Kara Ema:
El sábado a las 7:30 desayuné con la familia. Souvanh llamó a Sophie a través de la cámara con micrófono que tiene instalada en su dormitorio, la cual puede controlar y ver desde su teléfono. Para un niño de 2 años como Samuel pienso que tiene sentido una cámara en su cuarto, pero una niña de 7 necesita (y tiene derecho a tener) aunque sea un mínimo grado de privacidad e independencia de los padres.
Cuando terminamos de desayunar, le pregunté a Sophie si quería ver el regalo que le había comprado. Inmediatamente su rostro se iluminó y entre sonrisas me soltó un sí. La hice seguirme hasta mi cuarto, esperar afuera, y entré a buscar la bolsa que había dejado preparada con el regalo de despedida para ella y para su hermano: una caja de Bon o Bon y dos figuras de Sanrio.
Kitty estaba disfrazada de conejita rosa, lo cual era una coincidencia perfecta dado que mi apodo afectivo para Sophie era «pink bunny». Ahora ella tendría su propio pink bunny para recordar a su amigo que la llamaba pink bunny.
A las 8:00 pasadas metí mi maleta en el coche y Souvanh me llevó hasta la terminal de autobuses. Samuel y Sophie se sentaron conmigo en el asiento trasero. Venían todos a despedirme, menos Steven que se tuvo que quedar dado que justo había venido un amigo de él a visitarlo.
Tras despedirme de Sophie y de Souvanh con un abrazo, a las 8:30 me subí al… ¿autobús? Bueno, no sé como llamarlo la verdad porque más que un autobús era una camioneta a la que le habían instalado un techo, paredes y unos asientos para sentarse. Muy rústico todo.
El viaje duró cuatro horas y me costó ₭140k (~US$6). No hubo ninguna parada para ir al baño o para comprar algo para comer, así que me tuve que aguantar. Sí hubo un par de paradas para recoger y dejar gente.
En el punto en que más pasajeros hubo, en total éramos alrededor de diez personas. Todos los demás se la pasaron con sus teléfonos, mientras que yo estuve las cuatro horas leyendo.
Una bella y provocativa historia de amor entre dos personas improbables y la relación duramente ganada que los eleva por encima del laboratorio de metanfetamina del Medio Oeste, telón de fondo de sus vidas.
Como hija de un traficante de drogas, Wavy sabe que no debe confiar en nadie, ni siquiera en sus propios padres. Es más seguro mantener la boca cerrada y no dejarse ver. Wavy, de ocho años, es la única adulta responsable a su alrededor. Obsesionada con las constelaciones, encuentra la paz en el cielo nocturno estrellado sobre los campos detrás de su casa, hasta que una noche su contemplación de las estrellas provoca un accidente. Tras presenciar el accidente de su motocicleta, entabla una inusual amistad con uno de los matones de su padre, Kellen, un ex convicto tatuado con un corazón de oro.
Cuando Wavy es adolescente, su relación con Kellen es lo único tierno en un mundo brutal de adictos y libertinaje. Cuando la tragedia desgarra a la familia de Wavy, una tía bienintencionada interviene, y lo que es hermoso para Wavy se ve feo bajo el escrutinio del mundo exterior. Todas las cosas feas y maravillosas, de Bryn Greenwood, desafía todo lo que sabemos y creemos sobre el amor.
Goodreads
La novela relata la historia de amor entre una niña y un hombre, que se iban a casar tan pronto ella cumpliera los 14 años pero gracias a —o debería decir por culpa de— la intervención de la tía el hombre termina en la cárcel en lugar del Registro Civil, y la niña acaba con el corazón destrozado. Ambos siguen enamorados y pensando en el otro durante los diez años que el hombre está en prisión, y no te puedo decir cómo sigue porque aún no la terminé.
A las 12:30 llegué a la estación de autobús de Thakhek, un pueblo laosiano en la frontera con Tailandia.
A las 13:00 almorcé una sopa de fideos con los últimos kip que me quedaban (₭40k; US$1,8). También pagué el billete del siguiente autobús que me tomaría para ir hacia Tailandia (₭52k; US$2,4).
A las 14:30 salimos de la estación de Thakhek y a las 16:20 llegamos a la estación de Nakhon Phanom, un pueblo vecino del lado de Tailandia. En el medio de estos dos pueblos fluye el río Mekong, el cual hace de frontera entre Tailandia y Laos.
Tailandia era uno de los países del Sudeste Asiático al que más tenía ganas de regresar. Lo volví a encontrar igual que como lo dejé: con las imágenes del rey por todos lados, las balanzas, los vendedores de billetes de lotería, las tiendas de cannabis y la gente reservada pero simpática.
Lo primero que hice fue ir caminando hacia mi hotel para dejar mi maletota. Por suerte solo quedaba a 15 minutos a pie desde la estación.
A las 18:00 volví a salir.
Primero fui a la estación de autobús de vuelta, dado que me había olvidado de averiguar a qué hora salía el que me tendría que tomar al día siguiente para seguir mi viaje a mi destino final.
Cuando llegué vi que no había nadie en recepción, así que le pregunté a la Señora del Baño cuándo regresarían. Me hizo señas de que estaban comiendo y que tenía que esperar, así que me senté y me puse a leer mi libro.
Una hora más tarde me volví a parar y me dirigí esta vez a otra persona, quien me informó que los de la recepción habían terminado su jornada laboral y no regresarían hasta el día siguiente. Cuando le dije a dónde quería viajar, me llevó hasta un lugar donde había un cartel que decía los horarios del autobús: 7:30 y 10:30. Le agradecí y me fui.
Odio a las Señoras del Baño. Te piden dinero por algo que debería ser gratis y encima te informan mal. Me pregunto si lo habrá hecho a propósito para hacerme quedar mucho tiempo en la estación en plan de hacerme usar el baño y pagar los 5 bahts que pedía para entrar. De todas formas no fue realmente tiempo perdido dado que estuve leyendo.
A las 19:30 pasé por un 7-Eleven y me compré un par de cosas para comer, tanto durante mi paseo por el pueblo como cuando llegara al hotel.
Cuando vi a estas niñas me les acerqué cautelosamente, dado que no había interactuado mucho aún con niños tailandeses y no sabía cómo eran. A diferencia de los niños vietnamitas, indonesios y filipinos, los tailandeses normalmente son más reservados y no se acercan a saludarte, pero una vez que toman confianza pueden ser muy amistosos y cariñosos. Ese fue el caso con estas niñas.
Eran cinco. La más pequeña tendría 3 años; la más grande quizás 9. Al principio se mostraron algo tímidas, pero no tardaron en tomar confianza y querer jugar conmigo. Como siempre con los niños, la barrera del idioma no fue impedimento para la diversión.
Jugamos a perseguirnos, hacernos cosquillas, piedra, papel o tijera, esa clase de cosas. El espacio alrededor de la estatua era grande y no había mucha gente cerca, así que tuvimos lugar de sobra para correr y jugar sin molestar a ninguno de los visitantes del templo.
Nunca supe si eran todas hermanas o eran amigas, ni tampoco quiénes eran los padres o personas a cargo de ellas, dado que ningún adulto se acercó a saludarme. Probablemente estarían en otra parte del templo, observando a las niñas desde lejos.
A los niños les encanta hacer y decir «fuck you» y otras groserías, dado que saben que se supone que no deberían hacerlo y que a los adultos no les gusta que lo hagan. Los términos escatológicos también son favoritos de los niños por esta misma razón.
Otra cosa que a los niños les interesa naturalmente —sobre todo cuando se dan cuenta de que los adultos no quieren que lo sepan— es lo relativo a la sexualidad y las partes privadas. Por eso no me sorprendí cuando una de las niñas me pellizcó la cola y otra intentó llevar su mano a mi entrepierna. Sophie también solía jugar a pegarme en la cola (y yo a ella).
Mientras más intentas ocultarle o prohibirle algo a alguien, más curiosidad despiertas en él sobre ello. Es la paradoja de lo tabú; el efecto de la fruta prohibida.
Es un fenómeno curioso que los seres humanos se sientan a menudo atraídos por algo que no pueden o no deben tener. Ya sea copiando en un examen, comiendo comida basura o gastando demasiado en compras, nos fascina el encanto de lo prohibido.
Para muchos de nosotros, cruzar los límites y desafiar las normas sociales tiene algo de irresistible. Esta dinámica puede observarse ya en la infancia: incluso los niños pequeños exploran el mundo con intensa curiosidad y deleite, deseosos de probar cosas nuevas y romper las reglas.
[…]
El efecto de la fruta prohibida es el nombre que recibe la tendencia humana a desear algo más si está prohibido o es difícil de conseguir. […]
Puede observarse en muchos ámbitos distintos de la vida, desde las relaciones sentimentales hasta los hábitos alimentarios. Algunos nos sentimos más atraídos por personas fuera de nuestro alcance de alguna manera, ya sea porque ya tienen pareja, tienen un estatus social diferente o viven demasiado lejos. Y en lo que se refiere a la comida, a menudo nos apetecen cosas que son malas para nosotros, lo que nos lleva a tomar decisiones alimentarias que sabotean nuestra salud.
Hay varias explicaciones posibles del efecto de la fruta prohibida. Una de ellas es que los seres humanos buscamos la novedad y la emoción, y que todo lo que está prohibido nos brinda la oportunidad de ambas cosas.
Otra opción es que queramos lo que no podemos tener porque nos parece un reto, y a los humanos nos encantan los buenos retos.
Por último, se podría argumentar que el efecto de la fruta prohibida refleja nuestro deseo humano básico de autonomía y autoexpresión.
Sea cual sea el motivo, una cosa está clara: queremos lo que no podemos tener porque nos hace sentir bien, al menos en ese momento.
[…] Como romper las normas y traspasar los límites es inusual, está menos «disponible» en nuestra mente y nos parece más excitante.
Además, hacer algo considerado tabú crea una emoción única porque violamos las normas sociales. Esta sensación de emoción y aventura puede crear adicción y llevarnos a buscar comportamientos de riesgo.
Bottomline Talks
Según los metadatos de mis fotos, en total estuve media hora jugando con las niñas, desde las 20:10 hasta las 20:40. La única razón por la que paré fue porque al parecer se tenían que ir, si no podría haber seguido toda la noche con tal de ver esas sonrisas.
Gracias Señora del Baño por haberme hecho quedar una hora en la estación—de no ser por eso a lo mejor jamás me habría cruzado con estos cinco ángeles.
Continué con mi caminata un poco más.
A las 21:00 volví al hotel.
El domingo me tomé el autobús de las 7:30 hacia Khon Kaen. El viaje duró seis horas y tampoco hubo paradas para ir al baño, sino solo paradas cortas para que bajara y subiera gente. Me costó ฿257 (~US$7,5).
Khon Kaen no era mi destino final; todavía me quedaba un autobús más que tendría que tomarme. Tan pronto como me bajé en la estación, fui a preguntar a qué hora saldría el autobús hacia Chaiyaphum. Me dijeron que a las 14:30, así que me senté a esperar.
Dado que era una furgoneta y no tenían lugar para las maletas, me hicieron pagar dos boletos: uno para mí y otro para mi maleta. En total me costó ฿280 (~US$8).
A las 16:30 me bajé en Chaiyaphum. Dara, mi anfitriona, ya estaba allí esperándome para llevarme a su aldea.
Khon Kaen es una ciudad de más de 100 mil habitantes. A 100 kilómetros al oeste queda Chaiyaphum, un pueblo de 60 mil habitantes. A 40 kilómetros al sur se sitúa Ban Khwao, una aldea de 8000 habitantes. Allí es donde estaré haciendo voluntariado durante las próximas dos semanas.
A las 17:00 llegamos a la casa de Dara y me mostró la que sería mi habitación. Me dijo que podía dejar todo allí, me dio las llaves para echar el cerrojo y me indicó que la siguiera de vuelta al coche dado que iríamos a cenar afuera.
Enseguida volvimos a salir y llegamos al restorán donde cenaríamos barbacoa tailandesa o mu kratha.
Mu kratha (tailandés: หมูกระทะ) es un método culinario del sudeste asiático, originario de Tailandia. En Filipinas, Singapur, Malasia y Myanmar se conoce como mookata. En Laos, se conoce como sindad.
En la cúpula del centro se asan las lonchas de carne (casi siempre de cerdo) mientras las verduras y otros ingredientes, como las albóndigas de pescado, se cuecen en la sopa. La olla caliente se asienta sobre un cubo de carbón encendido que asa o hierve los alimentos. Los mejores alimentos para este método de cocción son el cerdo, el pollo, el cordero, el marisco, las verduras y las setas. El tradicional mu kratha tailandés suele servirse con nam chim suki, una popular salsa para mojar.
Wikipedia
Ni siquiera había atardecido todavía y era supertemprano para cenar para mí, pero parece que para ellos es normal cenar a esta hora.
La barbacoa me pareció excelente, pero habían pedido demasiado. Al cabo de dos horas yo ya estaba lleno, pero seguimos comiendo igual hasta que casi no quedó nada. Lo que más me gustó fue la salsa en donde sumergíamos la carne, llamada nam chim. Le daba un gusto megasabroso.
Nam chim o nam jim (en tailandés: น้ำจิ้ม) es el nombre tailandés para referirse a la salsa para mojar. También puede llamarse a una amplia variedad de salsas para mojar en la cocina tailandesa, y muchas de ellas son una combinación de sabores salado, dulce, picante y ácido.
Esta salsa contiene generalmente ajo, salsa de pescado, azúcar, jugo de limón y chiles ojo de pájaro. Las variaciones de esta receta básica encuentran su uso como dips y como parte integral de muchos platos. Muchos de los ingredientes de un nam chim se cortan finamente o se machacan en un mortero o, de una forma no tradicional, se muelen en una licuadora.
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En un momento aparecieron los sobrinos (o nietos o sobrino nietos, no me quedó muy claro) de Dara, quienes cenaron con nosotros. También nos acompañaba una amiga de Dara. Durante toda la cena —la cual duró tres horas— Dara se pasó charlando con su amiga, mientras sus sobrinos se lo pasaron en completo silencio, a menudo chequeando sus teléfonos.
Los sobrinos eran una niña de unos 12 años y un varón de unos 8. Me resultó muy chocante el hecho de que no hayan emitido casi ni una sola palabra durante las tres horas que estuvimos allí. No se interesaron ni un poco en hablar conmigo, ni se molestaron en hablar o siquiera mirarse entre ellos mismos. No me saludaron cuando llegaron ni me despidieron cuando se fueron. Yo le hablé a la niña una sola vez para preguntarle el nombre, pero inmediatamente comprendí por su lenguaje corporal que no me quería hablar así que ni siquiera pasé a la siguiente pregunta de la edad.
A las 20:00 me dejaron en la casa y me fui a mi cuarto.
Atrás quedaron el frío y el viento de Lak Sao, para ser reemplazados por el sol y el calor de Ban Khwao. Aunque a decir verdad las temperaturas aquí son bastante plácidas durante el día. Hace calor, sí, pero no tanto para transpirar y ser inaguantable.
Atrás quedó Sophie, 600 kilómetros atrás para ser exacto. Te echaré de menos, conejita rosa.
Ame,
Kato
Jajaja la señora del baño.. por lo que entendi, se salio con la suya!
Como iba bajando la cantidad de gente por pueblo jajaja