Vuelta a Europa y primera vez en Escandinavia: Oslo, Noruega

Kara Ema:

El viernes salí del hotel a las 5:20 y caminé hacia Khlong Toei.

A esta hora es común cruzarse con monjes budistas descalzos haciendo su peregrinación diaria

Cerca de las 6:00 pasé frente a la casa de mis amigas, y justo me la encontré a Kalaya junto a Prisana y a su padre, quien estaba vestido con un uniforme de policía. Le pedí al padre que esperara un momento mientras yo escribía algo en el traductor automático.

En una mano sostuve el Pikachu que había construido, y en la otra mi teléfono con el traductor automático traduciendo el siguiente texto a tailandés: «¿Podrías darle esto a uno de los niños de aquí? ¿O dejar que tus hijas se lo den? Tengo que ir al aeropuerto ahora así que no podré dárselo yo.»

Tan pronto como lo vio, Kalaya exclamó «¡Pikachu!». Se lo di para que ella lo cuidara y se lo diera a su dueño más tarde cuando se encontraran para jugar. Espero que me haya entendido. Lo que no sé si habrá entendido es que esa sería la última vez que me vería.

Kalaya siguió a su padre a su hermana hacia su casa. Me dirigió la mirada y me saludó con un gesto de la mano por última vez antes de cerrar la puerta. Tan pronto como dejé de verla me eché a llorar.

Durante la semana que había estado viniendo a este barrio había conocido a un montón de niños, que habían jugado conmigo, héchose fotos conmigo, reído conmigo y llamado afectuosamente «pi» (hermano mayor).

Muchos de ellos seguramente tenían esperanzas de volver a verme aquella tarde de viernes después de la escuela, y yo también pensé que los vería dado que no fue hasta la noche del jueves que me di cuenta de que mi vuelo era el viernes y no el sábado como había estado pensando toda la semana que era. Por eso es que tuve que levantarme a las cinco de la mañana para ir a entregar el Pikachu antes de ir al aeropuerto a coger mi vuelo. Ya no tendría más tiempo ni oportunidad de volver a ver a los niños o jugar con ellos antes de tener que dejar Tailandia.

Y lo peor es que no solo estaba dejando Tailandia sino Asia, para volver a Europa. En Europa no podría hacerme amigos niños fácilmente y casi todos los días como había estado haciendo en Asia. No podría visitar más escuelas ni jardines ni fundaciones. Por todo esto es que no pude evitar regar las mejillas mientras hacía mi última marcha por el barrio a las seis de la mañana.

Davika, Kalaya, Prisana, Sakchai, Kiat, Rutna, y todos los otros a los que no les asigné nombres (en realidad nunca supe los verdaderos nombres de ninguno de ellos, o al menos nunca los recordé lo suficiente como para utilizarlos), los echaré a todos mucho de menos y espero volver a encontrarlos algún día en el futuro.

A las 6:15 llegué a la entrada al barrio y desde allí me tomé una mototaxi (Grab) hasta el hotel (฿11; ~US$0,3). Normalmente habría caminado dado que eran solo veinte minutos, pero no quería correr el riesgo de perder el vuelo. Llegado al hotel hice el check-out y me fui con la maleta a tomar el Skytrain hasta Phaya Thai (฿47; ~US$1,4).

A las 7:00 me tomé desde Phaya Thai el Airport Rail Link, un tren que llegaba hasta el aeropuerto en media hora (฿45; US$1,3). Cuando llegué hice el check-in en mi aerolínea (Norse) y pasé seguridad para ya posicionarme cerca de la puerta de embarque de mi vuelo.

Aeropuerto Internacional Suvarnabhumi

A las 10:00 despegó mi avión hacia mi siguiente destino: Oslo, Noruega.

Oslo, llamada Christiania (de 1624 a 1897) y Kristiania (de 1897 a 1925) –»Cristianía» en español–, es la capital y la ciudad más poblada de Noruega, además de ser su centro político, económico y cultural. Políticamente constituye un municipio y a la vez una de las diecinueve provincias del país. Según el censo del 21 de noviembre de 2018, su población era de 673 469 habitantes. Es la tercera ciudad y área urbana escandinava más poblada, solo superada por Copenhague y Estocolmo.

Wikipedia

Si bien visitar Escandinavia estaba en mis planes hace rato, la razón por la cual elegí Oslo ahora fue más bien pragmática. Es que había encontrado un vuelo directo (de 13 horas) desde Bangkok a Oslo que estaba barato (~US$350), por eso lo tomé. Pero en realidad el motivo por el cual he regresado a Europa es para pasar las fiestas con mi hermana en Alicante, España. En Oslo solo estaré de paso por tres días.

Dado que tendría que pasarme la mitad del día en un contenedor gigante de chapa a diez mil metros de altura, me preparé cosas para hacer para no morirme del aburrimiento. Fui alternando entre las tres siguientes actividades:

  1. Ver la segunda temporada de House of the Dragon (La casa del dragón).
  2. Leer el libro The Fear of Child Sexuality: Young People, Sex, and Agency (El miedo a la sexualidad infantil: Jóvenes, sexo y agencia), de Steven Angelides.
  3. Dormir.

Llegué a ver tres episodios y medio de la serie, y a leer dos capítulos del libro (prólogo y primer capítulo).

El primer capítulo se llamaba The Uncanny Sexual Child (El extraño e inquietante niño sexual) y trataba mayormente sobre el pánico moral que había tenido lugar en Australia luego de que un artista (Henson) exhibiera una fotografía de una niña de 13 años (N) desnuda.

[…] aparecía una única imagen de la exposición de una niña de trece años desnuda, con los pechos incipientes y las manos cubriéndole las pudendas. […] Empezaron a llover las llamadas abusivas. «Sois todos unos pornógrafos»; «Sabemos dónde estáis»; «Vamos a quemar la galería». [La policía] pidió que suspendieran la exposición «para permitir que se investigara la legalidad de las fotos».

[…] la policía de Nueva Gales del Sur decidió finalmente no presentar cargos contra Henson ni contra la galería. La junta concluyó que la imagen en cuestión era «leve y justificada por el contexto… y… no sexualizada en ningún grado».

La preocupación por la vulnerabilidad y la privacidad no se refería tanto a las imágenes de desnudos infantiles en sí mismas como a la mirada de los adultos —pedófilos o no— que presencian la exposición del niño desnudo. Una de las principales preocupaciones es que la repetida circulación y exhibición pública de las imágenes pueda volverse en contra de los niños desprevenidos e inconscientes, provocándoles vergüenza y traumas en el futuro. […] A otros comentaristas les preocupaba que la polémica sobre si las imágenes son arte o pornografía pudiera avergonzar inadvertidamente al cuerpo desnudo de N y, por asociación, a otros cuerpos jóvenes. Leslie Cannold, especialista en ética de Melbourne, se preguntaba retóricamente: «¿Podemos permitir que los adolescentes se sientan orgullosos de su cuerpo y su sexualidad o, al condenar como pornográfica la fotografía de esos cuerpos, insistiremos siempre en la vergüenza?».

La pieza concluía con una declaración a N destinada a reconducir la vergüenza implícita en la postura anti-Henson: «Eres hermosa, cariño. Siéntete orgullosa. Dentro de unos años serás admirada. . . . Encuentra en tu corazón la forma de perdonar a los adultos. Somos nosotros, no tú, los que estamos equivocados». […] «Decir a estos niños que sus formas son ofensivas, peligrosas y forraje para pederastas es la enfermedad». […] «Cualquiera que haya visto la obra de Bill Henson sabe que estas imágenes son poéticas y en ningún caso pornográficas. Los jóvenes deberían estar orgullosos de sus cuerpos, no avergonzarse de ellos».

[…] La imagen de Henson ha desenterrado algunos sentimientos o ideas extremadamente perturbadores sobre el niño sexual que algunos adultos preferirían haber mantenido enterrados. […] Una de las características más discutidas de la fotografía de Henson es la captura de N en el umbral, o punto liminal, entre la infancia y la edad adulta. De hecho, este aspecto de la imagen de la adolescencia naciente se describió repetidamente como «inquietante». Al transformarse en su opuesto, el adulto, el nacimiento de N en el mundo de la edad adulta se ve acechado por la muerte o agonía de su infancia.

[…] Recuerdo una experiencia insólita de adolescente en una cena de amigos de mis padres, cuando me encontré con una niña de ocho años que me hacía confidencias y me relataba con todo lujo de detalles, y con gran deleite, sus hazañas sexuales con un hombre de treinta años. «Me mete su ubre en mi ubre», decía sonriendo. La mezcla de la infancia y la edad adulta en el ámbito de la sexualidad me pareció intensamente desconcertante.

[…] Hace sólo unas décadas, las ideas de niños precoces, seductores y eróticos eran habituales, sobre todo en relación con los adultos. Sin embargo, con la llegada del movimiento feminista contra el abuso sexual infantil, esta representación de los niños ha quedado desacreditada. Cualquier insinuación o sugerencia del niño sexual precoz suele ser recibida en el discurso contemporáneo con intensa vergüenza y horror. El escándalo que rodea a las imágenes de Henson refleja, como mínimo, una crisis cultural de significado con respecto a la infancia normativa y al lugar que ocupa la sexualidad en ella.

La revelación de la sexualidad infantil es tan perturbadora que apenas puede articularse en el actual clima de pánico a la pedofilia y al abuso sexual infantil. De hecho, al comentar el escándalo Henson, Kylie Valentine señaló que «se ha hablado muy poco de la sexualidad de los adolescentes». […] Por lo tanto, ha sido en gran medida la figura del niño sexualizado, más que sexual, envuelto en un lenguaje emotivo de miedo, aversión y pérdida, la que ha dominado el debate público.

[…] ¿Por qué se ha debatido tan poco sobre la sexualidad infantil y adolescente? ¿Cómo es posible que nos enfrentemos de forma tan evidente a una imagen que evoca la pubertad y la sexualidad adolescente incipientes, o al menos el desarrollo sexual, y sin embargo nos dediquemos a hablar únicamente de todas esas otras preocupaciones de los adultos?

[…] Hemos oído hablar mucho de los niños como objetos sexuales.Pero si hemos de aceptar el consenso entre los comentaristas de que la cosificación sexual de los niños está mal, entonces el «despertar sexual de los niños» que se cita y al mismo tiempo se elude en el debate público no se refiere a los niños como objetos sexuales, sino a los niños como sujetos sexuales.
La subjetividad de N se eclipsó por completo en el debate público, y se la estereotipó como la púber vulnerable que despierta sexualmente. Rutinariamente reducida a la categoría indiferenciada de Niña, fue despojada de toda complejidad subjetiva y se convirtió en una pantalla para innumerables proyecciones adultas.

Cuando [la policía] declaró que no había «nada en las fotografías de la niña y su entorno… que pudiera describirse justamente como que proporcionaba un contexto sexual a su imagen» […] eludieron de hecho la subjetividad sexual de N y su papel en la cocreación de la imagen. No se consultó a N como parte de estas deliberaciones. Simplemente se pronunciaron sobre ella. Los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley y los comentaristas adultos se apropiaron de su sexualidad, o de su «despertar sexual», con el fin de esgrimir ciertos argumentos sobre la ley, la moral, el arte, la pornografía, la sexualización y la infancia, y para esgrimir argumentos sobre la propia N (y sobre cualquier otra niña de trece años, implícitamente), sin conocerla ni experimentarla como persona única.

[…] al plantear el espectro de este sujeto fantasmal —la niña que se prestó a ser fotografiada desnuda, que aceptó que se exhibieran públicamente imágenes suyas y que podría tener la resistencia y los medios para hacerlo de forma competente—, Henson ejerció presión sobre nuestras preciadas construcciones de inocencia infantil y de subjetividad y agencia infantilizadas. Tengo la corazonada de que el pánico sexual a Henson tiene que ver tanto —quizá incluso más— con los efectos de incomodidad provocados por este sujeto sexual infantil como con la preocupación de que los adultos sexualicen y cosifiquen a los adolescentes desnudos.

[…] La llamada histeria es, por tanto, performativa. No sólo sirve para expresar las ansiedades y temores de los adultos ante la explotación de los niños. Entre otras estrategias defensivas -intencionadas o involuntarias- se encuentran la desviación de la atención y el desvío de la mirada adulta no sólo de la figura de la niña como objeto sexual, sino de ella como sujeto sexual.

[…] ¿Qué vamos a hacer con el hecho de que el sujeto sexual infantil no es el receptor pasivo de la mirada adulta o de la sexualidad adulta o de los marcos sexuales adultos? A menudo les devuelve la mirada, les habla, les toca y, de hecho, inicia y conspira con los adultos, por no mencionar que a menudo se desnuda para ellos o tiene relaciones sexuales con ellos voluntariamente (con o sin el consentimiento de los padres, con o sin consentimiento «informado»).

[…] aparte de intentar encasillar a los niños en los cajones de sastre de la inocencia y la vulnerabilidad, como cultura no parecemos saber qué hacer con la diversidad de sus subjetividades sexuales autónomas, eufóricas, resistentes, a menudo disidentes y a veces competentes y resistentes. Parecemos evitarlos, infantilizarlos, homogeneizarlos, marginarlos, trivializarlos o ignorarlos, todo ello en el proceso de circunscribirlos y regularlos. En estos escenarios sólo se legitima (impone) a un niño, y es el niño inocente y vulnerable.

[…] Propongo que el niño sexual agentivo es precisamente una de esas personas extrañas que atormenta a muchos adultos y desafía las epistemologías convencionales en las sociedades anglófonas contemporáneas. Los capítulos que siguen se centran en cómo nos alejamos repetidamente de un encuentro significativo con el niño sexual inquietante cuando hace una aparición tan palpable.

The Uncanny Sexual Child, The Fear of Child Sexuality

Después de leer este capítulo quería ver la foto que causó tanto escándalo, pero como ya me lo había imaginado, es prácticamente imposible encontrar la versión no censurada de esta fotografía en Internet, a pesar de que es arte —y de haber sido declarada por la policía como desprovista de índole sexual— y el arte jamás debería de ser censurado. Como las fotos que Brooke Shields hizo desnuda para la revista Playboy cuando tenía 10 años; son imposibles de encontrar ahora con la histeria colectiva que ha arrancado a fines del siglo pasado en el Occidente angloparlante y se ha extendido por todo el mundo contemporáneo.


A las 17:00 aterricé en Oslo.

Enseguida pude sentir el cambio rotundo de temperatura con respecto a Tailandia. Hacían dos grados bajo cero cuando llegué. El frío era de esperarse, pero lo bizarro es que ya era de noche, y que al parecer las noches son extremadamente largas aquí a esta altura del año: el sol sale a las 9:00 y se pone a las 15:00. Solo un cuarto del día es de día.

Lo que me encanta de viajar por Europa es que teniendo pasaporte europeo el paso por migraciones es un proceso automatizado que toma menos de un minuto: solo tienes que escanear tu pasaporte, dejar que la máquina tome una foto de tu cara y la compare con la de tu pasaporte para abrirte la puerta.

Esperar mi maleta tomó un poco más de tiempo, pero antes de las 18:00 ya estaba con mi maleta esperando el tren para ir a mi hotel.

Estación de tren Gardermoen, anexa al aeropuerto Oslo Lufthavn.

Otra cosa genial de los países europeos es que prácticamente en todos lados aceptan la tarjeta e incluso Apple Pay, con lo cual espero que durante estos tres días que estaré aquí no tenga que extraer nunca coronas noruegas de un ATM.

La corona (en noruego krone; en plural, kroner) es la unidad monetaria de Noruega. Se divide en 100 øre y su código ISO 4217 es NOK. Normalmente se abrevia como kr.

Wikipedia

El tren fue lo primero que tuve que pagar en coronas, pero por suerte pude utilizar Apple Pay así que fue solo cuestión de acercar mi teléfono al lector. El billete me costó 124 kr (~US$11).

A las 18:00 me tomé el tren en el aeropuerto y media hora más tarde me bajé en la estación central de Oslo (Oslo Sentralstasjon).

A punto de subirme al tren en la estación del aeropuerto (Gardermoen)
Oslo Sentralstasjon (también conocida como Oslo S).

En la estación había un 7-Eleven, pero era muy diferente de los 7-Eleven de Asia.

7-Eleven de Oslo S
Primera vez que veo pedazos de pizza siendo vendidos en un 7-Eleven
Y esto (Osteflette, o «trenza de queso»), que no sabía qué era cuando lo pedí pero estaba muy rico.

Las tres cosas que me compré para servirme de cena en 7-Eleven (Osteflette, Taquito, y Pizza Slice) me costaron 106 kr en total (~US$9,4).

A las 19:00 pasadas me tomé otro tren más hacia la estación más cercana a mi hotel, Grefsen (42 kr; ~US$3,7).

Tren hacia mi hotel

Algo curioso de los trenes europeos —que estoy seguro de que ya te había contado antes pero para que sepas que también se cumple aquí en Noruega— es que para entrar no tienes que pasar por molinetes sino que simplemente conservas el billete en el bolsillo hasta que un inspector pase y te lo pida. No siempre te lo piden.

Ah, y otra es que suelen aceptar que subas al tren con bicicletas o incluso con mascotas.

Persona en el tren con una bicicleta
Mapa de los vagones del tren, indicando dónde no estaban permitidos los animales (es decir que en el resto de los sitios sí estaban permitidos).

Este trayecto en tren fue mucho más corto y ágil que el primero: solo cinco minutos. Pero cuando me bajé tuve que caminar por varios minutos más antes de llegar al hotel.

Parque por el que pasé durante el trayecto a pie hasta el hotel

A las 19:30 llegué al hotel HI Oslo Haraldsheim e hice el check-in. Mi habitación era de uso compartido con seis camas. Además había una sala de duchas (una para mujeres y una para hombres), una de aseos, y una sala común con varios sillones, televisión y ordenador.

Una vez que terminé de acomodar todo y me di una ducha, fui a la sala común a escribirte.

Sala común del hotel

A las 22:00 me fui a dormir.

Ame,
Kato