Kara Ema:
El martes salí del apartamento las 8:30 y empecé a caminar por Avenida Arellano y luego por Calle Tramo, en dirección sur.
De pronto se me acercaron dos niños, una niña de 12 y un varón de 14. Les dije que estaba yendo a la terminal de autobuses de Buendia, y ellos me quisieron acompañar así que los dejé.
Mientras andábamos aprendí que la niña vivía en la calle y que sus padres estaban ambos en prisión por tráfico de drogas. Cuando le pregunté dónde dormía me señaló el carrito de un triciclo aparcado. Con respecto a cómo se alimentaba, me explicó que compraba en una carinderia (tienda de comida local barata) con el poco dinero que recibía de su tío que vive en ciudad Quezon.
También me dijo que justo ese mismo día era su cumpleaños. Le respondí que no le creía y que me mostrara su tarjeta de identidad. Me afirmó que no tenía. Me pareció demasiada coincidencia que justo fuese su cumpleaños, con lo cual no sé qué tanto de su historia será verdad o no, pero en todo caso ambos parecían niños simpáticos y honestos.
Más allá de si era o no verdad, le dije que la quería invitar a comer algo para celebrar. Le pedí que eligiese ella el lugar; inmediatamente declaró que quería ir a Jollibee. Justo había uno a pocos metros del lugar adonde yo estaba yendo, así que nos dirigimos hacia ahí.
De camino pasamos por un negocio que estaba vendiendo cosas varias. Los niños se detuvieron allí unos momentos. Claramente querían que les comprase algo pero les costaba decirlo. Hicimos unos pasos adicionales hasta que finalmente el varón manifestó que la niña quería una gorra, y él una vincha para el pelo. Les compré ambas cosas (₱190; ~3€).
Les quise decir gwapo/gwapa como les decía a los niños de Dávao (sobre todo cuando ellos me llamaban handsome, que sorprendentemente era bastante seguido), pero no me entendieron. Resulta que gwapo es en bisaya, mientras que en tagalo se dice maganda.

Al lado de Jollibee había un Wendy’s y un KFC. Les ofrecí estos sitios como alternativa pero insistieron como que querían ir a Jollibee (personalmente habría preferido Wendy’s).
En Jollibee pedí tres menús Chickenjoy (pollo frito), dos picantes y uno no (la niña quería picante al igual que yo, aunque luego se quejó de que estaba demasiado picante). Me costó ₱467 (~7€).

Cerca de las 10:00 salimos del local. Los niños me indicaron que le diese unas monedas al portero (el hombre que estaba parado en la puerta) dado que aparentemente era algo que uno hacía aquí y yo no me había enterado. Le extendí tres monedas de 5 pesos al niño para que se acercase al portero a dárselas, mientras yo esperaba con la niña a unos metros.
La niña me aconsejó que me pusiese la mochila colgada del otro lado (sobre mi pecho en lugar de mi espalda), dado que en esta zona había «gente mala».


Cuando llegamos a la terminal me despedí de los niños y me subí al autobús hacia la ciudad de Batangas.

A las 12:30 llegué a la zona del puerto de Batangas, a ~100 kilómetros al sur de Manila.
¿Recuerdas a Laila, la hija mayor del líder de los bajao que visité en Dávao? Me había contado que su novio vive en una comunidad bajao en Batangas, y esa es el motivo por el cual decidí viajar a Batangas desde Manila: para conocer más gente bajao, que si eran la mitad de los amitosos y hospitalarios que habían sido conmigo los de Dávao, sabía que la iba a pasar superbien.
Entre que estaba lloviendo cuando llegué a la ciudad y todavía era temprano, me dije que iría a caminar un poco por el centro para conocerlo y de paso hacer tiempo a que dejase de llover, dado que no quería llegar a la aldea bajao mientras estuviese lloviendo.









A las 14:00 pasé por un Alfamart, donde me compré un café con leche frío y unos cubos de jopia.
La jopia se trata de pasteles con forma redonda típicos de la cocina filipina e indonesia. Estos bollos se rellenan generalmente de mungo, pero también se pueden rellenar de ube, chocolate, durio, piña y otros.
Wikipedia

Cuando salí de la tienda de conveniencia había dejado de llover, lo que significaba que era de hora de dirigirme hacia el asentamiento de los bajao.


Es curioso cómo en las Filipinas son bastante tolerantes de la comunidad LGBT, a pesar de que aún no tengan matrimonio igualitario como en Tailandia. En los barangays de Dávao sobre todo me crucé con varias personas abiertamente homosexuales, y nadie parecía tener problema con ellos. De hecho en un momento me señalaron a un niño de alrededor de 8 años, y me dijeron «él es gay» (seriamente, no a modo de broma o fastidio).
Las personas lesbianas, gays, bisexuales, transexuales y queer (LGBTQ) en Filipinas son generalmente aceptadas en la sociedad filipina, y se ha clasificado entre los países más gay-friendly de Asia. Tiene la segunda tasa de aceptación social más alta de Asia-Pacífico junto a Australia, según una encuesta del Pew Research Center en 2013. A pesar de ello, aún persiste cierta discriminación y las personas LGBT tienen derechos específicos limitados, lo que lleva a algunos activistas a caracterizar la cultura LGBT en Filipinas como «tolerada, pero no aceptada». […] Según la Encuesta sobre Fertilidad y Sexualidad en Adultos Jóvenes de 2002, el 11% de los filipinos sexualmente activos de entre 15 y 24 años han mantenido relaciones sexuales con alguien de su mismo sexo.
Wikipedia
Al sur de la ciudad, en una especie de mini-isla separada del resto del municipio por el río Calumpang, había dos barrios/barangays, llamados Malitam y Wawa. Aquí es donde vivían los bajao. Así como los hmong son un grupo étnico que habitan en zonas montañosas, los bajao habitan en zonas costeras.

Tan pronto como llegué a Malitam, pregunté a unas personas que pasaban por ahí si me podían indicar dónde quedaba la comunidad bajao. Anduve durante unos minutos por el camino que me habían señalado.


Cada vez que apunto a un niño filipino con mi teléfono para hacerle una foto recibo una de las siguientes dos reacciones completamente opuestas:
- Mira a la cámara, sonríe e incluso a veces posa con la seña V, etc.
- Se cubre la cara con la mano, mira hacia otro lado y/o sale corriendo.
Normalmente soy de preguntar si puedo hacer fotos antes de apuntar la cámara, pero los niños filipinos reaccionan tan tajantemente que ahora opto cada vez más por evaluar el consentimiento en base a sus reacciones. Si se cubren o se mueven, como sé que muchas veces lo hacen por timidez/vergüenza, para fastidiarlos muevo la cámara hacia el lado en que se movieron. Si se ríen/sonríen sigo el juego un poco más, pero si me doy cuenta de que realmente no quieren que les haga fotos enseguida desisto. Por suerte suelen ser más los que me dejan que los que no me dejan.

Me puse a pensar en cómo mi pasado yo, mi yo de mi infancia —cuando tenía por ejemplo ocho años— reaccionaría si de repente una persona se me acercara con una cámara en mano y me hiciese una foto. Llegué a la conclusión de que mi reacción sería básicamente una no-reacción: me quedaría mirándolo con cara de póquer, preguntándome en mi interior por qué este individuo desconocido tenía interés en hacerme fotos.

A las 14:30 me subí al malecón, el sendero costero que me llevaba directo al pueblo bajao.

Hay una hermosa canción bajao que me gustaría que escucharas mientras lees esta segunda parte de la entrada.
Enseguida me empecé a encontrar con niños bajao, o sama, como se hacen llamar ellos. En apariencia eran iguales a los que había conocido en Dávao, pero estos parecían ser mucho más reservados y/o tímidos. Muchos soltaban risas vergonzosas y se alejaba corriendo cada vez que yo me intentaba acercar. De hecho tanto fue así que en varias ocasiones esto se acabó convirtiendo en un juego, el cual consistía en que los niños de la aldea tenían que escapar de mí mientras yo corría hacia ellos para intentar atraparlos.
Me crucé con unas personas y les pedí que me llevaran con su líder. El líder era un hombre llamado Salim. Había tenido doce hijos, cuatro de los cuales habían fallecido. Uno de sus hijos, llamado Aziz, tenía 26 años y hablaba buen inglés, así que él fue mi principal intérprete, guía y anfitrión durante toda mi estadía en su comunidad.

Este asentamiento era mucho más grande que el de Dávao. Según Aziz había 2000 familias, cada una de las cuales tenía 7-8 hijos en promedio. Una cosa que me cuesta entender es cómo justifican tener tantos hijos siendo tan pobres, sobre todo considerando que según mis propias observaciones, los niños de la aldea se la pasaban todo el día afuera de la casa jugando; no había una expectativa por parte de los padres de que contribuyeran en el trabajo.

Aproveché que Aziz hablaba inglés para hacerle un montón de preguntas sobre su forma de vida, de las cuales aprendí lo siguiente:
- Cuando te casas debes construir una nueva casa para mudarte allí con tu esposa y donde vivirán tus hijos también en el futuro.
- Si alguien llegara a tener un hijo antes de casarse podría tener problemas, dado que se supone que el orden siempre es casamiento → mudanza a casa propia → hijos.
- La homosexualidad se tolera hasta cierto punto, pero los casamientos deben ser siempre entre un hombre y una mujer.
- No hay edad mínima para casarse. No es raro que las chicas se casen con 12-15 años y que su marido sea unos años más grande que ella (e.g. una de 15 con uno de 20).
- Los padres de los comprometidos deben expresar su conformidad y luego el lider de la tribú debe expresar la suya para que el casamiento pueda tener lugar.
- El apellido de soltera de la madre se convierte en el segundo nombre del hijo, mientras que el apellido del padre se convierte en el apellido del hijo. (Esto en realidad es cierto para todos los filipinos, no solo los bajao.)
- No todos en el pueblo practican la misma religión. El líder por ejemplo es musulmán, mientras que su hijo Aziz es nacido de nuevo (cristiano evangélico).
- Los cristianos son monógamos mientras que los musulmanes creen que el hombre tiene derecho a tener varias esposas, aunque en la práctica (debido a falta de recursos financieros) esto no sucede mucho.
- Además de un montón de casas, la aldea cuenta con múltiples tiendas, campos de baloncesto, una capilla e incluso una guardería para niños.
- Al igual que en las Filipinas y otras partes del Sudeste Asiático —pero a diferencia con Asia Meridional, China y el Medio Oriente—, se valora más a las niñas que a los niños. Una de las razones es que tener una niña implica recibir el dinero de la dote en lugar de tener que pagarlo (la dote es de ~35 mil pesos o ~500 euros).
Cuando terminamos de hablar con el líder Aziz me ofreció mostrarme su casa y su familia, y luego me llevó a dar un paseo con el por todo el pueblo.
Aziz se había casado cuando él tenía 21 años y su mujer tenía 17. Ahora tenían un hijo de dos años.



Tanto Darya como Aziz son personas extraordinariamente dulces y acogedoras. Darya además es hermosa, aunque me impacta mucho su estatura: si bien tiene 22 años y cara de adulta, su cuerpo parece el de una chica de 12-14 años debido a sus 140 centímetros de alto. Su marido le llevaba una cabeza y yo dos. (Por cierto, nunca los vi besarse ni mostrar ninguna expresión de afecto en público, ni a ellos dos ni a ninguna otra pareja de la comunidad.)


Este retrete estaba ubicado al lado de la casa de Aziz y solo era para uso de su familia. Las otras casas tenían retretes aun más básicos, con paredes de chapa y sin inodoro. El retrete fue donado a la familia de Aziz por la iglesia y organización evangélica House of Grace.
Grace, la fundadora de House of Grace, es una misionera surcoreana. Visita la comunidad bajao de Malitam bastante seguido. Ella es la razón por la cual Aziz y su esposa —entre varios otros— se han convertido del islam al evangelicalismo. Grace ayudó mucho a la familia de Aziz, dándole fondos para construir una capilla, un retrete, y para comprar un triciclo motorizado. Pero, ¿podemos decir que lo que Grace ha hecho por los bajao es realmente filantropía cuando su principal propósito era adoctrinarlos? Si Aziz no se hubiese cambiado de fe, ¿Grace le habría regalado igualmente el retrete y el triciclo?
El primer sitio de la aldea que Aziz me llevó a ver fue el de los afectados por el incendio que había tenido lugar unas semanas atrás.




Tras andar un rato por esta zona, Aziz me llevó a otra parte más donde había varias tiendas y más casas. Yo estaba maravillado con lo grande que era el pueblo y la cantidad de gente que había, todos sonriéndome mientras pasaba.










Me encanta ver la cantidad de niños que hay y el hecho de que están constantemente afuera de sus casas, jugando y divirtiéndose sin la supervisión de ningún adulto. Si bien la mayor parte del tiempo juegan de esta manera, es cierto que también los he visto jugando con teléfonos, dado que los bajao tienen electricidad y muchos poseen un smartphone.

A las 16:00 visité al novio de Laila.

Hicimos videollamada con Laila, quien estaba supersorprendida cuando me vio en la aldea de su novio, tan solo dos días después de haber visitado su comunidad.
Al rato nos volvimos.



Les pedí a estas cuatro niñas que me mostraran un baile tradicional bajao pero obviamente estaban demasiado avergonzadas. Aunque en un momento se avivaron y me empezaron a pedir dinero a cambio del baile. Al final Aziz lo terminó haciendo por mí gratis.


Originalmente el plan era pasar la tarde con los bajao y luego volverme para Manila, pero la estaba pasando tan bien que realmente me quería quedar a pasar la noche. El sentimiento era mutuo con Aziz y Darya, quienes me ofrecieron quedarme en su casa.
A las 18:30 cenamos. Bueno, en realidad ellos ya habían cenado antes, y me dieron a mí de cenar a esa hora cuando llegué de haber estado jugando con los niños y paseándome por las casas.

Desde la casa de ellos se podía ver esta casa en ruinas:

Les pregunté de qué se trataba y me respondieron «broken family» (familia rota). Luego me explicaron que allí solía vivir el hermano de Aziz con su mujer, pero se habían separado y ambos habían vuelto a la casa de sus padres.
A las 20:00 nos instalamos en el dormitorio.

Midiéndolo a ojo, diría que el cuarto tenía 2 × 3 metros. Imagínate que estás viéndolo desde arriba, con la pared que tiene la puerta orientada hacia abajo. De derecha a izquierda dormíamos de acuerdo a la siguiente disposición: Darya, el bebé, Aziz y yo.
Me dieron una regleta de enchufes para conectar y cargar mi teléfono durante la noche, cosa de tener carga de vuelta al día siguiente para seguir documentando mi aventura en esta tribu tan fascinante.
A las 22:30 me dormí.
Ame,
Kato
Esaa! Que bien que te quedaste a dormir!