Nuevo destino: Vietnam 🇻🇳

Kara Ema:

¿Recuerdas que hacía unos días había querido ir al Saizeriya más cercano a Arachi pero estaba cerrado? Bueno, decidí que volvería a probar ir la última jornada que estaba en Japón. Por suerte esta vez estaba abierto.

El miércoles me pasé casi toda la tarde en Saizeriya (entre las 13:00 y las 17:00), comiendo pizza y espagueti, tomando refrescos y café, trabajando y viendo Sakura Card Captors.

Sí: arranqué a ver el animé de Sakura, el mismo que veía de niño. Decidí que quiero verlo de principio a fin —los setenta episodios—, así como había hecho hace unos años con la primera temporada de Digimon. Quizás algún día lo haga con Pokémon también, pero solo las primeras dos o tres temporadas que fueron las de mi infancia.

Almorzando una pizza en Saizeriya mientras veía el segundo episodio de Sakura
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Opening latino de Sakura Card Captors ♡

Es fascinante ver series de animé viejas del siglo pasado dado que muestran ciertas cosas que contrastan bastante con los animé modernos de este siglo. Por ejemplo, en el caso de Sakura lo que pude notar hasta ahora es:

  • El estilo de los dibujos es marcadamente distinto al moderno.
  • Los personajes no usan teléfonos móviles dado que en aquella época aún no eran comunes.
  • Dado que no usan móviles, dejan escrito en la casa lo que van a hacer en el día para que los miembros de la familia sepan dónde están y a qué hora volverán.
  • Uno de los personajes tiene una videocámara de esas que se usaban antes de que se masificara el uso del teléfono móvil con cámara incorporada.
  • Hay ciertas relaciones entre personajes que hoy en día se considerarían «políticamente incorrectas» y por tanto sería más raro encontrarlas en animés modernos:
    • Sakura, niña de cuarto grado de primaria (10 años) está enamorada del amigo de su hermano, que está en segundo año de secundaria (17 años). Van a comer juntos seguido.
    • Una compañera del curso de Sakura mantiene una relación romántica con uno de sus profesores. Están comprometidos y planeando casarse tan pronto como sea legalmente posible.
    • El padre de Sakura se casó con una chica de secundaria cuando ella tenía 16 y él era profesor en su escuela. Esto hoy no sería posible dado que la edad núbil para la mujer fue subida de 16 a 18 en Japón hace dos años.

El jueves dejé Arachi a las 6:30, después de tres semanas de vivir allí en el barrio de Shōwachō de la ciudad de Osaka. Cogí mis maletas y me tomé un tren hasta el aeropuerto.

Una hora más tarde llegué a KIX, el Aeropuerto Internacional de Kansai. Lo curioso de este aeropuerto es que fue construido en una isla artificial sobre la bahía de Osaka.

[La isla artificial] Construida por el ser humano, tiene 4 km de largo por 1 de ancho, los ingenieros la diseñaron considerando los posibles terremotos y tifones frecuentes en la región. […] el proyecto se transformó en el trabajo de ingeniería civil más caro de la historia moderna, después de 20 años de planificación, 3 años de construcción y miles de millones de dólares invertidos.

[…]

La terminal es un edificio de cuatro pisos diseñado por Renzo Piano. Es la terminal más larga del mundo, con una longitud de 1,7 km de punta a punta. Un sofisticado sistema de transporte peatonal traslada a los pasajeros de un extremo al otro.

Wikipedia
Aeropuerto Internacional de Kansai (I)
Aeropuerto Internacional de Kansai (II)
Me encanta el texto en distintos idiomas al lado de las gachapon diciendo «por algún motivo, [se] venden mucho en Japón».

Me sorprendió la cantidad de gente que había haciendo fila para hacer el check-in a mi vuelo hacia Hanói. Como se nota que la pandemia ya terminó y el turismo volvió a los niveles de antes. Tuve que esperar una hora en aquella interminable fila. Por suerte tenía un libro para mantenerme entretenido.

El tiempo que perdí con el check-in lo recuperé con migraciones, dado que en Japón —al menos en este aeropuerto— es tan sencillo y expeditivo como escanear tu pasaporte en una máquina. La parte de seguridad también la pasé superrápido.

A las 10:00 me subí al avión de Vietnam Airlines, destino a Hanói, la capital de Vietnam.

Durante el vuelo de cinco horas hice tres cosas para pasar el tiempo: comer, dormir y leer.

La comida que comí
El libro que leí (Dream Children)

Dream Children es una novela de 1998 de A. N. Wilson.

Debido a sus propios encuentros tempranos, Oliver Gold, un distinguido filósofo, ha decidido que sólo puede ser feliz con un niño. Sin embargo, Oliver se muda a vivir con una viuda en el norte de Londres. Enamora a todas las mujeres que le rodean, desde la anciana matriarca, pasando por una pareja de amantes lesbianas, hasta una niña llamada Bobs. Bobs tiene tres años cuando Oliver se muda a su casa y diez al final del libro.

Wikipedia

Me divierte que ese artículo de Wikipedia pone que «Oliver abusa de Bobs durante un largo tiempo» cuando en realidad solo tienen sexo durante seis meses y el resto del tiempo solo se dan caricias:

Sólo durante unos seis meses de sus casi ocho años de relación el sexo había desempeñado un papel importante en un amor que seguía siendo táctil y se demostraba físicamente. Es cierto que aún había días en los que, por grotesco que pareciera, «hacían cosas» por las que él podía ser detenido por la policía; pero esos días no se distinguían en su mente (ni en la de ella, estaba seguro) de aquellos en los que sus abrazos, sus besos, sus caricias, eran de un orden que los magistrados y la policía considerarían en el moderno lenguaje cantado «aceptable».

Dream Children, Capítulo Nueve.

Y yo que pensaba que Wikipedia nunca se equivocaba y siempre era imparcial y amoral…

A las 13:00 llegué a Hanói, pero esta ciudad no era mi destino final.

Aeropuerto de Hanói

Tan pronto como salí de la terminal internacional —tras haber pasado por migraciones y obtenido el sello en mi pasaporte que me habilitaba a quedarme dos meses en este país—, me tomé un free shuttle hacia la terminal doméstica.

A las 14:30, después de pasar por seguridad y chequear dónde estaba la puerta de mi vuelo, me fui a hacer mi primera compra en territorio vietnamita: un cà phê sữa dừa (café con leche y coco) y un pain au chocolat.

Ambas cosas estuvieron superricas, y me costaron 119 mil đồng (~US$4,7).

A las 17:00 me subí al avión rumbo a mi destino final, pero tuve la mala suerte de que debido al mal tiempo no pudimos salir hasta una hora más tarde que la originalmente programada.

Frente: avión que tomé. Fondo: cielo feo, unos minutos antes de que se largara a llover fuerte.

Cerca de las 19:00 llegué a Vinh.

Antes de seguir con mi historia, déjame contarte primero un poco sobre Vinh —con la ayuda de Wikipedia, a pesar de que me decepcionó con lo que puso en ese artículo más arriba— y sobre lo que he venido a hacer aquí.

Vinh es una ciudad en Vietnam. Se encuentra en el norte del país, y es la capital de la provincia de Nghe An. El 5 de septiembre de 2008, Vinh fue ascendida a ciudad grado I, siendo la cuarta de Vietnam con dicho status después de Hai Phong, Da Nang y Hué. Tiene 490.971 habitantes.

La economía de Vinh es en gran medida dependiente del sector de servicios, que da empleo a cerca del 55% de la población activa. El sector industrial le sigue con alrededor del 30% de empleo y la agricultura, la silvicultura, y la pesca (alrededor del 15%). Vinh es un importante centro de transporte, con una posición clave en la ruta que une el norte y el sur del país, siendo también un puerto de relevancia.

Wikipedia

Gracias a Workaway conseguí dar con una familia de vietnamitas que vive en Vinh y estaba buscando un voluntario para cierto trabajo (no revelaré la naturaleza de dicho trabajo aún—para eso tendrás que esperar al lunes que es cuando arranco).

A cambio de mis servicios como voluntario, ellos me costean todas mis expensas, incluyendo el hotel, la comida, el agua, la tarjeta SIM para tener internet en la calle, etc. Ya llevo viviendo en Vietnam dos días y aún no he tocado ni sé cómo luce el dinero vietnamita.

La familia con quienes estaré compartiendo mi estadía en Vinh está formada por Xuân (la mamá), Hùng (el papá), y Minh (el niño de dos años y medio). Bueno y también está el bebé de nueve meses y la abuela —viven todos juntos—, pero creo que no voy a ver mucho de ellos, o al menos no tanto como a los tres primeros.

El inglés de ellos es lejos de ser perfecto (en general los vietnamitas parece que no manejan mucho el inglés), pero sí lo suficientemente bueno como para poder comunicarnos sin necesidad de traductor la mayor parte de las veces. Aunque a veces tengo que estar descifrando la pronunciación, como cuando hoy Hùng me decía /kam-PA-ny/ y tardé un rato en entender que se refería a «company».

Lo que ellos quieren de mí, aparte de que los ayude con el trabajo que voy a arrancar el lunes, es que pase tiempo con su hijo Minh, juegue con él y le hable en inglés para que él incorpore naturalmente el idioma como lo ha estado haciendo con el vietnamita al escuchar a sus padres.

Llamé a Hùng para avisarle que había llegado al aeropuerto. Me dijo que me pasaría a buscar en veinte minutos. La parte del aeropuerto donde me había dejado la manga del avión era pequeña—solo incluía una cinta para recuperar las maletas y unos baños. No había parte de aduana ni control aeroportuario ni nada de eso. Ni siquiera había asientos para sentarse.

La gente que había llegado en el mismo avión que yo ya se había dispersado y partido por la puerta que daba directo a la calle. Yo estaba parado al lado de la puerta del lado de adentro (dado que estaba el aire acondicionado y afuera hacía muchísimo calor), cuando de repente una chica del personal del aeropuerto se me acercó para preguntarme si necesitaba algo.

Intenté explicarle que estaba esperando a que alguien me pasara a buscar pero no hubo caso; no entendía inglés. Así que saqué mi teléfono y utilicé la aplicación de traductor para transmitirle mi mensaje en vietnamita. Ella hizo lo mismo con su teléfono, mostrándomelo en una pantalla que ponía «follow me» (sígueme).

La seguí durante unos diez o quince pasos hasta el marco de la puerta de salida, donde ella ahora estaba parada colocando una silla y haciéndome señas para que me sentara. También me hizo notar que al lado de la silla había unos enchufes que podía utilizar para cargar mis dispositivos. Una tierna. Qué linda primera impresión que me dejó de los vietnamitas.

Al rato finalmente apareció Hùng en su Mercedes-Benz, el cual detuvo justo frente a la puerta del aeropuerto y me ayudó a meter mi gran maleta en el portaequipajes.

Me hizo señas de que me sentara atrás. Cuando entré noté que Minh también estaba con él, así que lo saludé. Me pareció curioso el hecho de que el niño de dos años y medio estaba sentado sobre la consola central, justo en medio de los dos asientos de adelante. Llegábamos a tener un accidente y el niño ese habría salido disparado a través del parabrisas. Pero esta es exactamente la clase de cosas que recordaba del Sudeste Asiático y que lo hace tan fascinante para mí.

Otras de las cosas son la lluvia intensa e interminente, la gente amistosa y sonriente, los gallos cantando, las motos llevando a cuatro o cinco personas, el tránsito caótico, los bocinazos, los niños ayudando en el trabajo de sus padres, el aspecto humilde y rústico de las calles y los edificios, la informalidad prevalente (e.g. dos empleadas del aeropuerto gritándose desde lejos, cosa que jamás me imaginaría pasando en Japón).

Todo esto ya lo he vuelto a vivir desde que llegué ayer a Vinh. Me han hecho sentir que efectivamente estoy de regreso en el Sudeste Asiático, y eso me encanta.

Como sabrás, Vietnam es una república socialista, aunque a los fines prácticos sigo sin descubrir qué es exactamente lo que cambia con respecto a otras repúblicas. Yo veo que la gente tiene sus propiedades privadas y sus posesiones, y hay centros comerciales y capitalismo como en cualquier otro país—por lo tanto ¿dónde exactamente estaría el socialismo?

Hasta ahora solo lo he visto en las estatuas de Lenin y en la avenida principal de Vinh, llamada Avenida de Lenin. Cuando pasábamos por esta avenida con el Mercedes, Hùng me explicaba que los viernes y sábados se vuelve peatonal y hay eventos y festivales. Ya estoy ansiando ir, sobre todo tras haber visto un escenario colocado en el borde de la avenida donde estaban bailando unos niños justo en el momento en que pasamos por allí.

A las 20:00 llegamos a mi hotel, el cual queda a unos 200 metros de la casa de mi familia anfitriona. Cuando llegamos a la recepción pasó otra cosa más que me hizo pensar «qué lindo estar de vuelta en el Sudeste Asiático»: mientras la recepcionista hablaba con Hùng, detrás de ella se aparecieron tres niñas quienes tan pronto como me vieron me regalaron una gran sonrisa y un tierno y cantado «hello».

Es que como ya te habré contado en otra ocasión, es común que en el Sudeste Asiático los hoteles, restoranes, etc. sean negocios familiares, y por tanto que se vean a niños contribuyendo su parte en el negocio, ayudando con el trabajo que hay que hacer o simplemente siendo tiernos y sonriendo a los clientes. Esto tiene que ver también con la informalidad prevalente que te mencionaba arriba (las niñas estaban en pijama y cenando mientras su madre nos atendía).

Hùng me ayudó a subir mi maleta hasta la planta donde estaba mi habitación, y me entregó la llave.

No tengo idea a cuánto le saldra a Hùng alquilar esta habitación de hotel para mí, pero no me sorprendería que fuese menos del equivalente a cinco dólares la noche.

Tenía todo el aspecto a hotel barato, pero al mismo tiempo no me podía quejar dado que tenía todo lo que necesitaba: aire acondicionado, baño, ducha, cama, enchufes, y hasta dos sillas y una heladora. Además era gratis para mí, lo cual era genial.

Mi habitación en el hotel que Hùng me pagaba
El baño (notar la ubicación de la ducha y el bidé estilo manguera, al igual que en otros países del Sudeste Asiático que he visitado).

Hùng se despidió de mí y me dejó en mi habitación para que pudiera descansar del viaje. Me dijo que pasaría de vuelta en un rato para dejarme mi cena en la recepción.

La cena que me compró Hùng (según el ticket parece que le costó 42 mil đồng, es decir algo así como un dólar y medio).

Esta entrada se está haciendo larga así que por ahora voy a dejar aquí y en otra ocasión te contaré lo que estuve haciendo hoy.

Ame,
Kato