Kara Ema:
El jueves me desperté a las 7:00 pasadas y me encontré con que Darya y Aziz ya se habían levantado.

Me levanté y me encontré con Darya en el comedor/terraza. Le dije que era ahapdenda (guapa) y le tomé una foto.

Aziz había ido a comprar unas cosas para desayunar. Cuando volvió desayunamos café con donas y galletas.
La noche anterior cuando fuimos al gimnasio de Wawa tardamos como 10-15 minutos a pie desde Malitam, pasando por un montón de pasadizos en plan laberinto. Ahí fue cuando me di cuenta de que había toda una parte que yo aún no conocía bien, así que le dije a Aziz que quería volver aquí al día siguiente para recorrer cuando fuese de día.
A las 8:00 salimos con Aziz para dar un paseo matutino por Wawa.



Había un lugar en particular que quería visitar en Wawa: la escuela primaria.


Lo del humanitarianismo y el ecologismo te lo compro, pero lo de la religión y el patriotismo no, dado que son las dos principales razones por las que existen guerras.
Aquí también estaban haciendo la Brigada Eskwela, es decir que había maestros preparando las aulas y padres viniendo a inscribir a sus hijos.





A las 8:30 salimos a dar una vuelta.






Cuando estábamos caminando por la pasarela ribereña, tres niños nos empezaron a seguir. Nos siguieron siguiendo hasta que llegamos a la escuela de vuelta.
En el colegio conocí a una maestra bajao que enseñaba primer grado. Resulta que desde jardín hasta tercer grado los bajao aprenden en clases separadas de los tagalo, mientras que a partir de cuarto grado están todos juntos en la misma clase.


Me acabo de dar cuenta de algo: si te fijas abajo y en la columna del medio de esa lista de palabras, verás que una pone «milikan». Esta es la palabra que los niños bajao de Dávao estaban gritando cuando me vieron. Pensaba que significaba americano pero al parecer significa «extranjero». De todas formas apostaría a que etimológicamente viene de americano, dado que suena muy similar.




A las 10:00 pasé al despacho de la directora del colegio, quien me invitó a sentarme en su sofá y me ofreció un café mientras charlábamos. Me contó que hay alrededor de 200 estudiantes bajao en su escuela, y que si bien en general no hay inconvenientes con ellos ni con los padres, los problemas que surgen ocasionalmente tienen que ver con el abandono escolar y el matrimonio precoz («early marriage»).
Me pareció un poco etnocentrista de su parte llamarlo matrimonio precoz, considerando que los bajao —al igual que los gitanos en Europa y muchas otras comunidades indígenas— vienen casándose a los 12-14 años desde hace siglos; mucho antes de que el Occidente inventara el concepto de adolescencia.


A las 10:30 nos volvimos hacia Malitam.

Cuando llegamos a la casa Aziz me dio de comer unos fideos que había comprado en una tienda cerca de la escuela.

Dado que era mi último día con los bajao, no había tiempo que perder: tan pronto como terminé de comer le dije a mis amigos que saldría yo solo a dar una vuelta por el pueblo y a jugar con los niños.


Como no me podía comunicar con los niños bajao dado que no hablaban bien inglés, mi interacción con ellos consistía casi siempre en que yo los tenía que perseguir y ellos escaparse. Funcionaba bastante bien puesto que muchos eran tímidos y se alejaban de mí naturalmente, pero también se reían cuando yo salía corriendo tras ellos; me seguían el juego corriendo también y escondiéndose detrás de las casas. Se notaba que les gustaba y lo estaban pasando igual de bien que yo.




Decenas de niños haciendo lo que querían y ni un adulto supervisándolos… No lo podía creer. Me encantaba estar allí y poder jugar con ellos.





A las 13:00 Aziz me ofreció una sopa de algas.

Luego me llevó con su triciclo hasta la terminal de autobuses.

A las 14:00 pasadas llegamos a la terminal y los despedí con un abrazo a cada uno. Mi estadía en esta comunidad bajao fue brillantemente memorable más que nada gracias a la gentileza de ellos dos. Algún día sé que Aziz se convertirá en un excelente líder de la tribu.
A las 16:00 ya estaba de vuelta en Manila.
Iba caminando hacia mi hotel por la Avenida Arellano cuando me crucé con un grupo de niños jugando al vóley y tocando el tambor en la calle.



Después de charlar un rato con ellos y jugar un poco al vóley, me intenté despedir para ir a mi hotel pero una quincena de niños me empezó a seguir. Algunos de ellos eran buenos y me intentaban proteger, diciéndome cosas como «ponte la mochila adelante», «ten cuidado con tu teléfono» y «no vayas hasta tu casa porque te van a seguir hasta ahí». Otros eran un poco efusivos, abrazándome y saltándome encima.
El grupo de niños buenos me sugirieron ir a la policía para hacer que los otros me dejasen de seguir, pero la comisaría estaba cerrada, así que en su lugar fuimos al barangay hall (algo así como el ayuntamiento). Yo entré y cerré la puerta; los niños se quedaron afuera pero yo los podía seguir viendo desde la cámara que tenían en el hall.

El jefe del barangay salió a decirles que se fueran a lavar la ropa (literalmente eso dijo). Al cabo de un par de minutos, los niños efusivos se fueron y solo quedaron los buenos.
Una mujer del barangay hall me preguntó si necesitaba que alguien me acompañara hasta mi casa. Le respondí que gracias pero que no hacía falta, dado que los niños que quedaban eran solo los buenos.
Salí del edificio gubernamental y los niños buenos me preguntaron si estaba bien. Me pidieron disculpas por sus amigos desaforados y se ofrecieron acompañarme hasta mi Airbnb. Cuando llegamos a la puerta nos despedimos.

A las 17:30 llegué a casa.
Ame,
Kato
Estos chicos…