Kara Ema:
El domingo a las 17:00 salí un rato a dar una vuelta por mi nuevo barrio.
Descubrí que en casi todas las esquinas del centro del barrio hay unos cilindros de piedra en cuya parte superior hay colocada una pieza de cerámica con un dibujo realizado por un niño. Lo raro es que aparte del dibujo no había ninguna explicación más—no figuraba ni el nombre ni la edad del artista, ni el nombre del proyecto. Intenté buscar información sobre el mismo en Internet pero no he podido encontrar nada.

Los McDonald’s de Japón tiene una particularidad interesante: si vas a la tarde o a la noche, todas sus hamburguesas se pueden pedir con una variante llamada 倍 (bai; doble). Como su nombre lo indica, la versión bai («doble») de una hamburguesa lo que hace es duplicar todo su contenido. Por ejemplo, si te pides la versión bai de una hamburguesa con queso doble, al final acabas recibiendo una hamburguesa cuádruple.
Aproveché que estaba en el centro del barrio —y que era de tarde— para pasar por el McDonald’s que había ahí y pedirme una doble hamburguesa en su versión bai.

El lunes al mediodía salí a pasear por el barrio una vez más. En realidad me fui a recorrer uno de los barrios aledaños a Meinohama, llamado Odo y ubicado al norte, inmediatamente al oeste del barrio de Atagohama que había recorrido el otro día.
Por esta zona había un gran centro comercial llamado Marinoa City Fukuoka. Decidí entrar ahí para recorrerlo entero y para parar para almorzar.










Del centro comercial me fui al parque Odo. Ahí había una pequeña colina con un santuario ubicada en su ladera.

También había un par de gatos descansando tranquilos en unas mesas, hasta que tuve que ir yo a molestarlos.

Conversación que tuve con este gato:
Neko.— ¡No me molestes! ¿Acaso no ves que estoy tomando mi siesta? Hay un montón de otras mesas, ¿por qué justo tienes que venir a esta?
Kato.— Es que en las otras mesas no hay ningún neko kawaii.
Neko.— ¿Cómo que no? Allá hay otro.
Kato.— De ahí vengo. Ahora te toca a ti.
Neko.— No es mi culpa ser kawaii. Si tanto te gusta lo kawaii, cómprate un peluche o algo así.
Kato.— Ya tengo.
Neko.— Pues cómprate otro.
Kato.— Ya lo hice.
Neko.— ¿Una vincha de gato?
Kato.— También tengo.
Neko.— ¿Llaveros? ¿Pines? ¿Figuras?
Kato.— Late. Late. Late.
Neko.— ¡Por favor vete que quiero dormir!
O al menos eso me imagino que habrán significado sus maullidos.
De ahí me fui para casa. Pero antes pasé por una panadería en el centro del barrio —la misma donde se habían detuvido las niñas que vi en la calle el otro día— y me compré todo lo que estuviese marcado con la palabra チーズ (queso).

El martes me avisaron que había una carta importante para mí esperándome en mi antigua casa. Les dije que pasaría a buscarla ese mismo día durante la tarde, pero no tenía ganas de gastar dinero en transporte público solo para ir y volver hasta allá. Así que decidí que sería una excelente oportunidad para probar la bicicleta compartida de mi nueva casa.
A las 15:00 cogí la bici y arranqué el recorrido. Según mi GPS eran 15 kilómetros y una hora de viaje aproximadamente. Pero como fui a paso relajado y haciendo algunas paradas, al final terminé tardando considerablemente más.

Me encanta andar en bici por Japón porque al no haber bicisendas, no estás limitado a un espacio y puedes elegir ir tanto por la calle como por cualquier parte de la acera. Todos los días miles de ciclistas japoneses comparten el mismo espacio que los peatones y los automobilistas. Todos están acostumbrados a prestar atención todo el tiempo para no chocarse el único con el otro.

A las 15:40 llegué al parque Ōhori. Ya estaba más o menos a mitad de camino, así que decidí quedarme ahí unos minutos para descansar y tomar algo.

A las 17:00 llegué a destino y recuperé mi correspondencia. A las 17:05 ya estaba montado en la bici de vuelta, emprendiendo el camino de regreso.
A las 18:15 volví a hacer una parada intermedia de descanso en el parque Ōhori. En este momento había empezado a lloviznar y había bajado la temperatura.

No había almorzado todavía. Entre el hambre y el agotamiento de haber estado tanto tiempo andando en bici casi sin parar, la estaba pasando bastante mal. Así que me puse como prioridad buscar un lugar donde parar para almorzar antes de llegar a casa.
Por suerte justo después de pasar el parque Ōhori encontré exactamente la clase de lugar que estaba buscando, que venía exactamente la clase comida que tenía ganas de comer.

Nunca disfruté tanto de un plato caliente de sopa de fideos como ese día y en ese momento, con la extrema fatiga que tenía encima.
A las 19:15 volví a tomar la bici, esta vez con la idea de no hacer más paradas hasta llegar a casa. Si es que llegaba, porque realmente estaba muy cansado y sentía fuertes tirones en mis piernas.
Dicen que el último tramo siempre es el más duro, y es totalmente cierto. Cuando ya casi había perdido toda esperanza, de repente veo uno de los dibujos de niños, lo cual instantáneamente me hizo recobrar fuerzas. Significaba que ya estaba en mi barrio, en Meinohama, y me quedaban apenas unas cuadras para finalmente dar por terminado el paseo en bici más largo de mi vida.

A las 20:00 al fin llegué a casa y mis piernas no podían estar más aliviadas.
Recuerda siempre: «Céntrate en el viaje, no en el destino. Así encontrarás la alegría.» O como en mi caso, la tortura.
Ame,
Kato
Buen remate en el final! Jajajaja