Semana en Lai Châu – Días 3 y 4: llegada a Sin Suối Hồ

Kara Ema:

Frase del día en vietnamita

Ai về cuối cùng thì người ấy đóng cửa.
La última persona en irse es la que cierra la puerta.

aiquien / el que
vềirse
cuối cùngúltimo
thìentonces
ngườipersona
ấyesa / ese
đóngcerrar
cửapuerta

Miércoles 26 de noviembre.

Cerca de las 14:00 salí a dar un paseo a pie. La otra vuelta había ido hacia la derecha desde mi hotel, así que esta vez decidí explorar lo que había por la izquierda. Grave error: lo que había era literalmente nada. El centro de la «ciudad» (le digo ciudad pero en realidad es más bien un municipio creo, capital de la provincia homónima) quedaba hacia la derecha, y allí era donde estaba todo.

No había almorzado todavía, así que me puse a buscar un lugar abierto para comer. No solo no encontraba nada abierto, sino que ni siquiera podía ver lugares cerrados que vendiesen comida. A horas de media tarde es casi imposible encontrar comercios abiertos en sitios suburbanos o rurales como Lai Châu. Entre las 12:00 y las 16:00 es lo que yo llamo la hora muerta, dado que el pueblo parece muerto porque están todos en sus casas descansando o escondiéndose del sol (los asiáticos son como los vampiros en este sentido).

Lindos paisajes pero nada de lugares para comer, que era lo que necesitaba (I)
Ídem (II)
Ídem (III)
Ídem (IV)
¡Al fin un lugar de comida! Pero estaba cerrado…

A las 15:30 volví al hotel, aún sin haber podido almorzar.

A las 19:00 salí hacia el centro, dado que en media hora arrancaría mi clase. Hoy me tocaba un solo grupo: el de Galaxy 2, es decir los más grandes (alrededor de 14-15 años).

Cuando llegué al aula me puse a preparar todo antes de que llegaran los alumnos, lo cual consistía básicamente en encender el televisor-ordenador, abrir la aplicación del libro correspondiente al curso, e ir a la página que tocaba estudiar hoy.

Todo preparado

Cuando terminamos con las actividades del libro, en los minutos de clase que sobraron les hice hacer un juego. Tenían que decir, por ejemplo, «I’m going to buy an Apple, a Boat, a Coffee, a Dog, …». Es decir, cada uno iba añadiendo una palabra a la frase, y la primera letra de la palabra tenía que ser la siguiente por orden alfabético. Por ejemplo, el siguiente alumno en pasar luego de la frase anterior podría añadir «Elephant» después de «Dog», pero no podía decir solo su palabra sino que tenía que repetir la frase entera, recordando las palabras que habían dicho sus compañeros.

Este juego ya lo había implementado con chicos de otros países, pero era la primera vez que veía a los chicos haciendo trampa. Varios de ellos estaban escribiendo las palabras para no tener que recordarlas, e incluso había uno que estaba usando un diccionario para no tener que pensar tanto a la hora de elegir una palabra para agregar.

Chicos haciendo trampa en el juego

Me pareció muy vietnamita de estos chicos intentar buscar atajos para simplificar las cosas y no pensar. Los vietnamitas en general son muy holgazanes: siempre están buscando formas de hacer las cosas invirtiendo la menor cantidad de esfuerzo posible. Esta actitud también los lleva a ser simplones de mente (poco perspicaces/reflexivos), descuidados y despreocupados. No estoy diciendo que todos los vietnamitas sean así, pero sí es cierto que tienden a serlo (incluso mi amiga Linh a veces puede llegar a ser bastante atolondrada).

Si lo piensas, el carácter típico vietnamita es prácticamente el polo opuesto al carácter típico japonés. Los vietnamitas son perezosos y despreocupados, mientras que los japoneses son trabajadores y escrupulosos. Por el otro lado, los vietnamitas son amistosos y abiertos, mientras que los japoneses son reservados y formales. Los vietnamitas y los japoneses no podrían ser más diferentes, y aun así increíblemente dos de mis mejores amigas son de cada una de estas nacionalidades, y Japón y Vietnam son dos de las países que más me gustan y siempre quiero volver.

A las 21:00 terminó la clase y al rato estaba de vuelta en el hotel.


Jueves 27 de noviembre.

Este día no tenía clases, así que planifiqué algo diferente.

Salí a las 10:00 y caminé durante media hora hasta dar con una tienda de phở. Me pedí un phở bò por ₫40k (~1,3€), el cual considerando la hora que era y lo mucho que me habían servido me funcionó como desayuno y almuerzo a la vez. Dos por uno.

Phở bò en Lai Châu
Esta es la clase de cosas que solo se ven en Vietnam: un palillo (de los que se usan para comer) siendo utilizado como pestillo en la puerta del aseo del restorán.

A las 11:30 me fui del local y emprendí camino hacia el sitio donde había planeado ir a pasar la jornada: Sin Suối Hồ.

Sin Suối Hồ es una aldea de montaña situada a unos 30 kilómetros al norte de la ciudad de Lai Châu. Está habitada principalmente por la etnia hmong y se encuentra a más de 1500 metros de altitud, lo que le da un clima fresco durante todo el año.

Había un pequeño problema: cómo iba a hacer para llegar hasta allá. Decidí que de momento caminaría; si alguien se ofrecía a llevarme en moto genial, si no seguiría caminando.

A la salida (o entrada, depende desde donde lo mires) de la ciudad había esta gran rotonda.
Casas al lado de la carretera
Campo al lado de la carretera

A las 12:00 un buen hombre que pasaba con su moto me indicó que me podía subir detrás de él y me llevó durante más o menos tres kilómetros, hasta que llegamos a su casa. Le agradecí y continué a pie.

La caminata era larga y dura, pero al menos estaba rodeado de vistas como esta.

Cerca de las 13:00 me crucé con un niño pequeño que estaba solo caminando por al lado de la carretera, intentando llegar a un lugar como yo. Como los dos estábamos solos y los dos teníamos que ir en la misma dirección, nos hicimos compañía mutuamente caminando uno al lado del otro. A pesar de que no intercambiamos ninguna palabra (debido a la barrera del idioma), se sintió bien haber podido compartir esos minutos en silencio que pasé caminando junto a este niño desconocido.

Niño caminando junto a mí, y yo junto a él.

Un rato más tarde otro hombre joven me ofreció subirme a su moto y me llevó durante cinco kilómetros. Me contó que venía a visitar la casa de sus padres, que estaba casado y que trabajaba como peluquero en la ciudad. Nunca supe su edad, pero apostaría a que tenía no mucho más de veinte.

A las 14:20 me topé con una parte de la carretera que estaba cerrada, dado que había una grúa trabajando en sacar las piedras del camino. Me dijeron que tenía que esperar, así que aproveché para sentarme a descansar un rato, ya que venía caminando casi sin parar desde que salí de la ciudad.

Cerca de las 15:00 decidí que ya había esperado bastante, y me dispuse a pasar caminando por al lado de la grúa trabajando.

Ese hombre delante lo estaba haciendo, así que yo también lo hice.

La clave para pasar por al lado de una grúa en movimiento sin morir en el intento es que el operario te pueda ver en todo momento. Con lo cual calculé mis acciones de forma tal que esto sucediera, y no morí.

Al fin una ventaja de caminar, ¿no? Las personas que iban en moto podrán hacer el mismo trayecto que estaba haciendo yo en una fracción del tiempo, pero no les quedaba otra que esperar ahí hasta que la grúa terminara, mientras que yo pude simplemente pasar por al lado y por arriba del montículo de piedras.

A las 15:30 me topé con otros dos niños varones que estaban solos en la carretera. Cuando me vieron me sonrieron, me saludaron y se me acercaron. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca noté que estaban cargando con una bolsa llena de helados tipo cono de los que se compran en supermercados. Sin decirme absolutamente nada (solo sonriéndome), uno de los niños cogió uno de los helados y me lo ofreció. Yo lo tomé, le agradecí y continué mi camino.

Helado que me dieron los niños

No lo podía creer: niños que le ofrecen helado a un adulto desconocido. Jamás me pasó algo similar. Lo peor es que esos niños no tenían idea de lo bien que me venía tomar algo fresco en aquel momento, considerando todo lo que había estado caminando. Es probable que me hayan salvado la vida con ese helado.

Al rato me crucé con más niños—una vez más eran todos varones.

Grupo de niños varones al lado de la carretera

Empecé a sospechar que tenía que haber alguna razón por la cual prácticamente todos los niños con quienes me había cruzado desde que salí de la ciudad habían sido todos varones; no podía ser casualidad. ¿A dónde estaban las niñas?

Este sendero era ya el acceso a la aldea: al fin había llegado. En hora buena porque ya no podía sentir mis piernas.

Pocos minutos antes de las 16:00 llegué finalmente a la aldea hmong de Sin Suối Hồ.

Entrada a Sin Suối Hồ

Por cierto, antes de seguir con mi relato de la aldea y antes de que me olvidé, según mi teléfono este día caminé un total de 26 kilómetros, lo cual encaja con el hecho de que la aldea quedaba a 30 kilómetros de la ciudad, pero también recibí ayuda de dos motociclistas que me avanzaron un total de ~8 kilómetros. En términos de tiempos, tardé cuatro horas y media en llegar a la aldea caminando.

Espacio con columpios y bancos de madera y una vista panorámica hermosa

Tan pronto como entré en la aldea me encontré con lo que no me había encontrado durante todo el trayecto a pie: niñas. Literalmente la primera casa que vi tras pasar la entrada tenía dos lolis afuera, que cuando me vieron se metieron tímidamente para adentro. Las saludé y me acerqué con cautela para no espantarlas (las niñas tímidas son como los pájaros; si vas demasiado rápido se van volando). Una de ellas tenía una machete en la mano y estaba cortando una fruta.

Esta fue la mejor foto que le pude tomar

Supe que eran niñas hmong porque cuando las saludé con un nyob zoo («hola» en hmong), me lo devolvieron. Debido a lo tímidas que eran decidí que lo mejor sería dejarlas tranquilas y continuar explorando la aldea, así que eso hice.

No tardé en cruzarme con esto:

Jardín de infancia satélite de Sin Suối

Điểm trường quiere decir escuela satélite, un concepto que al parecer es común en zonas rurales vietnamitas. Básicamente se trata de una parte de la escuela que está separada del edificio principal y ubicada a cierta distancia (no mayor a un par de kilómetros). En este caso un jardín público había construido una sede satélite dentro de la aldea para que los padres de los niños que viviesen allí no tuviesen que viajar tanto.

Sinceramente no esperaba ver un jardín dentro de la aldea (no había ninguno marcado en el mapa). Tras avanzar unos pasos me topé con una cosa más que no me esperaba ver: una escuela primaria. O mejor dicho, un pequeño edificio (solo dos aulas) que estaba funcionando como sede satélite de una colegio público cercano, para acortarles el trayecto a los padres.

Tuve muchísima suerte con la hora en que llegué a la aldea. Es como si lo hubiese calculado: llegué en el momento perfecto dado que era cuando los niños aún estaban dentro de las aulas, pero ya se estaban por ir a sus casas. Si hubiese llegado tan solo unos veinte minutos más tarde, probablemente no me habría cruzado con ningún niño sino con una escuela vacía.

Allí estaban los peques (todos hmong, o al menos eso creo).

Entré al aula y noté dos cosas curiosas: que no había ningún adulto presente con ellos sino que estaba los niños solos, y que estaba la tele encendida y los niños estaban usándola para ver TikTok.

Niños viendo TikTok en la tele del aula de la escuela satélite

Debo decir que la imagen de ver niños rurales en una escuela usando TikTok no me pareció muy divertida. Siento que si hubiese visitado esta misma escuela en esta misma aldea cincuenta años atrás, me habría encontrado con un grupo de niños que habría estado jugando con sogas, trompos, naipes, canicas, esa clase de cosas. Mientras tanto, ahora con lo único que juegan es TikTok 🙁

A las 16:20 —tan solo diez minutos después de que yo llegué a la escuela— a los niños los dejaron irse a sus casas. Vi como todos recogían una especie de termo grande que al principio pensaba que contenía agua, pero luego me di cuenta de que había arroz dentro: se trataba de la fiambrera donde los alumnos llevaban el almuerzo desde la casa.

Niños recogiendo su fiambrera

De un momento a otro el sendero se llenó de niños, y yo no podía creer lo afortunado que era de poder estar viviendo la experiencia de acompañar a niños rurales a sus casas después de la escuela.

Niños yendo a casa después de la escuela

El grupo de niños arrancó bastante grande cuando salimos de la escuela, pero a medida que avanzamos se fue haciendo cada vez más pequeño, dado que algunos niños iban tomando otros caminos cada vez que el sendero se bifurcaba.

Lolis con el mismo pantalón (¿hermanas?).
Loli con hoyuelos
Últimos cuatro niños que quedaron
Acompañando a los niños en su vuelta a casa de la escuela

Tras despedirme de los niños, a las 16:40 me fui a una cafetería llamada Tiệm Cà Phê Ka Sha. Necesitaba un café y un descanso tras semejante caminata que había hecho.

Tiệm Cà Phê Ka Sha
Me pedí un café de coco (₫40k; ~1,3€).

A las 17:00 fui a Homestay Chân Núi y hablé con el dueño para ver si me podía quedar a pasar la noche allí. Me dijo que una cama en el dormitorio grande costaba ₫100k (~3,3€) por la noche, así que acepté.

Puesta de sol

Tan pronto como el sol empezó a descender en el horizonte, la temperatura se redujo drásticamente. Ahí fue cuando me di cuenta de que no había venido lo suficientemente preparado para el frío que iba a hacer aquella noche en esta aldea de montaña. En ese momento mi app de meteorología marcaba 9 ºC.

Así lucía el dormitorio por dentro

El dormitorio tenía una quincena de camas pero no había nadie ocupándolas aparte de mí, con lo cual el dueño me dijo que podía escoger la cama que quisiera.

El dueño —llamado Lộc— era un tierno. Me contó que le gustaban los extranjeros y estaba contento de haber tenido esta visita repentina e inesperada por parte de uno.

Lộc tenía un hijo, una hija y una mujer. La hija y la mujer no vivían allí sino que se encargaban de administrar otro homestay en otro sitio no muy lejos. Lộc vivía ahí solo con su hijo varón.

El hijo de Lộc barriendo la parte exterior del homestay

A las 18:30 Lộc me preparó la cena y me la trajo al dormitorio.

Era un montón de comida para mí solo; no lo pude terminar todo.

A las 19:30 salí a dar un pequeño paseo nocturno por la aldea. Tenía que ser pequeño por dos razones: (1) estaba totalmente oscuro y no se podía apreciar nada más que el cielo estrellado, y (2) hacía mucho frío y yo no tenía el suficiente abrigo para ponerme.

Área central de la aldea (la única iluminada), donde estaba el mercado.
Si no me equivoco, este homestay homónimo que quedaba justo en el centro frente al mercado, era del jefe de la aldea.

Mi caminata nocturna fue exactamente la misma que había hecho con los niños más temprano, solo que en sentido inverso: fui de vuelta hasta la escuela y luego volví al homestay.

Así lucía la escuela satélite de noche

Lo más interesante para mí de esta escuela es que no tenía ningún tipo de cerca ni separación con la calle, lo cual es raro en Vietnam. Generalmente no solo hay separación sino que también suele haber guardia permanente y cámaras de seguridad.

Luna y estrellas (la clase de cielo que solo se ve en aldeas y nunca en ciudades).

A las 20:00 pasadas volví al homestay.

Homestay por fuera
Lộc (dueño del homestay) en la cocina de su casa, anexa al dormitorio donde estaba yo.

Entre que hacía mucho frío y yo estaba muy cansado del día largo que había tenido, decidí irme a dormir temprano. Además quería levantarme temprano al día siguiente para poder ir a la escuela con los niños de vuelta desde la primera hora.

Ame,
Kato