Kara Ema:
Cuando les pregunté a algunos de los miembros de nuestro grupo de diez personas si vivirían en un lugar como donde estábamos, me respondieron que podrían quedarse como máximo dos semanas.
Yo sí viviría en una aldea en una montaña con un grupo étnico minoritario. De hecho me encantaría hacerlo algún día, aunque sea por un mes. Me resulta fascinante el estilo de vida que llevan y las tradiciones y mentalidad tan distintas de las occidentales.
El domingo a las cinco y media de la mañana ya estábamos todos levantados.
Salimos a hacer una caminata matutina.
Luego fuimos al comedor a desayunar.
A las 8:30 tendría lugar la primera clase que les enseñaríamos a los niños hmong, de inglés. Ningún niño de esta aldea podía hablar inglés, con lo cual fue una clase de conceptos elementales como cómo preguntar por el nombre, la edad, y esas cosas. También hicimos la canción de «if you are happy and you know it clap your hands» y jugamos al duck duck goose (pato ñato).
Eran alrededor de quince los niños que frecuentaban el comedor para asistir a nuestras clases y para hacer su show de baile todas las noches. Me habría gustado poder acercarme más a ellos, pero la barrera del idioma significó no poder intercambiar mucho más que sonrisas y miradas, lo cual me dejó algo apenado, sobre todo cuando veía lo bien que se llevaban con los otros que sí podían comunicarse con ellos, los abrazos que les daban, etc.
Pero lo que no pude conectar con aquellos quince niños lo compensé con los otros niños de la aldea, a quienes me fui encontrando cada vez que salí a recorrer. Por lo que pude ver, los demás de mi grupo casi que no interactuaron con nadie más aparte de con aquellos quince niños, mientras que yo me hice amigo de casi todos los niños de la aldea. No importó que no pudiese comunicarme con ellos; la sonrisa y la intención de jugar y pasar un lindo rato juntos fueron más que suficientes.
Después de dar la clase empecé a caminar el trayecto habitual de 200 metros para volver a la cabaña por mi cuenta. A mitad de camino me crucé con un grupo de niños hmong jugando en una pila de rocas.
¿Acaso no son increíbles los niños? Es fascinante para mí notar cómo se adaptan al ambiente en el que están y se la rebuscan para encontrar una forma de entretenerse como sea. Los de ciudad se divierten jugando con la PlayStation, la Switch, el ordenador o el móvil. Mientras tanto, los de montaña corretean al costado de la ruta, se montan a los árboles y a pilas de rocas.
Hablando de los niños siendo increíbles, hay varias cosas que nunca vas a ver a niños haciendo en una ciudad dado que los adultos han decidido restringirles ciertas libertades. Pero en la aldea estas restricciones no existen, con lo cual es posible ver, por ejemplo, niños conduciendo motocicletas:
A las 10:30 visitamos un edificio —un centro cultural— que tenía varias decoraciones hmong.
Una hora más tarde volvimos al comedor para almorzar.
Los vietnamitas tienen una cultura fuerte de siesta después del almuerzo, así que a las 13:00 estábamos todos en la cabaña para descansar en la cama o dormir una siesta.
A las 14:00 aparecieron los niños hmong en nuestra cabaña: nos venían a buscar dado que a las 14:30 arrancaría una segunda clase en el comedor—esta vez en idioma vietnamita y sobre aptitudes sociales.
A las 15:30 volvimos al centro cultural para pintar unos tablones de madera, a modo de usarlos como elementos decorativos.
No lo mencioné antes, pero si has observado detenidamente las fotos de los niños que te he mostrado hasta ahora a lo mejor ya te has dado cuenta: los habitantes de esta aldea son bastante pobres comparado con la gente que vive en ciudades. Viven en casas muy humildes con las pertenencias más básicas y esenciales, y se ganan la vida trabajando en los campos y plantaciones alrededor de la aldea.
Había un grupo de tres niños en particular que parecían pertenecer a una de las familias más pobres de toda la aldea. Aún así, sonreían y jugaban conmigo como cualquier otro niño. Para referencia futura —debido a que estos niños aparecerán seguido en mis entradas ya que son con los que más me relacioné— démosle un nombre a esta familia: Krung.
A los tres hermanos Krung los conocí por primera vez aquella tarde, dado que aparecieron para saludarnos mientras estábamos pintando en el centro cultural.
Algunos datos interesantes sobre los hermanos Krung:
- En realidad eran cuatro, pero la hermana mayor se casó a los 12 años y se fue a vivir con el marido (recuerda que casarse a esta edad no es raro en minorías étnicas como los hmong, los gitanos, etc.).
- La hermana mayor después de la que se casó tiene 8 años. No va a la escuela dado que debe ayudar a sus padres con el trabajo. Es la única persona que conocí de la aldea que no sabe hablar vietnamita (solo habla el idioma nativo de los hmong).
- Los dos hermanos menores tienen 6 (el varón) y 5 (la pequeñita).
- Los padres tienen 32 (el hombre) y 28 (la mujer).
A las 16:00 fuimos con los niños a visitar un campo de fútbol que el gobierno había hecho construir en la aldea para el entretenimiento de los aldeanos.
Entramos al campo y nos pusimos a jugar un rato allí con los niños.
Las dos más pequeñas nos hacían reír con sus payasadas:
A las 17:00 nos trepamos a una pequeña colina y nos sentamos allí un rato.
A las 17:30 mientras caminaba solo me volví a cruzar con los niños tiernos que había visto antes jugando en la pila de rocas. Esta vez estaban trepados a un árbol.
Cada vez que yo les hablaba en inglés —e.g. «are you playing?» o «can I take a picture?»—ellos se reían y repetían lo mismo que yo decía, lo cual era muy gracioso para mí.
Empezamos a jugar a que yo los tenía que perseguir. Al parecer eran hermanos y vivían en la casa que estaba al lado del árbol al que habían trepado. En un momento entraron todos a la casa, y yo decidí aventurarme a entrar también.
En el sur de Estados Unidos cualquiera que viese a un extraño jugando con sus hijos y persiguiéndolos hasta la casa le dispararía con una escopeta sin pensarlo dos veces. En el resto del Occidente probablemente llamarían a la policía. Mientras tanto en esta aldea lo único que hizo el padre de los niños cuando me vio dentro de su casa jugando con sus cinco hijos fue lanzarme una sonrisa.
A las 18:00 volví a la cabaña. Los niños me siguieron así que continuamos jugando allí también.
Una hora más tarde fui con el grupo al comedor para cenar.
Después de la cena los niños hmong hicieron su show.
Todos estábamos cansados dado que nos habíamos levantado bastante temprano, así que vimos a los niños bailar un rato y a eso de las 21:00 nos despedimos para ir a dormir.
Ame,
Kato
Alta cancha de futbol se mando el gobierno!