Kara Ema:
Finalmente he emprendido mi viaje hacia mi nuevo destino. Te contaré todo sobre él mañana cuando llegue. Mientras tanto, quiero dejarte con unas palabras para reflexionar.
La siguiente disertación estaba originalmente destinada a ser un discurso para una fiesta de despedida que celebré hace unos días, junto a toda mi familia y amigos. Me divertí tanto con ellos y el tiempo pasó tan rápido que para cuando me acordé del discurso ya se habían ido casi todos.
Así que decidí editar ligeramente el texto y darle un nuevo propósito publicándolo aquí, en este diario. De esta forma podrás leerlo tú cuando quieras y también me servirá a mí como brújula para marcarme el camino en la dirección correcta.
Hoy quiero hablarte de un tema importante, probablemente el más importante de todos: el sentido de la vida. O como me gusta más llamarlo a mí: la esencia.
En filosofía, esencia es un concepto técnico que tiene que ver con las propiedades básicas que definen el propósito de una cosa. Por ejemplo, un cuchillo puede tener un mango de madera o de metal. Pero si no tuviera la lámina filosa, dejaría de ser un cuchillo. El filo es la propiedad esencial del cuchillo.
Los seres humanos podemos tener una esencia también, algo que nos defina, que nos dé un sentido y nos marque un rumbo. Fíjate que he dicho «podemos» y no «debemos», lo cual me hace existencialista, como el gran pensador francés Jean-Paul Sartre.
Según la corriente filosófica del existencialismo, nadie nace con ningún propósito predeterminado. No hay camino armado ni destino escrito. Depende de cada uno definir su propia esencia y establecer su rumbo.
Después está el absurdismo, que dice que en el universo nada tiene sentido intrínseco. Pero el ser humano necesita que las cosas tengan sentido, entonces va a intentar desesperadamente adjudicárselo a todo lo que pueda. Por eso es que inventamos las religiones y los dioses: para intentar explicar cosas como por qué estamos vivos o por qué sale el sol todas las mañanas. Todo lo que la ciencia no pueda explicar, básicamente.
En el universo no hay absolutos, ni justicia, ni orden, ni reglas, ni moral. Cada uno tiene total libertad de definir sus propias reglas, su propia moral, y su propia esencia. Las autoridades de la sociedad como la iglesia, el gobierno o incluso tus propios padres, en realidad son gente como tú: gente que no tiene respuestas, gente que ha tenido que descubrir por sí misma cómo vivir.
Así que ante el absurdo, lo mejor que puedes hacer es vivir auténticamente, reconociendo que cualquier sentido que tenga tu vida, es el que tú le has dado. Si el mundo está intrínsecamente desprovisto de propósito, puedes elegir imbuirlo con el propósito que quieras.
Después de varias décadas de experiencia como ser humano, he descubierto que mi esencia, mi propósito, mi joie de vivre, mi raison d’être, mi ikigai, lo que le da sentido a mi vida y felicidad a mi corazón, es pasar tiempo con mi familia y con mis amigos.
También es viajar, conocer el mundo, mezclarme con gente de otras culturas y vivir como uno más de ellos, experimentando sus tradiciones y degustando sus comidas.
Otra cosa que me define es mi gran amor por los animales, sobre todo los perros y los gatos. Cada vez que me cruzo con un gato en la calle me veo obligado a acariciarlo. Y mi amor por los perros no debería de ser sorpresa para nadie de la familia que tenga un perro (que por cierto son casi todos, y me encanta que así sea).
Los niños también forman parte importante de mi esencia. Y esto tampoco debería ser nada nuevo para nadie que me haya visto interactuar con ellos.
No es casual que el año pasado haya estado viviendo varios meses con una familia francesa donde tres de sus integrantes eran niñas, y una una gatita. He pasado algunos de los momentos más felices de mi vida con ellas, y eso se debe a que estaba satisfaciendo mi esencia casi al 100%: experimenté una cultura y tradiciones distintas, pasé miles de momentos mágicos con las niñas y la gata, y establecí lazos de amistad tan fuertes que hoy las considero una segunda familia: mi familia francesa.
Mi experiencia en Francia es un gran ejemplo de la clase de cosas que he hecho para cumplir con mi propósito y sentirme realizado. También podría mencionar aquellas dos veces que me pasé un día entero preparando una búsqueda del tesoro, todo para ver las caras de felicidad y escuchar las risas de los niños que lo jugarían; o la vez que me pasé una semana entera preparando una fiesta para divertirme con mis seres queridos, y crear bonitos recuerdos para que nunca se olvidaran de mí cuando me fuera.
Ahora que finalmente he descubierto cuál es mi esencia, el camino a seguir se me dibuja claramente frente a mí: y es seguir buscando y haciendo estas cosas que le dan sentido a mi vida. De ahora en más, mi meta será maximizar el tiempo que pase viajando, sumergido en las culturas que más me interesan y donde más cómodo me siento. Maximizar el tiempo que pase con familia, con amigos, con perros, con gatos, con niños.
Una última reflexión para cerrar. ¿Sabías que los niños ríen entre 300 y 400 veces por día, mientras que los adultos con suerte llegan a las 20? Así que esa será otra de mis metas a futuro: reír más. O mejor aun: ser más como un niño. Después de todo, la vida es mucho más emocionante cuando la vives con el espíritu de un niño.
Ame,
Kato
Je t’aime pour Toujours!.
😍😍😍