Kara Ema:
El viernes salí del apartamento a las 8:30 y me fui a tomar la Línea 1 del LRT, desde la estación Quirino hasta Central Terminal (₱20; ~0,3€).
A las 9:00 me bajé del metro y arranqué una larga caminata que duraría casi toda la jornada (18 km) y pasaría por varias áreas de Manila, incluyendo el centro histórico de Intramuros, la zona portuaria de Baseco y el distrito de Tondo.
Intramuros, además de ser la parte más histórica de Manila también es la más turística, pero como yo ya la había explorado la primera vez que estuve aquí, esta vez la pasé rápido sin detenerme en ningún sitio más que una tienda de conveniencia Uncle John’s para comprarme algo para desayunar.

Me compré una empanada de cheesy beef y un kariman (el rectángulo de abajo a la izquierda) de jamón y queso. Además me pedí una botella de agua grande y una botella de vanilla latte. Todo por ₱136 (2€).
Cerca de las 10:00 llegué a Baseco.
Baseco, también conocido como Baseco Compound o Barangay 649, Zona 68, es un barangay de Port Area, Manila. Está formado en gran parte por la Isla de los Ingenieros.
El terreno que hoy ocupa Baseco fue en su día la ubicación de un astillero de la National Shipyard and Steel Corporation (NASSCO). […] A finales de la década de 1970, la población urbana pobre fue reasentada por el gobierno de Marcos para dejar espacio a un posible puerto marítimo internacional. Baseco fue declarado oficialmente barangay en la década de 1980. Tras la Revolución del Poder Popular de 1986, el gobierno nacional de Corazón Aquino, sucesor de Marcos, confiscó la propiedad y la población urbana pobre empezó a reasentar la zona.
Wikipedia
Para que te des una idea, Baseco tiene un área aproximadamente igual a Intramuros (y de hecho están muy cerca una de la otra, a un kilómetro de distancia). Sin embargo, en Baseco hay diez veces más la cantidad de habitantes que en Intramuros: ~70 mil versus 7 mil. La renta media en Intramuros es de 30 mil pesos (~500€) mientras que los asentamientos informales de Baseco prácticamente no pagan renta, o si lo hacen no es por mucho más de ₱3000 (50€).
La mayoría de los turistas internacionales que vienen a Manila se quedarían en Intramuros y ni siquiera escucharían hablar de Baseco, mucho menos se les ocurriría visitar. Pero por suerte yo no soy la mayoría de los turistas. Así como mi barrio favorito de Bangkok —el que más me gusta visitar— es Khlong Toei, Baseco tiene un fuerte potencial de convertirse en mi favorito de Manila. Ambos tienen en común que son barrios pobres, aislados, llenos de niños, gatos y buena gente con espíritu comunitario que te sonríe y saluda.











¿Recuerdas cuando te dije —en más de una ocasión— que visitar las Filipinas es como viajar al pasado? Un clásico juego de la infancia de todo Millennial (incluyéndome) eran lo que en Argentina llamábamos tazos. En países angloparlantes se conocían como pogs. Adivina qué me encontré a niños haciendo…




Con este grupo de niños estuve haciendo stand-by un buen rato. En un momento varios de ellos me preguntaron entre risas si quería una novia. Señalándome a una de las niñas, me informaron que yo le gustaba pero ella tenía vergüenza de decírmelo. Solo para seguirles el juego y para ver como la niña (de 12 años) reaccionaría, me acerqué a ella y le pregunté si sería mi novia. Salió corriendo 😅.



A las 12:00 pasadas decidí que había estado lo suficiente en este barangay y que era hora de pasar al siguiente. En realidad me habría gustado quedarme ahí dado que la estaba pasando bien con todos los grupos de niños que me iba encontrando a la vuelta de cada esquina, pero no me quedaba mucho tiempo en Manila y había otros barrios que quería explorar también.
Al principio, cuando me enteré de que era época de vacaciones escolares, pensé: «qué mala suerte, eso significa que no voy a poder visitar una escuela filipina mientras los alumnos estén en ella». Pero ahora me doy cuenta de que no podría haber venido a este país en un mejor momento, dado que cuando los niños filipinos no están en la escuela, están en la calle haciendo stand-by o jugando—por eso me topaba con ellos a cada rato. Mientras tanto recuerdo que la última vez que visité Argentina también eran vacaciones escolares, sin embargo no se veía ningún niño en la calle: estaban todos en la colonia o en la casa jugando a la Play o scrolleando TikTok.
Mientras salía del barrio me crucé con dos niñas bañándose en la acera. La mayoría creo que tenía 7 y la menor 4. Estaban solas. Los padres vivían en la casa frente a la cual estaban, y eran dueños de una tienda sari-sari que también se situaba allí, aunque estaba cerrado en aquel momento. Me senté al lado de las niñas y me quedé un rato con ellas.


Bueno, en verdad más que bañándose estaban refrescándose y jugando con el agua, dado que no tenían jabón ni shampoo, y además estaban vestidas.
En un momento apareció el padre y me saludó sonriente, lo cual probablemente no habría sido la misma reacción que un hombre estadounidense habría tenido al encontrar a un desconocido charlando con sus hijas en la calle.
A las 13:00 reanudé la caminata.


No terminé de tomar esta foto que de repente salieron un montón de chicos de adentro del ciber para saludarme.

Los chicos del ciber me preguntaron a dónde estaba yendo. Les respondí que quería ir a Happyland (Tierra de la Felicidad), una de las partes más pobres del distrito de Tondo, llena de okupas, chabolas y basura. Les pregunté si me querían acompañar y me dijeron que no—que era peligroso.
Yo había investigado bien antes de ir y había llegado a la conclusión de que lo de que era una zona peligrosa era totalmente un mito. Quizás se vuelva peligroso durante la noche, pero durante el día es seguro, tal como lo demuestra la experiencia de estos viajeros que visitaron Happyland en 2022:
Nuestro principal destino en Tondo fue Barangay 105, también conocido como «Happyland», el barrio marginal más pobre de Manila, donde viven unas 12.000 personas en un vertedero rodeado de grandes montones de basura. Esto explica también el irónico nombre del barrio: originalmente se llamaba «Hapilan», que proviene de un dialecto local de Visaya y significa «basura maloliente».
Cuando salimos a explorar este barrio, no teníamos ni idea de qué esperar. La gente nos advertía por todas partes que no visitáramos Happyland en Manila, […]. Después de caminar por Tondo durante una hora, por fin llegamos a Happyland. Las calles se convirtieron en basura. No había asfalto. En su lugar, el suelo estaba cubierto de bolsas de plástico viejas, envases vacíos y otros tipos de basura pisoteada o amontonada a un lado de la «carretera».
En el barrio de Happyland (y en el vecino «Aroma», otro nombre cínico…) la gente recoge basura para ganarse unos pesos extra, lo que explica la abundancia de desperdicios en el barrio. A veces, los lugareños encuentran restos de pollo u otra carne reutilizable que se puede volver a hervir y comer, lo que se llama «Pagpag» y es un bocadillo muy codiciado entre los residentes (aunque no siempre es seguro comerlo, como te puedes imaginar…).
Ver esto fue impactante, pero en ningún momento me sentí amenazada o en peligro. La gente de aquí no quería hacernos daño. Al contrario, nos saludaban con curiosidad allá donde íbamos. Los niños se agolpaban a nuestro alrededor e intentaban hablarnos en su idioma, sobre todo cuando empezamos a repartir caramelos.
Caminar por este distrito me produjo sentimientos encontrados. Probablemente por eso he tardado tanto en escribir este artículo. De alguna manera, nunca encontré las palabras adecuadas para describir mi experiencia en los barrios marginales de Manila. Mirando hacia atrás y pensando en los problemas a los que las familias y los niños tienen que enfrentarse cada día, me siento impotente y frustrada.
Las familias carecen de dinero para poner comida en la mesa para sus hijos, por lo que los niños tienen que salir a trabajar ellos mismos. Ir a la escuela y recibir una educación adecuada no está en la lista de prioridades. Esto hace que los niños se queden atrapados en los barrios marginales, sin saber cómo es la vida fuera de los distritos más pobres de Manila. Las parejas jóvenes carecen de acceso a la educación sobre anticoncepción, lo que conduce a una paternidad precoz, y el círculo vicioso parece repetirse una y otra vez.
[…] Aunque la pobreza era claramente visible, los habitantes de Happyland sonreían. Vimos a ancianos jugando al ajedrez al borde de la carretera, a adolescentes reunidos en torno a una mesa de billar casera y a niños que correteaban riendo y jugando, sin importarles el calor sofocante.
Los lugareños nos saludaron con caras amables, un padre de seis hijos nos invitó a ver la pequeña habitación en la que vivía su familia, los niños nos chocaban los cinco al pasar y nos enseñaban orgullosos su «aula». En esos momentos, no pude evitar sonreír. La risa de los lugareños era contagiosa y, de la forma más extraña, el nombre de «Happyland» cobró sentido de repente.
Y por eso no quiero poner solo una luz negativa sobre este distrito. No quiero compartir solo información deprimente, porque eso no haría justicia a mi experiencia y a la amabilidad de la gente que me recibió. […]
Not Another Backpacker
La experiencia descrita por Lena —la autora del artículo— fue básicamente la mía. Los habitantes de Happyland viven con lo mínimo, recoge basura para sobrevivir, y aun así todos te sonríen y te dicen que son felices con lo poco que tienen. Por eso a este barangay se lo conoce como Tierra de la Felicidad.
A veces la gente me pregunta por qué visito tanto los barrios bajos. La respuesta es porque sé que allí voy a encontrar —paradógicamente— a la gente más feliz y más sonriente, y a un montón de niños contentos de tener un amigo nuevo con quien jugar y pasar un buen rato. Mientras tanto en los barrios más caros (chetos, pijos, chic, como quieras llamarlo) o mismo en los regulares nadie te mira, nadie te sonríe; cada uno está en lo suyo. No existe el ambiente de convivialidad y sentido de comunidad que se manifiesta en los barrios bajos.
A las 14:15 llegué a Happyland.

Enseguida me encontré con un grupo grande de niños haciendo stand-by.



Acabo de notar viendo la foto de Mutya que el chocolate que yo le había dado —repartí chocolates a todos los niños que me crucé en este barrio— se lo había guardado dentro de su pantalón, justo debado de su ombligo.

La niña de la derecha con esos tonos claros en su pelo parecía bajao. A lo mejor lo era.
Me la pasé jugando un montón con estas tres lolis. Las tres se turnaban para subirse sobre mí y que yo las moviera para todos lados.

Después de jugar con las tres niñas dos de ellas se fueron y me quedé solo con Mutya, quien me dio un tour por el barrio. Pensar que hay compañías que ofrecen tours pagos por Happyland, y yo había conseguido uno gratis brindado por una loli lugareña.








Desde el momento en que Mutya encontró este peluche, la sonrisa que había iluminado su rostro previamente se había desdibujado. Nunca pude entender por qué. Me habría gustado poder comunicarme con ella, pero su nivel de inglés era insuficiente, así como el mío de tagalo.

Me di cuenta de que Mutya me había llevado a una entrada distinta de la que había utilizado antes, que tenía el arco de Bienvenido. No estoy 100 % seguro dado que los límites de los barrios no están muy claros, pero creo que esta era la entrada a la parte conocida como Aroma. Es decir que si no me equivoco llegué a visitar una parte de Happyland y una parte del aledaño Aroma.
A las 15:30 salí del barrio y me subí a un puente peatonal para atravesar la ancha avenida que había frente a las comunidades de Aroma y Happyland. En ese puente me la encontré nuevamente a Mutya. Estaba apoyada en la barandilla, sujetando firmemente el peluche, con la vista perdida y melancólica en dirección general de la calle. Habría pagado para poder escuchar sus pensamientos en aquel momento.


Me coloqué a su lado un rato, observando la calle junto a ella, ambos en silencio. Le acaricié la cabellera un par de veces. Finalmente cada uno siguió su camino.
A las 16:30 pasé frente a estas lolis jugando a un juego que no había visto nunca antes:

Al parecer se trata de una versión callejera y económica del billar/pool, jugada en una mesa simple y más pequeña que la tradicional, hecha totalmente de madera, y con discos en lugar de las clásicas bolas.
Media hora más tarde entré al supermercado Puregold de la calle Tayuman para comprar provisiones (₱304; ~4,5€). También me compré una empanada de pepperoni pizza en Yumpanada (₱50; ~0,7€).

A las 17:45 me tomé el LRT en la estación Tayuman (₱25; ~0,4€) y tres cuartos de hora más tarde estaba de vuelta en el Airbnb en San Andrés, viendo el siguiente episodio que me tocaba de The Last of Us II mientras picoteaba algo de lo que me había comprado en el súper.

Ame,
Kato
Por ahi pasaba lo mismo en puerto morsby, de que decian que era peligroso pero no lo era! (Por lo menos de dia)