Kara Ema:
El lunes a las 7:30 me levanté con las caritas de los hermanos Krung observándome desde la puerta de la cabaña.
Al rato fuimos a desayunar. Los hermanos Krung nos siguieron hasta el comedor.
A eso de las 9:00 arrancó una actividad para los niños, preparada por nuestro equipo: colorear bolsas de papel, que luego ellos se podrían quedar y utilizar para guardar lo que quisieran.
Cerca de las 11:00 salí del comedor con algunos de los niños para ir a hacer una caminata.
En un momento pasamos por la casa de uno de los niños, así que le pregunté si podía entrar a verla por dentro. Me dijo que sí (todo a través de señas y gestos dado que no hablábamos el mismo idioma).
En los cinco minutos que estuvimos dentro de aquella casa, lo vi al niño que vivía allí —que no tendría más de 8 años— manipulando un machete y un encendedor para prender el fogón.
Por lo que pude observar, las casas de los aldeanos hmong cuentan con al menos un espacio para cocinar con un fogón, y un espacio para dormir con un colchón y una red antimosquitos.
A las 11:30 volvimos al comedor, jugamos al Uno con algunos de los niños, y luego almorzamos.
Después de almorzar volvimos a la cabaña a descansar un rato.
A las 14:30 salí a pasear por la aldea yo solo. Sabía que no iba a tardar en cruzarme con niños jugando solos afuera de alguna casa, y efectivamente eso es lo que ocurrió en una de las primeras casas por las que pasé.
Se trataba de cuatro niñas pequeñas. La mayor no parecía tener más de 7 años, y la menor quizás 4. Dos de ellas no llevaban nada puesto desde la cintura para abajo. La gran mayoría de los niños pequeños (menores de 6 años) con los que me crucé en la aldea iban desnudos o semidesnudos como estas dos niñas.
Las niñas estaban jugando frente a su casa. No parecía haber ningún adulto cerca—sus padres probablemente estarían trabajando en el campo. Me acerqué a ellas con una sonrisa, la cual me devolvieron. Les empecé a hacer fotos, y luego las empecé a perseguir. Ellas me siguieron el juego, correteando alrededor de la casa mientras yo las perseguía.
En un momento una de las niñas —la más pequeña— se tropezó mientras corría y se largó a llorar. Yo corrí rápidamente hacia ella para levantarla del piso y calmarla. Cuando dejó de llorar continué un rato más el juego de perseguir a las otras mientras cargaba con la pequeña en mis brazos.
Mientras hacía esto pasé por la casa de un vecino. Había dos adultos sentados frente a la casa. Los miré con cautela para ver como reaccionarían a un extraño cargando en brazos a la hija semidesnuda de su vecino y persiguiendo a las otras tres. Tras recibir un caluroso saludo acompañado de una sonrisa sabía que no tenía nada de qué preocuparme. No estaba en el prejuicioso, receloso y paranoico Oeste, sino en el amistoso, relajado y humilde Este.
Al rato me despedí de las niñas y continué mi paseo por la aldea. No tardé en cruzarme con más niños; esta vez unos que estaban trabajando en el campo junto a su padre. Los saludé, tomé una foto de uno de ellos y seguí mi camino.
Mi idea era hacer todo el bucle cosa de pasar por la mayor parte de la aldea y luego terminar en el mismo punto donde había arrancado (la cabaña), pero cuando estaba más o menos por la mitad me empecé a cruzar con varios perros que, dado que no me conocían, se me acercaron y me ladraron como diciendo «si das un paso más te despedazo a mordiscazos».
Por suerte unos niños les tiraron piedras a los perros para que retrocedieran, pero igualmente decidí que no iba a poder pasar por allí sin arriesgar demasiado mi propia vida, así que terminé abandonando la idea de hacer el bucle y volví por el mismo camino por el que había venido.
A las 15:00 pasadas llegué al comedor, donde estaba el equipo dando una nueva clase a los niños hmong, en la cual los niños aprenderían una canción en vietnamita llamada Em Là Bông Hồng Nhỏ («Soy una pequeña rosa»).
A las 19:00 cenamos y tres cuartos de hora después nos pusimos a ver el show diario de los niños hmong. Esta noche incluyó baile, canto e incluso modelaje.
A las 21:00 pasamos por la tienda de comestibles para comprar unas cosas antes de volver a la cabaña a dormir.
Ame,
Kato
Tenes que hacerte amigo de los perros, llevale comida jajaja