Kara Ema:
Recientemente terminé de leer el capítulo 6 de The Fear of Child Sexuality, titulado Gender (Género). Ya solo me queda un capítulo de este libro repleto de reflexiones y relatos incómodos e inconcebibles para la mayoría de los adultos acerca de los jóvenes y su sexualidad.
En 2004 estalló un escándalo en Australia por la cuestión del sesgo de género en el tratamiento judicial de los agresores sexuales y las víctimas. Lo desencadenó la condena de Karen Ellis, entonces profesora de educación física de treinta y siete años, que se declaró culpable de «penetración sexual de un menor de dieciséis años». El «niño», uno de sus alumnos —Ben Dunbar— estaba a tres meses de cumplir los dieciséis años y la edad general de consentimiento en el momento de los delitos. Ellis, que inicialmente recibió una sentencia totalmente suspendida, fue inmediatamente comparada con Gavin Hopper, el famoso entrenador internacional de tenis que, sólo tres meses antes, había sido condenado a una pena mínima de dos años y tres meses de prisión por una relación sexual con una estudiante de catorce años a mediados de los ochenta.
[…] En el centro de esta controversia está la alegación de que las mujeres reciben sentencias menores que los hombres por delitos similares por dos razones. En primer lugar, los tribunales ven a las mujeres como delincuentes menos culpables y, en segundo lugar, consideran que los encuentros entre mujeres y chicos son menos dañinos debido al persistente mito patriarcal del «bastardo con suerte». Esta es la idea de que la máxima fantasía de todo chico heterosexual es acostarse con una profesora atractiva.
[…] «Por la forma en que ocurrió, se podría decir que yo era un depredador», afirmó Dunbar con seguridad a Liz Hayes en una entrevista en 60 Minutes dos años después de los delitos. «Quiero decir, fui tras ella… Me arriesgué. Y simplemente fui a por ella». Pero Hayes no quería saber nada de cualquier inversión de la fórmula estándar adulto-perpetrador/niño-víctima. «Pero sabes que eso es imposible», respondió. «Nunca puedes ser el depredador. Lo sabes, ¿verdad?». A pesar del tono arrogante y didáctico, la pregunta retórica de Hayes pone de relieve cómo una narrativa de abuso sexual infantil inevitable a menudo funciona para determinar los límites normativos de la subjetividad adolescente al mismo tiempo que censura las experiencias de los adolescentes reales.
[…] «¿No te ves como una víctima?» «Definitivamente, no», dijo convencido. Antes de la entrevista, en su carta al tribunal en apoyo de Ellis, Dunbar se adelantó a la cuestión del daño potencial y la condición de víctima, diciendo: «La única forma en que esto me afectaría es si ella fuera a la cárcel o fuera duramente condenada. Me sentiría culpable porque sé que es una buena persona… En todo momento sabía lo que hacía y quería hacerlo». […] En su declaración, Dunbar dijo que él inició la relación y que Ellis había «mostrado reticencias», pero que finalmente accedió. «Todo el mundo en la escuela pensaba que ella estaba bastante buena, y yo también», explicó. «La encontraba atractiva… así que cuando encuentras a alguien atractivo vas a por él».
[…] Sin embargo, alrededor de la sexta ofensa, la madre de Dunbar los vio subir al coche de Ellis «con aspecto de marido y mujer» y empezó a sospechar, ya que había «notado un cambio en el comportamiento de su hijo». Entonces avisó a la escuela y a la policía. Tras declararse culpable, a Ellis le impusieron una condena de veintidós meses totalmente suspendida y fue inscrita en el registro de delincuentes sexuales.
El juez John Smallwood justificó la sentencia diciendo que las circunstancias del caso eran únicas y excepcionales, entre ellas: […] «aunque el consentimiento no es una defensa, es un factor atenuante», y «no tengo motivos para dudar de que [Dunbar] era un adolescente maduro». […] Smallwood dejó claro que las comparaciones con Hopper eran inapropiadas a la hora de condenar a Ellis, dadas las significativas diferencias de cada caso.
[…] A pesar de los esfuerzos de Smallwood por restar relevancia a Hopper, una serie de artículos de prensa y declaraciones públicas insistieron en la comparación con su condena de dos años y tres meses de cárcel. El núcleo de la protesta giraba en torno a la cuestión del género y la ley, y a la idea de que la misma pena debe corresponder al mismo delito. […] Tal fue el escándalo que el director de enjuiciamientos públicos de Victoria apeló la sentencia por considerarla manifiestamente insuficiente. […] El recurso fue estimado y a Ellis se le impuso una nueva condena de seis meses de prisión.
[…] En su carta al tribunal y en varias entrevistas con los medios de comunicación, Dunbar rechazó enérgicamente y en repetidas ocasiones el apelativo de «víctima» y sus asociaciones de daño o consecuencias negativas. «En ningún momento esto ha afectado a mi vida. En todo caso, he salido ganando», dijo en una ocasión.
[…] Las afirmaciones de Dunbar sobre un resultado positivo se mantuvieron algunos años después de los delitos, así como tras alcanzar la mayoría de edad. Su experiencia positiva también se refleja en la investigación existente. Resumiendo los datos no clínicos de los últimos veinte años con respecto a las relaciones sexuales entre adolescentes varones y adultos, Bruce Rind reitera que revelan «abrumadoramente que tales relaciones se caracterizan mayoritariamente por reacciones positivas basadas en el consentimiento si no en la iniciativa, por parte del menor, con el beneficio percibido más que el daño como correlato.»
[…] La cuestión del consentimiento jurídicamente eficaz —capacidad que la ley no reconoce a los menores en este tipo de delitos— no es la cuestión decisiva en relación con la cuestión de los resultados positivos, negativos, perjudiciales, beneficiosos o indiferentes. Esto se debe a que no es la definición de esta capacidad por parte de la ley lo que determina los resultados psíquicos para el menor, sino la negociación, comprensión, integración y experiencia de esta capacidad por parte del propio menor en el contexto de sus encuentros.
[…] No sólo no hay nada que sugiera que Dunbar fuera coaccionado —cuya ausencia está correlacionada con una experiencia positiva—, sino que tampoco hay nada que sugiera una ambivalencia apreciable con respecto al sexo que mantuvo con Ellis. Las condiciones interpersonales de este escenario podrían proporcionar a Dunbar un mayor reconocimiento de sí mismo que las de una relación con un adolescente inexperto por el que podría sentir menos respeto y cuya propia adolescencia podría impedir la concesión de un reconocimiento adulto. […] desde que Ellis salió de la cárcel, y dos años después de la aventura, los dos han mantenido una relación tan estrecha que se arriesgaron a un nuevo escrutinio apareciendo en el programa 60 Minutes para confesar públicamente su amistad y su apoyo mutuo.
Uno de los efectos del cambio hacia un discurso de neutralidad de género y desigualdad de poder a la hora de enmarcar los delitos sexuales intergeneracionales ha sido, como ya hemos visto, la minimización o el desprecio de la agencia sexual adolescente. Dado que los chicos han sido los iniciadores y co-conspiradores de los encuentros sexuales en muchos de los casos de maestras de alto perfil, y que desafían de forma mucho más palpable los supuestos sobre el poder jurídico, quizás no sea sorprendente que los discursos proteccionistas de la infancia se hayan centrado en ellos. […] Gracias a la hegemonía del paradigma (feminista) del abuso sexual infantil, la narrativa del «bastardo con suerte» es rechazada de forma abrumadora porque ya no es ideológicamente aceptable afirmar que algunos chicos fantasean, disfrutan y pueden salir ilesos de los encuentros con mujeres.
[…] ¿Qué hay de problemático en reconocer a los bastardos con suerte? ¿Qué tenemos que perder —o, mejor dicho, qué nos vemos obligados a afrontar— al reconocer la posibilidad documentada de que algunos chicos puedan disfrutar e incluso beneficiarse de encuentros sexuales con mujeres mayores?
[…] Hines y Finkelhor afirman que la valoración cultural del sexo con mujeres mayores dificulta que «los chicos adolescentes y los hombres adultos admitan cualquier repercusión negativa». Hines y Finkelhor reconocen que lo contrario también puede ser cierto: «Dado que la sociedad tiende a condenar… [las relaciones entre mujeres adolescentes y hombres adultos], las adolescentes pueden describir más fácilmente los daños causados». De hecho, hay pruebas que sugieren que algunas chicas no son reacias a reinterpretar experiencias que en su momento creyeron voluntarias, pero que más tarde califican de manipuladoras y/o coercitivas. Esto es lo que parece haber ocurrido en el caso Hopper.
[…] Lo sorprendente es que muchos investigadores feministas y jueces parecen aceptar más fácilmente la veracidad de los autoinformes de quienes describen sus encuentros como negativos y perjudiciales. Es de suponer que esto se debe a que estos informes concuerdan con la definición predominante de que se trata de sexo ilegal y abusivo. Por el contrario, los autoinformes de quienes describen sus encuentros en términos positivos, beneficiosos o inofensivos son mucho más enérgicamente problematizados o descartados, a pesar de que existen abundantes investigaciones que documentan la ausencia de resultados negativos para muchos jóvenes implicados en relaciones sexuales intergeneracionales.
[La jurista Kay Levine] apoya tácitamente las opiniones de los médicos que «creen que las víctimas masculinas que insisten en que su experiencia fue positiva en realidad se han lavado el cerebro a sí mismas para racionalizar su victimización. En otras palabras, la actitud positiva que [los hombres] expresan hacia el sexo precoz no es más que falsa conciencia.» […] En resumen, Levine nos pide que convenzamos a los chicos de que sus percepciones son erróneas. Nos está implorando que neguemos la agencia sexual y la subjetividad de los adolescentes y culpa a los «guiones» sociales defectuosos de la sexualidad masculina de las percepciones engañosas de los chicos sobre sus experiencias sexuales.
[…] Por mucho que la ley haga irrelevante la capacidad de consentimiento de un menor, y por mucho que consideremos coercitivos los guiones dominantes de la sexualidad masculina en lo que respecta a su influencia en la configuración de las experiencias de algunos adolescentes varones, también es cierto que para otros chicos esos mismos guiones reflejan sus experiencias y capacidades para ejercer el poder y la agencia.
[…] Instanciar la posibilidad, por probable o improbable que sea, de un daño futuro en los casos de sexo consentido también sirve para valorizar y privilegiar el discurso del abuso sexual infantil —y su priorización del daño— cerrando o restringiendo cualquier espacio para impugnar sus afirmaciones y para reconocer (y quizás producir) experiencias y resultados alternativos. Esta forma de colonización discursiva y temporal se ve reforzada por la suposición correlativa de falsa conciencia, que se proyecta implícitamente hacia el futuro y se impone incluso a aquellos hombres adultos cuyos autoinformes retrospectivos han permanecido constantes desde la adolescencia hasta la edad adulta. Aquí podemos ver cómo estas intervenciones feministas participan en la elaboración performativa de sujetos adolescentes y en la producción de traumas futuros.
[…] La psicóloga forense australiana Rebecca Deering ha dicho que «hay que animar a los varones jóvenes a denunciar comportamientos que quizá aún no consideren abusos». En algunos casos, como el de Dunbar, esta sugerencia equivaldría a un intento simplista de lavado de cerebro: un intento forzado de reescribir sus experiencias y fomentar el trauma.
[…] Colapsar el ámbito del sexo voluntario en el del sexo coaccionado o forzado también hace caso omiso de las propias dinámicas intra e intersubjetivas, institucionales y heterosociales que constituyen cualquier encuentro sexual y lo convierten en una experiencia negativa o positiva, agradable o desagradable, beneficiosa o perjudicial, ambivalente o neutra.
[…] Para calibrar el impacto y el daño, es necesario considerar las subjetividades y las dinámicas intersubjetivas entre el «agresor» y la «víctima». En lo que respecta a Dunbar, sin embargo, su subjetividad quedó descalificada en el caso de apelación al ser asimilado a la categoría de víctima, con independencia de las convincentes pruebas en contrario y de su propia percepción.
[Dunbar] dijo con frustración en una entrevista en respuesta a un intento de descartar su subjetividad: «Estás diciendo que me sedujeron y que no tengo mente propia y que no sabía lo que hacía. Eso es totalmente erróneo… Por supuesto que ella tenía una responsabilidad y ha hecho lo incorrecto, pero hacen falta dos para bailar un tango. Obviamente, [la aventura] iba contra la ley, pero te digo que no me afectó y que no me sedujo. Me he arreglado bien el año pasado y me arreglaré bien el resto de mi vida.»
[…] Uno se pregunta si la aplicación de la neutralidad de género por parte de [los que impartieron la nueva sentencia] corre el riesgo de infligir un daño y perjuicio mayor e innecesario a Dunbar que el sexo que deseó, instigó y disfrutó con Ellis. […] De hecho, como consecuencia del encarcelamiento de Ellis, la relación de Dunbar con su madre había quedado gravemente dañada. […] dos años después de que su madre informara a la escuela y a la policía de la aventura, Dunbar llevaba sin hablar con ella «al menos 18 meses». […] Ha sido el centro de un escándalo mediático y judicial, y durante el resto de su vida deberá cargar con buena parte de la responsabilidad de haber iniciado una aventura que ha enviado a la cárcel a alguien que sabe que «es una buena persona» y ha arruinado catastróficamente su vida. Qué carga tan enorme para cualquiera. En contra de lo que piensa la opinión pública, creo que éste es un caso en el que la aplicación de leyes concebidas para proteger a los jóvenes de cualquier daño ha fallado y ha producido un daño mayor.
[…] Los principios de imposición de penas deberían ser lo suficientemente flexibles como para dar cabida a interpretaciones y respuestas no universalizadoras de las relaciones sexuales entre adultos y niños. A falta de un cambio legislativo y de una dotación más sustantiva de ciudadanía adolescente, el caso Ellis ofrece una importante ilustración de la necesidad de dicha flexibilidad y del reconocimiento de una diversidad de subjetividades infantiles y adolescentes.
[…] Aunque la supuesta víctima declare que no ha sufrido ningún daño, no puede escapar a la insistencia hegemónica de que aquello en lo que participó estuvo mal y que puede sufrir daños en algún momento en el futuro. La lógica que subyace a esta última afirmación es que los niños pueden reinterpretar más tarde sus experiencias de sexo intergeneracional como abusivas. Por supuesto, esta reinterpretación requiere guiones culturales que proporcionen al niño un nuevo marco para representar sus experiencias. También es posible, presumiblemente, gracias a un entorno social que no la apoya. Numerosos especialistas psicoterapéuticos y jurídicos reconocen desde hace tiempo que las reacciones de la sociedad son a menudo la causa del (mayor) malestar de los jóvenes implicados en encuentros intergeneracionales.
[…] Como hemos visto, en el marco hegemónico del abuso sexual infantil, se anima a los niños a adoptar guiones de injusticia, abuso y daño. Se participa así en la producción performativa de víctimas. Prácticamente no existe ningún tipo de apoyo social que refuerce en ellos la idea de que sus experiencias pueden no ser erróneas y dañinas, y mucho menos que esas experiencias fueron agradables y positivas, y que incluso pueden fomentar la competencia, la resiliencia y el carácter.
[…] La figura del adolescente masculino agresivo es un recordatorio especialmente palpable en la actualidad de las posibilidades que se cierran a todos los jóvenes. Ésta es quizá una de las razones por las que las profesoras han sido objeto de escrutinio a pesar de que los hombres cometen la inmensa mayoría de los delitos sexuales intergeneracionales. El «bastardo con suerte» es el objetivo no reconocido que se sacrifica públicamente para que todos los jóvenes (y los adultos que se atreven a relacionarse sexualmente con ellos) se ajusten al paradigma del abuso sexual infantil.
[…] Y ya no es defendible restringir o controlar las acciones y el comportamiento de las mujeres (el antaño llamado sexo débil) haciendo afirmaciones universalizadoras de capacidad o incapacidad ontológica fija. […] Sin embargo, esto es precisamente lo que se acepta de forma rutinaria y se consagra en la ley cuando se trata de los jóvenes. En materia de sexualidad —aunque no sólo en esta área— la imposición de categorías singulares de niñez y adolescencia perpetra formas de violencia y de falta de reconocimiento que se consideran inaceptables cuando ocurren con adultos, como si esas categorías pudieran hacer justicia a toda la complejidad y multiplicidad subjetiva, biológica y experiencial de los jóvenes.
[…] Al igual que los adultos, los jóvenes no comparten un conjunto fijo de propiedades y capacidades ontológicas y biológicas en virtud de la franja de edad en la que se agrupan socialmente. Los individuos se constituyen a través de las prácticas y los aparatos particulares en los que se desarrollan sus vidas. Los individuos son diferentes. Los jóvenes también son diferentes. […] Esto no significa que no existan limitaciones, biológicas o de otro tipo, de la acción y la capacidad en función de la edad. Pero sí significa que no debemos dar por sentado, antes de realizar un análisis riguroso, cuáles podrían ser esas limitaciones en un contexto determinado para un individuo concreto, ni sus consecuencias. Las biologías y las realidades son fluidas, no fijas; flexibles, no estáticas.
[…] Sin duda, puede haber jóvenes para los que nuestras suposiciones sobre las capacidades de la infancia y la adolescencia se parezcan a veces a sus situaciones. Pero una situación no puede ser igual para todos, y debemos reconocer la singularidad y la diferencia. No existe una especie singular de niño o adolescente que pueda servir de base para universalizar las reivindicaciones políticas y epistemológicas.
Gender, The Fear of Child Sexuality
El jueves me levanté más tarde de lo habitual—a eso de las 10:00. Miré por la ventana y vi que estaba nevando. Me fui a duchar y a preparar para salir.
En mi dormitorio somos todos varones menos una persona: una chica llamada Claire, que es francesa y pelirroja. No he hablado mucho con los varones, pero sí un poco con Claire. Ella me preguntó a dónde pensaba ir hoy, y cuando le dije que al centro, y ella me dijo que también iría al centro, le ofrecí de ir juntos. La esperé unos minutos a que se alistara.
A las 11:30 salimos del hotel y empezamos a caminar en dirección del centro. En lugar de ir por la calle de siempre (Sundlaugavegur), yo le dije a Claire que mejor fuésemos por Laugavegur.
Laugavegur es la principal arteria comercial del centro de Reikiavik, Islandia, y una de las calles comerciales más antiguas. El nombre significa «camino de lavado», ya que solía conducir a los manantiales de Laugardalur, donde en tiempos pasados las mujeres de Reikiavik llevaban la ropa a lavar.
Fue construida en 1885 como resultado de la decisión del consejo de la ciudad. Ha experimentado retrocesos económicos en los últimos años, debido principalmente al aumento en popularidad de los centros comerciales, especialmente Kringlan y Smáralind. Aún mantiene el encanto de una calle histórica de compras y en ella siguen localizándose las tiendas más exclusivas de Islandia.
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Así que anduvimos por Laugavegur desde la altura de nuestro hotel hasta el centro, donde interseca con Skólavörðustígur (Rainbow Street). Durante el trayecto charlamos de distintas cosas. Me contó que es de Bayonne —una ciudad francesa muy cerca de la frontera con España—, que había venido sola a pasar diez días en Reikiavik, y que odia a los niños pero sí le gustan los animales de compañía.
Es gracioso encontrarme con una persona que me dice enfáticamente «odio a los niños» tan poco después de haberme encontrado con una que me había dicho exactamente lo mismo. La chica irlandesa con la que hablé en la juntada japonesa en Dublín hace cuatro días me había hablado de su desprecio por los niños también. Mejor para mí: mientras más adultos odien a los niños más los niños van a querer estar con adultos que sí los aprecien.
Claire me comentó que las dos cosas que ella quería hacer en el centro hoy eran ir a tiendas de suvenires a comprar para llevar a su familia y amigos en Francia, y luego ir a comer un brunch en uno de los restoranes de por ahí (donde todo costaba alrededor de 20-30€). Consideré la idea de almorzar con ella, pero al final le dije que me iría por mi cuenta. Así que tras haber estado caminando juntos durante alrededor de una hora, finalmente nos separamos: ella se fue a una tienda de suvenires y yo seguí caminando un poco más.
A las 13:00 entré a Bernhöftsbakarí, la cual dice ser la panadería más antigua de Islandia (fundada en 1834).
El klenät (en plural: klenäter) o klena (en plural klenor) es un pastel frito común en Suecia, Dinamarca, Noruega, Islandia y las Islas Feroe, donde se los conoce como kleina (plural: kleinur). Se come tradicionalmente en Navidad, más comúnmente al sur de Suecia pero también en el norte de Alemania, Noruega y Dinamarca.
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El snúður era básicamente como rollo de canela, pero con un glaseado de chocolate, azúcar o caramelo para darle un toque más indulgente.
Media hora más tarde salí de la panadería y me fui a hacer el paseo costero, donde había varias esculturas, incluyendo el famoso Viajero del Sol.
El Viajero del Sol (en islandés: Sólfar) es una escultura de Jón Gunnar Árnason. Es un bote de los sueños, una oda al sol. Evoca un territorio por descubrir, un sueño de esperanza, el progreso y la libertad. Está ubicada en Saebraut, junto al mar, en el centro de Reikiavik, Islandia.
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A las 14:00 llegué a una zona residencial, la cual quedaba justo enfrente de mi hotel.
Mi hotel queda en la calle Sundlaugavegur. En la misma calle y más o menos a la misma altura pero del lado de enfrente, hay una escuela llamada Laugalækjarskóli. Desde la zona residencial básicamente estaba obligado a pasar por esta escuela para llegar a mi hotel.
Laugalækjarskóli es una escuela pública, al igual que la gran mayoría en Islandia. En estas escuelas no solo la educación es gratuita, sino también las comidas. Según el sitio web oficial de la Ciudad de Reykjavík —el cual tiene información de todas las escuelas públicas—, la escuela que visité hoy se trataba de una Grunnskóla 7-10 bekkur (escuela básica sirviendo a los grados 7-10). Esto quiere decir que debe de haber otra grunnskóla cerca de mi hotel sirviendo a los grados 1-6, pero esa no la visité (todavía).
Al igual que las otras escuelas públicas que había visitado el otro día, esta también estaba toda abierta, con lo cual era posible que cualquier persona ingresara en su predio. No había ningún tipo de seguridad a excepción de algunas cámaras. Aproveché entonces para explorar un poco. No todos los días estoy en un país europeo donde las escuelas no están herméticamente cerradas y enrejadas cual si fueren cárceles.
Muchos estudiantes nórdicos usan la mochila Fjällräven Kånken, es decir la misma que me compré yo en España un par de semanas atrás. Dado que yo también estaba con mi Kånken, y dado que los estudiantes no usan uniforme, podría haber pasado como un alumno más de no haber sido por mis arrugas y mis canas.
A las 14:20 llegué al hotel.
A las 18:00 salí a Bónus a hacer unas compras.
Pensar que en los supermercados de Tailandia compraba cinco artículos y nunca gastaba más de 3-5 dólares. Aquí gasto por lo menos tres veces por la misma cantidad de cosas. Igual la variedad y calidad de los productos que se consiguen aquí es considerablemente superior también.
En el trayecto de regreso al hotel —no obstante los tres grados bajo cero que hacían de térmica—, me abrí el envase de leche fría con chocolate que me había comprado y me lo bajé completo en menos de dos cuadras. Era de las chocolatadas que me gustaban a mí, esas en las que el sabor a chocolate predomina por sobre el sabor a leche.
Llegué al hotel y ya no volví a salir. A la noche, mientras cenaba, me vi el último capítulo de 不適切にもほどがある!. Tengo que encontrarme algo nuevo para ver (y para leer, dado que ya estoy a punto de terminar The Fear of Child Sexuality).
Ame,
Kato
Que ofrii!!