Despedida de los niños nepalíes

Kara Ema:

El lunes a las 7:00 llegué al orfanato. Nadie que no supiese podría haber sospechado que se trataba de mi último día, dado que la mañana transcurrió normalmente como cualquier otra.

Llevé unos snacks para que los niños comiesen en la sala de estudio mientras hacían la tarea o preparaban las cosas para la escuela. Estos snacks en realidad los había comprado para usarlos viendo una peli, pero al final no se dio por falta de tiempo.

Sala de estudio + snacks

Las niñas estaban moviendo sus colchones a la sala de relajación, dado que ahora les tocaría a ellas repintar sus cuartos, con lo cual aquella noche dormirían en esa sala en lugar de las habitaciones de siempre.

Poniendo los colchones en la sala de relajación

Como todas las mañanas, las niñas se fueron a la terraza a arreglarse el cabello.

Niñas arreglandose el pelo

Yo quería que Kwina se quedara con algo mío para recordarme, así que decidí regalarle mi accesorio de Stitch.

Kwina con mi accesorio de Stitch, que ahora era suyo. Espero que todavía lo tenga y piense en mí cada vez que lo vea, así como yo también pienso cada tanto en ella.
Nunca lo había pensado, pero tiene sentido que como los nepalíes comen siempre con la mano, cuando uno alimenta a un niño pequeño básicamente le tiene que poner su mano en la boca del niño.
Los tanzaku que los niños habían colgado en el árbol el día anterior seguían allí
Hasta siempre Kālī (significa «negra» en nepalí, según me contaron los niños).
Última vez que acompañé a los niños a su colegio
Tanzaku de uno de los chicos más grandes, agradeciéndome por el tiempo compartido.

En la entrada a la escuela no hubo abrazos ni nada de eso. Todos actuamos como si fuese un día más; como si a las 16:00 yo estaría allí esperándolos a que salieran y listo para llevarlos de regreso al orfanato conmigo.

A las 11:00 pasadas Ruchir me condujo a un coche con mis maletas. Una hora más tarde me dejó en el aeropuerto.

Aeropuerto Internacional de Katmandú

A las 19:30 llegué al Aeropuerto Internacional Don Mueang, en Bangkok, Tailandia. Se trataba de mi tercera vez en esta ciudad. Si bien ya echaba de menos a todos los niños que conocí en Nepal, también estaba contento de estar de vuelta en Tailandia y en el Sudeste Asiático.

Desde el aeropuerto me tuve que tomar tres trenes/metros diferentes hasta llegar a la casa donde me alojaría toda la semana (~฿80). Era el apartamento de Shali, ubicado en un complejo residencial de edificios en el distrito de Bang Kapi.

Shali es una persona que conocí a través de BeWelcome. Si bien de apariencia parece tailandesa, en realidad es mitad filipina mitad malaya. Está alquilando el pequeño apartamento donde vive (por ~US$600 por mes). No puede hablar tailandés aún pero tiene pensado empezar a aprender pronto. Le encanta el café: cada día visita una cafetería diferente de la ciudad. Tiene alrededor de 60 años. Tiene tres hijos, los cuales ya son adultos y están viviendo en distintas partes del mundo. Ella vive sola pero a menudo tiene huéspedes como yo.

Shali me pidió que me bajase en la estación de Bang Kapi y me fui a buscar hasta allí con un taxi. Luego nos volvimos en otro taxi con mis maletas. Recuerdo que estaba lloviznando.

Cuando llegamos a su apartamento me duché mientras ella pedía comida para cenar. No me acuerdo exactamente qué cenamos y tampoco tengo fotos, pero estuvo rico.

Su apartamento es pequeño: solo tiene una sala de estar que incluye un sofá y una kitchenette, luego un balcón donde apenas hay lugar para colgar la ropa, un cuarto de aseo y finalmente un dormitorio. Me dijo que yo podría dormir en la habitación y ella se quedaba con el sofá. Yo quise protestar pero ella insistió: dijo que no le molestaba el sofá y además era cierto que mi cuerpo no cabría recostado en aquel sofá de dos plazas mientras que el de ella sí.

En algún punto nos fuimos a dormir.

Ame,
Kato