Mi experiencia en una piscina pública islandesa

Kara Ema:

Último capítulo de TFCS: Sexting (Sexteo).

Sexteo (contracción de sexo y texteo, del inglés sexting) es un término que se refiere al envío de mensajes sexuales, eróticos o pornográficos, por medio de teléfonos móviles. Inicialmente hacía referencia únicamente al envío de SMS de naturaleza sexual, pero después comenzó a aludir también al envío de material pornográfico (fotos y vídeos) a través de móviles y ordenadores.

Wikipedia

En octubre de 2008, funcionarios del distrito escolar de Tunkhannock (Pensilvania) confiscaron varios teléfonos móviles de estudiantes y descubrieron en ellos «fotografías de chicas adolescentes escasamente vestidas, semidesnudas y desnudas». […] Los teléfonos fueron entregados a la policía y, en noviembre de 2008, George Skumanick Jr, entonces fiscal del distrito del condado de Wyoming, inició una investigación criminal. Ese mes, Skumanick declaró públicamente a los periodistas de la prensa local y en una asamblea celebrada en el instituto de Tunkhannock que los alumnos que tuvieran «imágenes inapropiadas de menores» podrían ser procesados por «posesión o distribución de pornografía infantil», y que una condena por delito grave podría acarrear largas penas de prisión, antecedentes penales permanentes y el registro como delincuente sexual.

A continuación, el 5 de febrero de 2009, envió cartas a los padres de entre dieciséis y veinte alumnos de Tunkhannock cuyos teléfonos contenían las imágenes ofensivas, incluidas las tres chicas que aparecían en las fotos. Se dio un ultimátum: «[Nombre del menor] ha sido identificado en una investigación policial relacionada con la posesión y/o difusión de pornografía infantil. […] hemos desarrollado un programa de seis a nueve meses que se centra en la educación y el asesoramiento. […] La participación en el programa es voluntaria. Tenga en cuenta, sin embargo, que se presentarán cargos contra aquellos que no participen o aquellos que no completen con éxito el programa.»

[…] Solo en 2008 y 2009, «las fuerzas del orden estadounidenses tramitaron unos 3.477» casos relacionados con el sexting, y en el estado de Victoria (Australia), dos de los principales periódicos del país informaron de que treinta y dos adolescentes habían sido acusados de delitos de pornografía infantil derivados del sexting en 2007-2008. […] «¿Quién iba a predecir», comenzaba un reportaje de USA Today, «que el peligro futuro de los teléfonos móviles sería lo que los niños son capaces de hacer y enviar con ellos visualmente?».

[…] Se lanzaron campañas educativas masivas para advertir a jóvenes y padres de los peligros del sexting (que continúan sin cesar), con decenas de folletos, kits y vídeos sobre los peligros del sexting distribuidos a escuelas y familias. […] Por mucho que desconfiemos del alarmismo que rodea al sexting, está claro que no se trata de una situación superficial de adolescentes traviesos. Hay mucho en juego cuando la ley interviene para regular y castigar interacciones interpersonales voluntarias, tanto de adultos como de jóvenes. Algunos de estos delitos —incluso cuando implican el intercambio consentido de imágenes de uno mismo con un amigo o una pareja sexual— han dado lugar a que los adolescentes sean obligados a registrarse como agresores sexuales. Este capítulo trata de lo que está en juego en la respuesta sociojurídica a la práctica del sexting consentido entre adolescentes.

[…] Presento dos argumentos generales. El primero es que este pánico al sexting, como cada pánico estudiado en este libro, es en aspectos significativos una conversación desplazada sobre la agencia sexual adolescente con estrategias explícitas y menos explícitas. Por un lado está el objetivo manifiesto de regular la agencia adolescente, y por otro están las estrategias latentes de evitar las complejas realidades de la agencia adolescente y promulgar una figura normativa y homogénea del adolescente inmaduro e inepto. El segundo argumento es que los tropos emocionales o afectivos del miedo y la vergüenza se han movilizado al servicio de estas estrategias performativas. Es difícil escapar a la conclusión de que el impulso adulto de constituir o reconstituir la imagen del adolescente normativo se produce precisamente en el momento histórico en que los propios jóvenes, a través de las nuevas tecnologías, están desafiando palpablemente las normas de la adolescencia.

[…] la hoja informativa del [Consejo Nacional de Prevención de la Delincuencia (NCPC) de Estados Unidos] sugiere que la única forma de que los adolescentes estén totalmente protegidos es que «nunca envíen ni publiquen fotos sexualmente provocativas». […] La afirmación de que no existe ninguna forma de sexting seguro es, como poco, dudosa. […] Incluso si solo el 5% de los jóvenes de entre catorce y diecisiete años practica el sexting (y sin duda las cifras varían y cambian según el contexto social), se trata de una cifra enorme en Estados Unidos, por no hablar de los países anglófonos en general. Es difícilmente concebible —y no hay pruebas que lo sugieran— que todas esas incidencias hayan sido (o sean) inseguras o hayan provocado daños. Si el imperativo categórico, absolutista y universalizador de «sexting seguro: no existe» no es propiamente descriptivo de ninguna realidad, parece que sirve a otras estrategias performativas, que retomaré en breve.

[…] «El sexting entre menores es un delito grave y puede tener serias consecuencias legales. Podrías ser acusado de un crimen», declara el NCPC. «Si te condenan, podrías ser etiquetado como agresor sexual para el resto de tu vida». Sin embargo, como concluyeron los autores de un estudio sobre unos 3.477 casos de sexting tratados por las fuerzas de seguridad estadounidenses, «parece que la mayoría de los jóvenes que simplemente producen o transmiten imágenes no están siendo tratados como delincuentes» y pornógrafos infantiles. […] Los medios de comunicación y los textos pedagógicos repiten una y otra vez las nefastas advertencias sobre estas consecuencias extremas y poco comunes, así como la fusión del sexting no consentido y el consentido.

Otro elemento de hipérbole y distorsión se refiere a la aparente probabilidad de consecuencias perjudiciales para la reputación. […] «Una vez que la imagen está ahí fuera, nunca desaparecerá», advierte el folleto del NCPC. «No arriesgues tus futuras esperanzas universitarias o laborales». Consideremos un escenario de este tipo. Pensemos en el primer caso judicial australiano de sexting en el que se vio implicada D. S., de trece años, que envió una foto suya desnuda de frente a un amigo varón. ¿Qué posibilidades hay de que un mensaje de una niña de trece años desnuda llegue a la mesa de un empleador o de un comité universitario, por no hablar de que sea identificable como D. S. cuando la niña haya llegado a la universidad o al mercado laboral? […] Sin duda, esos riesgos para la carrera profesional son infinitamente mayores si se criminaliza a los adolescentes que practican el sexting consentido, lo cual es una muy buena razón, como muchos han argumentado, para no incluir el sexting privado y consentido en la órbita de la ley.

[…] Los textos pedagógicos advierten casi uniformemente a los jóvenes de que, al enviar imágenes sexualmente provocativas de sí mismos, podrían ser considerados productores y distribuidores de pornografía infantil. Es una cruel ironía —y ampliamente señalada por los críticos de la criminalización del sexting consentido— que las mismas leyes de pornografía infantil diseñadas para proteger a los jóvenes de los abusos se utilicen en algunas jurisdicciones para acusar a los adolescentes de enviar imágenes privadas de sí mismos.

[…] En 2005, una adolescente de Florida de dieciséis años (A. H.) y su novio de diecisiete (J. G. W.) fueron acusados como menores en virtud de la legislación sobre pornografía infantil tras hacerse fotos digitales desnudos manteniendo relaciones sexuales, y enviarlas por correo electrónico a la cuenta personal del chico. Un tribunal local confirmó los cargos y ambos fueron declarados delincuentes. A. H. recurrió la sentencia alegando que, al no haber enviado las fotos por correo electrónico a terceros, los cargos constituían una violación de su derecho a la intimidad y, por tanto, eran inconstitucionales. […] sin embargo, el tribunal dictaminó que el derecho a la intimidad no se extiende a las circunstancias en las que el «menor conmemora el acto mediante imagen o vídeo». Sorprendentemente, la razón aducida para ello es que ninguno de los dos menores tenía una expectativa razonable de que «el otro no mostraría las fotos a un tercero» o de que las fotos no se difundieran involuntariamente. Es decir, no tenían, citando las transcripciones del tribunal, «ninguna expectativa razonable de privacidad». […] En la base de todos estos argumentos estaba uno de los principios fundamentales según el cual el Estado tiene un interés imperioso en garantizar que nunca se produzca ninguna «cinta de vídeo o imagen que incluya conducta sexual de un menor de 18 años».

[…] El pánico al sexting se extiende también a otras formas de vigilancia, y se recomienda sistemáticamente a los padres que vigilen el uso que sus hijos hacen del teléfono móvil y de Internet. «Es importante que controle las actividades en línea de sus hijos», implora una hoja de consejos para padres del gobierno de Nueva Gales del Sur, «incluidos los sitios web que visitan, con quién se comunican, sus amigos en línea y la información que publican». […] La sentencia contra A. H. constituye una sorprendente manifestación y literalización jurídica del imperativo de la vigilancia, al igual que todas las condenas por sexting no agravado. Se considera que los adolescentes como A. H. no tienen «ninguna expectativa razonable de privacidad» con respecto a sus actividades privadas y consentidas en línea.

[…] Entre las estrategias performativas más obvias que subyacen a las advertencias sobre el sexting se encuentra el intento de reinar y controlar la agencia adolescente disminuyendo la práctica del sexting y regulando la actividad en línea de los adolescentes. […] Argumento que el miedo y la vergüenza se despliegan como una forma de promulgar ciertas normas de la adolescencia. «Una joven adolescente se hace una foto desnuda y se la envía a su novio», comienza un artículo de portada del Herald Sun del Reino Unido. Citando la amenaza de los pedófilos y la pornografía infantil, el miedo al peligro es la inconfundible puesta en escena del artículo. «Cuando rompen, la imagen es difundida por teléfono, correo electrónico y sitios de redes sociales. De repente, lo que pretendía ser un tonto mensaje de coqueteo se ha convertido en muerte social y vergüenza». […] Las acciones del chico que iniciaron la circulación social no autorizada de las imágenes tras la ruptura quedan ocultas en la afirmación pasivamente expresada «la imagen es difundida». La agencia y la causalidad, y por tanto la responsabilidad y la culpabilidad, no se sitúan directamente en él o, al menos, quedan en un segundo plano. La decisión de la chica, en marcado contraste, se identifica como la agencia causal activa, y es una agencia que se menosprecia como «insensata», y en otras partes del informe como «inapropiada».

[…] En ausencia de una crítica del uso de los estatutos de pornografía infantil contra los jóvenes, las interminables advertencias a los adolescentes sobre posibles condenas penales se acercan peligrosamente, si es que no lo hacen ya, a amenazas de hostilidad y agresión por parte de los adultos. Los cargos por pornografía infantil, las causas judiciales, los registros de delincuentes sexuales e incluso los programas de desvío para el sexting adolescente consentido y sin agravantes son la dramática literalización de esto. Sin embargo, como sostienen Kath Albury y Kate Crawford, las respuestas educativas y políticas «deberían hacer algo más que amenazar a los jóvenes con penas legales o vergüenza sexual». Deben desafiar el acoso sexual, promover la ética sexual, reconocer la agencia de los jóvenes y proporcionarles «una ciudadanía sexual que incluya la auto-representación mediada».

[…] El Centro del Sureste de Australia contra las Agresiones Sexuales expone las «consecuencias del sexting» en su folleto de dos páginas: «Las repercusiones psicológicas pueden provocar depresión, aislamiento, ansiedad, pensamientos suicidas e intentos de suicidio». […] «Las consecuencias legales para los adolescentes implicados en sexting pueden incluir penas de cárcel, multas de hasta 1.000 dólares e inscripción en el registro de delincuentes sexuales».

Al igual que la vergüenza, la mención de la criminalidad, si no se cuestiona, opera en un sentido más que descriptivo. No solo refuerza las nociones de vergüenza, sino que también funciona como una amenaza punitiva. En ningún lugar de estos folletos se hace un esfuerzo por reconocer y educar a los jóvenes sobre las ambigüedades y contradicciones de la ley con respecto a los adolescentes, y sobre el hecho de que en muchas jurisdicciones anglófonas la edad de consentimiento es inferior a las definiciones del niño en las leyes sobre pornografía infantil. […] Esto solo pone de relieve la inversión discursiva predominante en la emisión de amenazas y la regulación de los adolescentes.

[…] A pesar de la concesión al sexting voluntario, la voluntad de los adolescentes queda problematizada en la frase inmediatamente posterior: «Los jóvenes toman estas decisiones sin pensar en cómo puede verse afectado su futuro. Es importante que los padres y tutores comprendan que [sus hijos] a menudo no piensan en las implicaciones de la rapidez con la que la información digital puede difundirse a través del teléfono móvil e Internet». Los adolescentes que practican el sexting se presentan como carentes de los medios necesarios tanto para participar en esta práctica con madurez como para hacer frente a las consecuencias imprevistas. […] Enmarcados en una literatura pedagógica que advierte de manera uniforme y ominosa a los adolescentes que nunca envíen mensajes sexuales, este tipo de textos no hace sino subrayar el hecho de que todo envío de mensajes sexuales se considera la expresión de una forma de agencia defectuosa, ingenua y subdesarrollada. Como decía un reportaje de USA Today, para «una minoría inquietantemente grande de adolescentes, la combinación de tecnología, hormonas y estupidez ha desembocado en una práctica llamada sexting». Y así volvemos a la humillación de los adolescentes. Notablemente, esto contrasta fuertemente con el mundo del sexting adulto, que puede reconocer formas tanto negativas como positivas de sexting. Según el artículo de la revista Cosmopolitan «The Sex Toy Hiding in Your Purse» (El juguete sexual que se esconde en tu bolso), el sexting puede animar la vida sexual y amorosa de las mujeres.

[…] Al igual que con todos los pánicos sexuales estudiados en este libro, los relatos de adolescentes inmaduros, temerarios y hormonados no se cuestionan en absoluto, a pesar de la gran cantidad de investigaciones que cuestionan contundentemente estas nociones universalizadoras. Una vez más, no son meramente descriptivas, sino generadoras de normas sobre la adolescencia, políticas sociales, leyes y los propios adolescentes.

[…] A. H. fue declarada delincuente sobre la base de nociones generalizadas del adolescente normativo como inmaduro y siniestro. Se asumió que A. H. «no tenía ni previsión ni madurez… era demasiado joven para tomar una decisión inteligente sobre la adopción de una conducta sexual y su recuerdo». […] simplemente se la redujo a la categoría unificada de adolescente inmadura y poco inteligente. Se desestimó y excluyó cualquier posibilidad de actuación competente. Con el trazo de un estereotipo, se consideró que A. H. —y, de hecho, todos los adolescentes— tenían una capacidad de agencia tan comprometida que no solo no se protegió en línea la privacidad que se le concedía para mantener relaciones sexuales con su novio fuera de línea, sino que, de hecho, se la castigó por esta agencia aparentemente deficiente.

[…] Cuando los textos pedagógicos declaran que «no existe el sexting seguro», lo que están haciendo implícitamente es desviar la atención o silenciar lo que queda estrictamente excluido de este imperativo categórico: las formas seguras, neutras y positivas de sexting. Sin embargo, incluir estos ejemplos, estas realidades, sería contradecir el imperativo categórico y debilitar su fuerza retórica y afectiva. Abriría la cuestión de las formas no infantilizadas de agencia sexual adolescente, algo a lo que, como hemos visto a lo largo del libro, las sociedades occidentales rara vez están dispuestas a dar la debida importancia.

[…] ¿Por qué nos apresuramos tanto a encasillar a los jóvenes en una categoría unificada de «adolescente» que borra la singularidad y especificidad de una vertiginosa diversidad de adolescentes reales? ¿De qué manera la judicialización y el castigo del sexting consentido -una práctica permitida en cuanto se alcanza la arbitraria edad de 18 años- promueven los principios de protección y minimización del daño? En mi opinión, debería haber pánico moral ante el trato discriminatorio y punitivo de los adolescentes, la falta de reconocimiento de las múltiples adolescencias y agencias, y las consecuencias perjudiciales a menudo innecesariamente provocadas por el pánico al sexo y las pedagogías basadas en el miedo.

[…] El sexting entre adolescentes pone de manifiesto algunas de las tensiones, contradicciones, ansiedades y actitudes negativas que envuelven la cuestión de la capacidad de acción sexual de los jóvenes y que, según se ha argumentado en este libro, se encuentran habitualmente entre las fuerzas motrices del miedo a la sexualidad infantil. A mi juicio, el pánico al sexting oculta la centralidad de la cuestión de la agencia al mismo tiempo que funciona para contener y controlar la libertad de los jóvenes para ejercerla.

Sexting, The Fear of Child Sexuality

La razón por la cual quise hacer un resumen de todos los capítulos y publicarlos aquí es porque considero este libro de vital importancia, dado que pone de manifiesto cómo la sociedad de los adultos —o la adultocracia, como me gusta llamarla a mí—, está defraudando y traicionando a la sociedad de los niños y adolescentes, impartiendo control sobre ellos y estableciendo barreras arbitrarias y artificiales de conductas apropiadas e inapropiadas, justificándose con el pretexto de que es «por su propio bien y para su protección».

Básicamente, los adultos hacen con los niños y adolescentes lo mismo que los gobiernos totalitarios hacen con sus ciudadanos: los despojan de sus derechos, libertades y privacidad con la excusa de brindarles seguridad y protección.


El sábado pasé una mañana tranquila e ineventula (perdón, sé que no existe esa palabra pero no es mi culpa que en español no haya nada equivalente a «uneventful»).

A las 14:00 salí andando hasta el centro. Media hora más tarde entré en una librería llamada Penninn Eymundsson.

Penninn Eymundsson

Primero recorrí el subsuelo, donde había una sección de artículos de papelería y equipaje, y otra sección de libros y juguetes para niños.

Libros para niños
Juguetes para niños. Nos hacemos creer que como sociedad hemos dejado atrás los estereotipos de género y sin embargo yo sigo viendo las cajas y ropas de las muñecas todas rosas y las de los Playmobil todas azules…
Suvenires de frailecillos
Suvenires de vikingos y criaturas de la mitología nórdica

El primer piso tenía libros en islandés, el segundo libros en inglés, y el tercero una cafetería.

Libros en inglés
Tomé esta foto para acordarme de este libro, dado que es la clase de libro que me interesaría leer.

Según cuenta una historia común, Adán y Eva, el primer hombre y la primera mujer, no tenían ni idea de que su falta de ropa fuera vergonzosa; estaban perfectamente confiados en sus trajes de cumpleaños entre los animales del Jardín del Edén. Todo iba bien hasta aquel día en que comieron del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal y se pusieron a buscar hojas de higuera para cubrir sus cuerpos. Desde entonces, han surgido negocios lucrativos para proporcionar muchas formas elegantes de cubrir nuestra desnudez, ya que el cuerpo humano desnudo evoca ahora ideas poderosas y a menudo contradictorias: nos emociona y nos repugna, significa inocencia y experiencia sexual, y a menudo marca la diferencia entre naturaleza y sociedad. En Breve historia de la desnudez, el psicólogo Philip Carr-Gomm recorre nuestra ineludible preocupación por la desnudez.

Goodreads

Me encantaría comprarme un libro físico pero desde que empecé mis viajes es algo que simplemente no me puedo permitir, como la PlayStation, las mascotas o los niños. Hay ciertas cosas que lamentablemente son incompatibles con la vida del viajante/nómada. Por eso es que leo siempre con la Kindle, que igual tampoco está nada mal.

A las 15:30 pasé por un Bónus para comprar un par de provisiones durante el camino de regreso al hotel.

Más arte callejero

A las 16:00 volví al hotel.

Media hora más tarde volví a salir, a un edificio que queda a media cuadra de mi hotel y que todos los días paso por al lado pensando en que quiero visitarlo. Hoy finalmente lo hice.

Laugardalslaug

Laugardalslaug es un complejo público de baños termales y piscinas situado en el barrio de Laugardalur, en Reikiavik, la capital de Islandia. Con una piscina olímpica cubierta, una piscina al aire libre de 50 metros de largo, una piscina de juegos de 400 m², 8 ollas calientes de diversas temperaturas y un baño de vapor de 17 m², es el mayor complejo de piscinas convencionales de Islandia. Con unos 800.000 visitantes en 2010, es el balneario termal más visitado de Islandia después de la Laguna Azul.

Los baños son propiedad de la ciudad de Reikiavik y están gestionados por su Departamento de Deporte y Ocio.

Wikipedia

Antes de contarte como fue mi experiencia en la piscina de Laugardalslaug, quiero mencionarte algo acerca de la historia y la cultura de los baños públicos en Islandia, dado que me resulta interesante:

Parte de la cultura desde los primeros asentamientos, las piscinas de Islandia son algo más que un lugar donde ir a nadar. Forman parte de la vida de los islandeses de todas las edades. No importa la época del año, ni lo pequeño o remoto que sea el pueblo, casi puedes estar seguro de que encontrarás una piscina local de la que disfrutar. Una visita a las piscinas es una forma estupenda de conocer la cultura local.

[…] Las piscinas en Islandia son algo más que la típica piscina de barrio. Son un lugar de reunión. Un lugar al que ir para enterarse de los últimos cotilleos o comentar las noticias del día. Un lugar donde reunirse con los amigos. Un lugar donde relajarse y olvidarse del estrés diario mientras se disfruta del tiempo con los compañeros. Un lugar para que las familias pasen tiempo juntos. En las aguas de la piscina local todos son iguales.

[…] La importancia de ir a las piscinas continúa en la educación primaria de los niños, que reciben clases semanales de natación durante la jornada escolar. De hecho, en 1943 la enseñanza de la natación en las escuelas primarias se hizo obligatoria para garantizar que todo el mundo aprendiera a nadar.

Mientras algunos adolescentes van al centro comercial a pasar el rato, usted encontrará a los adolescentes islandeses charlando con sus amigos en la piscina local. Los adultos tienen una rutina diaria de encuentros en los jacuzzis para ponerse al día con sus amigos o relajarse después de un largo día mientras sus hijos juegan. Es habitual encontrar a un grupo de ancianos sentados en los jacuzzis por la mañana o al atardecer, discutiendo sobre cualquier asunto de la vida. Forma parte de la cultura, no importa la edad.

Hey Iceland

Estaba esperando que este artículo hablara sobre la historia de cómo el gobierno empezó a crear piscinas públicas, pero no lo cuenta. Escuché que básicamente fue con el fin de generar una excusa para que la gente se duchara, por eso hacen tanto hincapié cuando vas a los baños públicos con la exigencia de ducharte antes de entrar—de hecho hay una persona controlando que todos lo hagan y lo hagan sin ropa. Lo curioso es que los carteles ponen que es obligatorio ducharse «without wearing a swimsuit» (sin llevar bañador), lo cual me resulta una forma medio extraña e incómoda de decir «desnudo». Que yo sepa desnudo no es una mala palabra, ¿entonces por qué no emplearla?

En mi experiencia, hay tres distintas modalidades de baños públicos en el mundo:

  1. Los mixtos (hombres y mujeres juntos) donde vas con bañador.
  2. Los mixtos donde vas desnudo.
  3. Los separados por género donde vas desnudo.

El tipo 1 es el más común en Europa, mientras que el tipo 3 es el más común en Japón. En una época —hace unos cien atrás— el tipo 2 era el más común en Japón, pero su uso ha decaído desde la Segunda Guerra Mundial. Igualmente sigue siendo posible encontrar baños públicos de tipo 2, tanto en Europa como en Japón, pero es cierto que son raros hoy en día comparados con las otras modalidades.

Podría decirse que Laugardalslaug es un híbrido, dado que la parte donde están las piscinas es de tipo 1, pero la parte donde están las taquillas y las duchas es de tipo 3. Hay personas tan púdicas que mismo estando en una ducha comunal con personas de su mismo sexo no pueden desnudarse enfrente de otros, con lo cual no podrían disfrutar de los baños públicos islandeses. Luego está el otro extremo: los más impúdicos —como yo—, que no tienen problema con duchas comunales ni con baños de tipo 2.

Hay una excepción a la separación por género en los vestuarios de las piscinas públicas islandesas: los niños pequeños (de edad preescolar). En el poco tiempo que estuve en el vestuario de hombres hoy, llegué a ver a dos niñas, de alrededor de 3 y 6 años, siendo acompañadas por sus sendos padres.

Dado que tomar fotografías no estaba permitido en todas las instalaciones, no pude hacer fotos y tuve que dejar mi teléfono en la taquilla. Así que la descripción de la experiencia será exclusivamente textual.

Entré, me acerqué a la recepción y pedí un billete de acceso al área de piscinas. El mismo me permitía quedarme por el tiempo que quisiera hasta la hora de cierre (21:00). Me costó 1380 kr (10€). Me dieron un ticket que tenía que escanear en la puerta para poder pasar. También recibí una pulsera, la cual me serviría para bloquear/desbloquear mi taquilla.

Mapa de las instalaciones

Una vez que pasé la puerta de acceso, me hallé frente a la entrada del vestuario de hombres. Antes de pasar al vestuario me tenía que quitar el calzado, así que me lo quité y fui a buscar una taquilla para dejar mis cosas.

Dejé todo menos la toalla —a diferencia de los baños públicos en Japón, aquí no te dan toalla sino que te la alquilan o te la venden, así que es mejor que traigas la tuya propia— y me fui al sector de duchas. Eran muy diferentes a las duchas de Japón. Por empezar, te duchabas parado y no había ninguna separación entre tu ducha y la de al lado, donde podría estar duchándose otra persona a menos de un metro de distancia de ti. Además, solo te daban jabón líquido (mientras que en Japón te dan también shampoo y acondicionador).

Cuando acabé de ducharme me di cuenta de que había cometido un error: no me había traído el bañador conmigo, lo que significaba que tendría que secarme para poder volver a pasar a la parte de las taquillas, coger el bañador y atravesar nuevamente la parte de las duchas para finalmente salir a la parte de las piscinas. La toalla la dejé en unos soportes que había en la parte de las duchas.

La piscina interior era olímpica y de natación. Cuando me acerqué a verla noté que estaba siendo usada por gente que estaba nadando, así que decidí no entrar ya que estorbaría, y yo no pensaba nadar de todas formas.

Con lo cual solo me quedaban las piscinas exteriores. Sí: tenía que salir al exterior estando solamente con un bañador cuando hacían menos de cero grados de sensación térmica. No me gustó mucho esa idea, pero veía que los islandeses al parecer no tenían problema haciendo eso, así que tomé coraje y los intenté imitar sin tiritar.

De más está decir que las piscinas estaban todas climatizadas, cada una a una temperatura distinta. La más grande, en el centro —donde estaban todos los niños jugando— era la más fría, a 30 ºC. Al lado de esa había una más pequeña que estaba a 38 ºC. Yo me quedé casi siempre en esta.

Por cierto: estaba repleto de gente, tanto niños como adolescentes y adultos, prácticamente todos locales. Esto era algo que yo ya me esperaba que iba a ocurrir, dado que hoy era sábado. Es más: esa era parte de la razón por la cual había elegido ir este día. Después de todo, si no me dejan estar con mi teléfono en la zona de piscinas y soy el único que está solo y no sabe islandés, al menos habiendo gente a mi alrededor tengo algo para hacer: observar a la gente. Si no hubiese habido nadie habría sido mucho más aburrido.

Igualmente, si eres una de esas personas que odian a los niños —como la francesa que conocí esta semana, la irlandesa que conocí la anterior, o como mi hermana la profe de secundaria—, vayas el fin de semana o vayas en la semana probablemente no te salves de tener que escucharlos cerca de ti, dado que según tengo entendido mismo durante la semana vienen un montón de niños, ya sea con la escuela para clases de natación o bien después de la escuela para jugar con sus amigos en el agua.

Esto es algo que contrasta bastante con la experiencia de baño público en Japón. Si bien los niños también van a los baños públicos japoneses, generalmente lo hacen con la familia y no con los amigos, y no corretean, saltan ni gritan por todos lados como aquí en Europa. El clima de los baños en Japón es más bien de relajación, con lo cual la gente respeta esto y trata de mantener el silencio y la serenidad. Mientras tanto el ambiente de las piscinas islandesas es totalmente lo opuesto: uno de socialización y diversión. Incluso he visto que varias personas se llevaban termos y bebidas para tomar en el borde de la piscina, cosas que estaría prohibida en Japón.

Me quedé más o menos una hora, hasta que finalmente me aburrí y decidí irme. Sabía que no lo iba a disfrutar mucho y que no iba a pensar que merecieran la pena los diez euros que pagué, pero al mismo tiempo sentía que tenía que probarlo al menos una vez, considerando lo importante que es en la cultura islandesa. Sin embargo no es una experiencia que repetiría, al menos no estando solo. Si tuviese a otra persona para disfrutarlo con a lo mejor sería distinto. Después de todo, la principal razón por la que los islandeses van a las piscinas no es por las piscinas mismas sino más bien para socializar y pasar un rato con sus amigos o familia.

A la salida de la piscina me fui a comprar un perrito caliente al puesto de perritos calientes que estaba a la salida de la piscina.

Perritos calientes Pylsuvagninn Laugardal
Perrito caliente (730 kr; 5€).

La verdad que no podrían haber encontrado un mejor sitio para instalar un puesto de perritos calientes. Con la cantidad de islandeses —sobre todo niños— que visitan a diario estas piscinas no me imagino lo que debe de recaudar este puesto. Y eso sin mencionar el hecho de que también hay dos escuelas en los alrededores de esta zona.

De ahí me fui para el hotel.

A las 22:00 cené mi Thai Cube mientras veía el segundo episodio de una serie nueva que arranqué, llamada Alice in Borderland.

Cenando y viendo Alice in Borderland

Arisu y sus amigos se dirigen al centro de Tokio para divertirse. Tras provocar un accidente, se esconden en un baño público para evitar a la policía. Cuando vuelven a salir a la calle, toda la gente ha desaparecido y sus dispositivos electrónicos no funcionan. Resulta que son participantes involuntarios en un juego, lleno de desafíos mortales en el que perder o simplemente tomar la decisión equivocada podría costarles la vida.

IMDb

Ame,
Kato