Kara Ema:
El martes a las 9:00 salí al supermercado (Lidl).

A las 12:00 salí del hotel y arranqué mi segunda jornada de recorrida por Varsovia. La verdad es que ya no me quedaba mucho para ver, así que fui tranquilo y sin prisa.



El Palacio de la Cultura y la Ciencia (en polaco: Pałac Kultury i Nauki, abreviado como PKiN) es un edificio situado en Varsovia, es uno de los edificios más alto de la ciudad, de Polonia y el 7.º de la Unión Europea con 237 metros de altura.
Originalmente conocido como el Palacio de Iósif Stalin de Cultura y Ciencia, para más tarde, en la desestalinización quitarle ese nombre. Se utiliza como centro de exposiciones y complejo de oficinas.
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A las 13:20 entré al centro comercial. Era bastante grande y tenía muchísimas tiendas de comida, las cuales parecían apetitosas y no excesivamente caras como las de Islandia. Me habría comprado algo en alguna de ellas, pero el primer comercio que vi fue el Carrefour Market, así que compré mi almuerzo allí.



A las 14:30 salí del centro comercial y me fui a Ogród Saski.
El Jardín Sajón (en polaco: Ogród Saski) es un jardín público de 15,5 hectáreas de superficie situado en el centro de Varsovia (Polonia), frente a la Plaza Piłsudski. Es el parque público más antiguo de la ciudad. Fundado a finales del siglo xvii, abrió al público en 1727 y fue uno de los primeros parques de acceso público del mundo.
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A las 15:00 en punto me pasé del parque a la plaza continua: Plac marsz. Józefa Piłsudskiego.
La Plaza Piłsudski (en polaco: Plac marsz. Józefa Piłsudskiego), anteriormente Plaza de la Victoria (Plac Zwycięstwa, 1946), es la plaza más grande de Varsovia, capital de Polonia, situada en el centro de la ciudad. La plaza se llama así en honor al Mariscal Józef Piłsudski, que fue fundamental en la restauración del Estado Polaco tras la Primera Guerra Mundial.
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Fue muy oportuno de mi parte llegar a esta plaza justo a las 15:00, dado que pude presenciar una ceremonia con soldados marchando.

Esa estructura que se ve en la foto al lado de los soldados es la Tumba del Soldado Desconocido (Grób Nieznanego Żołnierza).
La Tumba del Soldado Desconocido es una tumba simbólica que honra a los héroes anónimos que cayeron combatiendo por la libertad de Polonia. Se encuentra bajo las arcadas del Palacio Sajón.
En el año 1925 se trajeron hasta la tumba las cenizas de un Soldado Desconocido. Provenían del cementerio Łyczakowski. Se trataba de un defensor de la ciudad de Lwów. También se depositó una urna con tierra extraída de los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial. En el monumento se encuentran ahora urnas provenientes de todos los campos de batalla del siglo XX en los que han caído heroicamente ciudadanos polacos. Junto a la Tumba, que la custodia una guardia de honor, arde una llama eterna.
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Más tarde pasé por un plac zabaw (parque infantil) donde había un grupo de niños con chaleco amarillo, lo cual (pienso yo que) indica que vienen de un jardín. El día anterior había visto el parque infantil de una escuela siendo usado por ciudadanos fuera del horario escolar, y hoy he visto lo opuesto: un parque infantil de la ciudad siendo usado por (pre)escolares.

A las 15:20 regresé al hotel. Bastante temprano, lo sé. Pero como te dije ya no me queda mucho por hacer en esta ciudad.
El miércoles a las 9:00 desayuné pho con café con leche mientras veía el segundo episodio de Monogatari Series.

Luego me fui al salón a leer Holt un rato. Quería terminar el capítulo que había empezado la noche anterior en la cama, y no pude terminar porque tenía sueño y me quedaba dormido.
Se trataba del capítulo 10: Children and Work (los niños y el trabajo), el cual contaba historias de niños haciendo trabajo que normalmente solo los adultos harían, y encantados de poder ayudar. Por ejemplo, esta fue una de las que más me gustó:
Los niños me demuestran una y otra vez que les encanta ser realmente útiles, sentir que marcan la diferencia.
Hace dos años, mientras escribo esto, empecé un miniexperimento de agricultura urbana. Cada otoño, cuando los árboles del Jardín Público pierden sus hojas, unos hombres las juntan en grandes montones y luego se las llevan. Mientras los montones de hojas siguen ahí, lleno varios cubos de basura y hago con ellos una pila compactada en el pequeño patio que hay detrás de mi apartamento en el sótano. Todos los días vierto sobre ellos el agua que utilizo para lavarme, fregar los platos, ducharme, etc., y utilizo las hojas podridas para alimentar a las lombrices que estoy criando.
Este otoño, en cuanto las hojas se espesaron en el suelo, empecé a recogerlas. […] Una mañana […] cuando llegué al Jardín Público, vi a cuatro niños (de 8, 9, 9 y 10 años, según supe más tarde), recogiendo hojas y metiéndolas en el estanque hundido, ya seco, que rodea un pequeño monumento. Me vieron y se apresuraron a preguntarme si podía prestarles mis cubos de basura para llenarlos de hojas, lo que sería más rápido que tirarlas de una en una. Les dije que era una buena idea, pero que necesitaba los cubos porque iba a llenarlos de hojas y llevármelos a casa. Me preguntaron para qué. Para convertirlas en tierra, les dije. Se lo pensaron un momento. Luego me preguntaron si les podía prestar la carretilla. Les dije que claro, pero que cuando mis cubos estuvieran llenos necesitaría que me la devolvieran. Aceptaron y se fueron con la carretilla, que utilizaron para llevar sus hojas al estanque vacío. Cuando estuve listo, les llamé y me devolvieron la carretilla. Me llevé los cubos a casa, tiré las hojas por la pared y volví a por más.
Esta vez los niños vinieron a preguntarme si podían ayudarme cargando en mis cubos algunas de las hojas que habían puesto en el estanque. Les dije que quedaban muchas hojas en el suelo y que no quería quitarles hojas de su bonito montón. Insistieron en que querían hacerlo, así que les di las gracias y les dije que adelante. Mientras ellos llenaban los botes, yo rastrillaba más hojas. Al cabo de unos minutos volvieron con los botes llenos, hablando y haciendo preguntas. Salté sobre las hojas que había dentro de los botes; los chicos se quedaron asombrados al ver lo mucho que se apelmazaban las hojas. Entonces empecé a llenar los botes con las hojas que había rastrillado. Los niños me preguntaron si podían ayudarme. Mientras trabajábamos, les dije que iba a utilizar las hojas para alimentar a las lombrices que estaba criando. Estaban fascinados. ¿Qué tipo de lombrices? ¿Cuántas tenía? ¿De dónde las había sacado? ¿Cuánto costaban? ¿Qué comían? ¿Cómo las alimentaba? ¿En dónde las guardaba? ¿Por qué lo hacía?
Cuando los cubos estuvieron llenos y cargados en el carro, los niños me preguntaron si podían ayudarme a llevarlas a casa. Volví a darles las gracias y les dije que sí. Sin apenas discutir, organizaron un equipo de cuatro hombres para empujar el carro. Dos empujaban y los otros dos se colocaban en las esquinas delanteras para «guiarlo», como decían ellos. Para entonces, sentían tanta curiosidad por las hojas y los gusanos que decidí enseñárselos. Les habían dicho que se quedaran en el Jardín, pero les dije que como yo vivía a solo un par de cuadras volveríamos enseguida y estaba seguro de que a sus madres no les importaría. Así que empujaron el carro hasta la pared donde yo descargo. Uno me pidió que lo levantara para poder ver el montón de hojas del patio. Lo hice y se quedó asombrado al ver lo grande que era. Pronto todos subieron o fueron levantados hasta lo alto del muro, y observaron mientras yo descargaba las hojas. Cuando las hojas se atascaban un poco en el cubo, uno de ellos ayudaba a sacarlas. Todo el tiempo me hacían preguntas. ¿A qué me dedicaba? Les dije que escribía artículos y libros. ¿Qué tipo de libros? Libros sobre niños y la escuela. Y así sucesivamente.
Cuando entramos en casa, dos chicos insistieron en bajar los cubos de basura vacíos, mientras un tercero tiraba del carro para subir unos escalones —un duro esfuerzo— y lo guardaba. Luego salimos a ver el montón de hojas. Encontré un gusano y se lo enseñé. Hubo un coro de «¡Qué asco y viscoso!». Pero en uno o dos segundos todos querían cogerlo. También encontré y les enseñé algunas cajas de huevos, y uno de ellos vio un gusanito, recién salido del cascarón, apenas más grande que un hilo. Estaban fascinados y los cuatro hablaban y preguntaban a la vez. Pronto preguntaron si podían tener un gusano cada uno. Les di un trocito de tierra para que lo guardaran, unas hojas para envolverlo y una bolsa de papel para transportarlo.
[…] Después de hablar un poco más, les dije que lo sentía, pero que tenía que irme a casa y hacer otro trabajo. Odiaba dejar a estos niños tan brillantes, simpáticos, curiosos, entusiastas y serviciales. Me encantaba trabajar con ellos, enseñarles cosas y responder a sus preguntas. Creo que a ellos también les daba pena dejarme. Recuerdo que, cuando tiraban del carrito cargado (que pesaba bastante) hacia mi apartamento, uno de ellos dijo, a los demás, no a mí, y con el tipo de voz que no se puede fingir: «¡Es divertido hacer esto!». Todos estuvieron de acuerdo: es mucho más divertido ayudar a un adulto a hacer un trabajo serio que simplemente jugar en un montón de hojas. Espero que tengan más oportunidades de trabajar conmigo o con algún adulto que se preocupe por lo que hace.
[…] La razón por la que mi trabajo con las hojas y los gusanos resultaba interesante y emocionante para aquellos niños era precisamente que se trataba de mi trabajo, algo que hacía por mi bien, no por el de ellos. No era una especie de «proyecto» que había ideado porque pensaba que podría interesarles. No estaba allí rastrillando hojas con la esperanza de que algunos niños me vieran y quisieran unirse. Nunca les pedí ayuda, ni siquiera se lo sugerí; ellos insistieron en ayudarme. Todo lo que hice por ellos —lo que puede ser más de lo que muchos adultos habrían hecho— fue decirles que si realmente querían ayudarme, podían hacerlo. Esa es exactamente la opción que me gustaría que el mundo adulto ofreciera a todos los niños.
Children and Work, Teach Your Own
Esto pasó el siglo pasado. Hoy en día, si alguien llegara a ver a un adulto extraño (sobre todo un hombre) hablando con niños y llevándoselos a su casa probablemente llamaría a la policía de inmediato. Muchos hombres tienen terror de acercarse a niños por esta razón—por lo rápido que la gente presume cosas gracias al ambiente de desconfianza y paranoia impulsado por el movimiento feminista a fines del siglo pasado. Por desgracia para muchas feministas el feminismo no significa «igualdad de derechos entre hombres y mujeres», sino «el hombre es el enemigo de todas las mujeres y los niños».
Deberían de inventar un movimiento promoviendo la igualdad de derechos entre niños y adultos, o aunque sea entre adolescentes y adultos. A los adolescentes modernos los están estafando, considerando que durante el 99,9% de la historia de la humanidad eran considerados adultos y ciudadanos de pleno derecho, y no de segunda clase como ahora. Aunque en una sociedad adultocrática, adultista y adultocéntrica como la nuestra no creo que ocurra en el futuro cercano.
El adultismo nos enseña desde los primeros años que sólo porque una persona es joven debe contenerse, refrenarse y doblegarse ante las personas mayores que le rodean. Se trata de una relación enseñada, inculcada por los padres, reforzada por las familias y los amigos, e impuesta por el preescolar y la escuela, hasta la graduación. Las costumbres, la cultura, la tradición y el patrimonio se transmiten de una generación a otra de esta manera; sin embargo, el abuso de esta norma es rampante, con el legado de los castigos corporales, la discriminación por edad y las técnicas de crianza y educación ineficaces que ahogan la alegría, la libertad y el poder de los niños y los jóvenes antes de que tengan la oportunidad de alcanzar su plenitud.
Mi hija de seis años está en un momento de su vida en el que siente reverencia por los niños mayores. He visto que los niños de tercero, cuarto y quinto que ve en su colegio le fascinan; sus reacciones ante los jóvenes mayores que ella son similares a sus reacciones ante los adultos. Sin inclinarse ante nadie, a menudo acepta las opiniones y creencias de los niños mayores. Creo que hay algo de esto que es normal e incluso bueno, pero en algún momento la práctica se tuerce. Desde muy pequeños nos enseñan que, cuando se trata de la edad, el respeto significa servilismo y obediencia. Hay algunos de nosotros que nos saltamos eso, desafiando el statu quo con activismo individual y social e intentando derrotar los mecanismos opresores a lo largo de nuestras vidas. Pero en realidad es un porcentaje muy pequeño, e incluso los luchadores siguen atrapados y enredados, perpetuando lentamente la negatividad que no éramos conscientes de estar perpetuando en primer lugar. No quiero eso para mi hija, y no quiero eso para mí; en nuestra sociedad parece que hay una cantidad de eso que es inevitable.
El mito del poder de los adultos se refuerza en toda la sociedad. Cuando escribí sobre el adultocentrismo en Wikipedia hace unos años, había pocas referencias a este concepto en Internet. Tuve que buscar constantemente información en bibliotecas y en Google Books. Ahora la palabra se utiliza cada vez más, y como ya he escrito antes, es necesario ir más allá. La conciencia de la omnipresencia de la toma de decisiones impulsada por los adultos en toda la sociedad —en los hogares, las escuelas, los lugares de culto, los organismos comunitarios, las organizaciones de servicio a la juventud— ha provocado un estancamiento del propósito y la pertenencia, e incluso un declive. Necesitamos que los jóvenes reclamen esos espacios, no como propios sino como miembros de las comunidades más amplias a las que pertenecen. El adultocentrismo es enemigo de ese concepto.
El adultocentismo se basa en la adultocracia —el gobierno de los adultos basado simplemente en la edad— para imponer su poder. La adultocracia se expresa más abiertamente en los funcionarios elegidos públicamente y en el gobierno que apoya sus actividades; en los sistemas policiales y judiciales establecidos para hacer cumplir las leyes; y en el ejército y las escuelas públicas que implican autoridad y hacen cumplir la alineación común con las normas sociales, culturales y económicas. También brilla en instituciones menos formales como las familias y estructuras sociales como las amistades. He estado en muchas conversaciones en las que la gente argumenta que la adultocracia es el resultado de una economía capitalista, y muchos días no estoy en desacuerdo con ellos. Sin embargo, hay ocasiones en las que creo que el mito del poder adulto, incluyendo el adultismo, el adultocentrismo y la adultocracia, se perpetúa simplemente por el miedo a la juventud, o efebofobia.
Sean cuales sean las causas, creo que como jóvenes y adultos éticos es nuestra responsabilidad ser conscientes de cómo perpetuamos el mito del poder adulto. Como adulto que vive intensamente en nuestra sociedad, y con la intención de derrotar al adultismo, creo que tengo el deber ético de compartir la responsabilidad, el poder, el conocimiento, las oportunidades, los recursos y todo lo que pueda con los jóvenes. ¿Cuál es tu cargo?
Adam Fletcher
Otra vez me fui por las ramas del activismo por la liberación de los jóvenes. Volvamos a mi jornada en Varsovia (la cual por cierto es la última).
A las 12:00 pasadas salí del hotel y me fui a visitar Praga. No, no la capital de Chequia sino el distrito de Varsovia que queda en la ribera oriental del río Vístula.
Crucé el río a través del puente peatonal Most na Pragę (puente de Praga) y me fui directo al primer punto que tenía marcado para ver en el mapa: el parque Praski.


Siempre me gusta leer las normas de los parques infantiles, dado que son una buena indicación de cuán paranoico es un país con la seguridad de los niños.
En este caso decía simplemente que los niños deben entrar al parque infantil bajo la supervisión de un adulto. También ponía que no se puede consumir alcohol o fumar, entrar con perros, y andar en bicicleta, patineta o patines. No decía nada sobre que los adultos no pueden entrar solos, como a Irlanda y al Reino Unido les gusta poner en sus parques.
A pocos metros de uno de los extremos del parque estaba la Katedra Metropolitalna Św. Marii Magdaleny (Catedral Metropolitana de Santa María Magdalena).

A las 13:00 pasadas entré a un centro comercial llamado Galeria Wileńska. Mi misión principal allí dentro era encontrar un sitio para almorzar.

Terminé almorzando un kebab con patatas fritas (dentro del kebab) en Kebab King. Me costó 28 zł (~7€), es decir casi tres veces menos que el burrito que me había comprado en un local de un centro comercial en Islandia. ¡Y encima este kebab era el doble de grande que aquel burrito!

Después de comer me leí otro capítulo de Holt.
A las 15:00 salí del centro comercial y continué con mi caminata.

A solo unas tres cuadras del centro comercial estaba Koneser, un gran complejo de edificios residenciales y comerciales.
Praga Koneser Center es un complejo de instalaciones residenciales, de oficinas, culturales y de ocio situado en los terrenos de la antigua fábrica de vodka de Varsovia «Koneser». El complejo está rodeado por las calles Ząbkowska, Nieporęcka, Białostocka y Markowska por todos sus lados.
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La Catedral de San Miguel Arcángel y San Florián Mártir […] es una iglesia católica de interés histórico en la calle de San Florián, en Varsovia oriental, Polonia. Las torres de 75 metros de la catedral de San Florián dominan el distrito de Praga oriental de Varsovia y ponen de relieve el papel de la catedral como una forma de protesta contra el antiguo dominio ruso sobre Polonia. Es la catedral de la diócesis de Varsovia-Praga.
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A las 16:00 crucé nuevamente el puente de Praga y a los quince minutos ya estaba de vuelta en el hotel.

Ame,
Kato