo. No hay adultocracia ni patriarcado. No hay clases sociales. No hay ricos ni pobres. No hay prisioneros ni criminales. La gente es libre de elegir con quién casarse y cuándo (bueno… salvo que sean del mismo sexo). La gente es dueña de sus propios cuerpos. La gente es libre.
¿Cúantos occidentales podemos decir que somos libres como los badui? Si el estado nos obliga a tener ciertos estándares morales, ¿somos realmente libres?
En Badui todo el mundo se conoce, se respetan y se ayudan como si se tratase de una gran familia comunitaria. No hay gente malintencionada ni prejuiciosa. La gente es empática. La gente es feliz.
¿Cuántos occidentales podemos asegurar que somos verdaderamente felices como los badui?
Al menos para mí, no me hace falta mucho para ser feliz. Naturaleza, gatos y niños son algunas de las cosas esenciales. Badui las tenía todas en abundancia. Estaba rodeado de estas tres cosas casi en todo momento. Por eso me quería quedar ahí.
¿Quién necesita las conveniencias de las sociedades industrializadas cuando puedes vivir en el medio de un bosque rodeado de gatos y niños todo el día?
A pocos pasos del borde entre Badui y Ciboleger, del lado de Ciboleger, había una escuela primaria. Oman sabía que yo quería visitar una, así que me llevó a ver esa.
Llegamos a las 11:40, justo para cuando los niños del grupo de la mañana estaban terminando su jornada escolar y dejando la escuela limpia para ser usada por los niños del grupo de la tarde.
Los niños no paraban de reír y sonreír cuando me vieron a mí. Lamentablemente no me pude comunicar con ellos dado que no sabía su idioma, pero en cierto sentido nos comunicamos a través de las sonrisas y miradas que intercambiamos, y las fotos que nos sacamos.
Tan pronto como yo las miraba o les dirigía la palabra, algunas de las niñas se cubrían la cara con las manos o miraban para otro lado al mismo tiempo que se reían tímidamente. Ellas se morían de vergüenza mientras yo me moría de ternura.
Parece que el velo sobre la cabeza formaba parte del uniforme en el caso de las niñas. No me sorprende dado que en casi toda Indonesia (excepto Bali) el islam es por lejos la religión más extendida.
También me hice unos fotos con los profes y charlé unos minutos con ellos antes de irme. Una de ellas quería almorzar con nosotros pero Oman se negó.
Al salir de la escuela continuamos caminando hacia el centro de Ciboleger, donde habíamos dejado el coche (y a nuestro conductor) el día anterior.
Cada tanto nos cruzábamos con badui que iban y venían entre el pueblo y sus tierras, incluyendo una mujer que parecía ser bastante joven —los occidentales la llamarían «adolescente»— y ya cargaba con un bebé:
Antes de subirnos al coche para volver a Yakarta pasamos por un restorán para almorzar.
A las 12:45 nos subimos al coche y arrancamos viaje en dirección de Yakarta. Pero la aventura no terminaba aquí dado que todavía quedaba pasar de vuelta por el fascinante campo indonesio.
Cada vez que pasábamos por un grupo de alumnos caminando por al lado de la ruta bajaba la ventanilla para saludarlos.
Esa chica levantando la mano en la última foto me gritó «I love you», así que naturalmente le respondí con «I love you too!».
A las 15:15 hicimos una última parada para ir a los aseos y ya que estábamos tomar un café y comer un pequeño tentempié.
A las 17:00 me dejaron en el hotel.
Ame,
Kato
Podria arriesgarme a decir que yo, pero de otra manera