Kara Ema:
Esta semana no he estado haciendo muchas cosas interesantes. De hecho casi que no he salido de casa. Recién ayer viernes fue la primera vez que salí realmente a caminar y a visitar la zona más céntrica de la ciudad.
A las 15:00 salí de casa, cerca de Plaza de Castilla, y me fui caminando por el Paseo de la Castellana hasta la Fuente de Cibeles y el Ayuntamiento de Madrid. Cinco kilómetros.
El Paseo de la Castellana es un bonito bulevar con varios espacios verdes, juegos para niños y asientos para relajarse bajo la sombra de un árbol.
De ahí me fui al Parque del Retiro. Lo bueno de ser la segunda vez que visito Madrid es que no tengo la presión que tenía la primera vez de querer recorrer todo este gigantesco parque y hacer fotografías de cada una de las esculturas y las fuentes que me iba encontrando por el camino. Esta vez pude recorrerlo tranquilo y solo una parte, sabiendo que no necesitaba verlo todo porque ya había venido antes.
En un momento mientras caminaba por el parque me acordé de que finalmente estaba en España, lo que significaba que podría volver a comer los deliciosos churros tradicionales de este país. Así que decidí ir a alguna cafetería local a merendar unos buenos churros con chocolate a la taza.
Mientras caminaba por el barrio noté varias cosas que me llamaron la atención en la calle, dado que en Japón no se encuentran. Cosas como:
A las 18:00 llegué al local al que había decidido ir a merendar: La Antigua Churrería.
Gasté exactamente diez euros. Me pedí: una ración de churros de cuatro unidades, un chocolate a la taza, un churro relleno de dulce de leche y bañado en chocolate, y un capuchino.
A las 20:00 salí de la churrería y me dirigí al Nuevo Teatro Alcalá.
Sí: fui a ver el musical de Matilda por tercera vez. No me arrepiento de nada.
La primera había sido en Londres, en inglés, la segunda en Tokio, en japonés, y esta vez la vi en español en Madrid.
Lo interesante es que esta vez fue un poco distinto que las anteriores. Parece que la compañía de producción española se tomó la libertad de cambiar ligeramente algunas cosas. Las canciones eran las mismas, la historia y los personajes también, pero las escenas y la escenografía eran diferentes.
La función arrancaba a las 21:00, y recién a las 20:30 abrieron las puertas. Adentro no había mucho para hacer más que comprar palomitas y chuches. Muy distinto a la experiencia de los teatros japoneses, en que tienes veinte mil cosas para comprar, incluyendo comida de todo tipo, bebidas, y productos de la obra que has ido a ver.
Por cierto, yo estaba con mi camiseta de Matilda que me había comprado cuando había ido a ver la obra en Tokio. La gente me miraba y seguro se preguntaba dónde la había conseguido, dado que allí no estaban vendiendo ningún producto.
Había menos gente de la que pensé que iba a ver. Supongo que es porque la mayoría de la gente que ve esta obra son locales y no turistas, y es una obra que hace rato que la están haciendo, con lo cual la mayoría de los que les interesaba verla ya la han visto.
Lo bueno de haber poca gente es que pude conseguir asientos en la primera fila, a pesar de haber sacado mi entrada solo tres días antes de la función. Fue lo más estar en primera fila. Tenía a los actores a tres metros de mí, y al director musical también.
La función arrancó a las 21:08, a las 22:20 hubo un intervalo de 20 minutos, y a las 23:45 terminó.
La niña que interpretó a Matilda el viernes fue Irene Gallego.
Algunas observaciones que noté distintas de cómo se manejan los teatros españoles/europeos versus los japoneses:
- En Japón la obra siempre empieza puntual y antes de que arranque suena un pitido (bastante insoportable, por cierto) por unos 10-15 segundos para avisarte que el comienzo es inminente.
- En Japón no se permite comer dentro de la sala de teatro. Se debe comer en el lobby. En Europa no solo se permite comer, sino que también venden cosas para comer dentro de la sala.
- En Japón son súper estrictos con el tema de tomar fotografías. Antes de que arranque la función hay un montón de gente del personal paseándose por la sala con carteles que dicen todo lo que está prohibido hacer, incluyendo hacer fotografías en cualquier momento. En Europa también técnicamente está prohibido tomar fotos, pero no son tan estrictos y solo te lo remarcan una vez por altavoz antes del arranque.
- En Japón, tanto los teatros como los cines suelen tener una tienda donde puedes comprar productos (merchandising) de la obra que vas a ver. Esto no es común en Europa.
- El curtain call (saludo final de los actores, con el público aplaudiendo) en Japón es una cosa increíble de ver. La ovación es interminable. Los actores hacen varias reverencias, y entran y salen del escenario múltiples veces. La primera vez el público los aplaude sentado, pero luego eventualmente todos se empiezan a parar. Esto dura en total como 5-10 minutos, durante los cuales la gente no para de aplaudir. Mientras tanto en Europa es una sola vez que lo hacen.
A las 24:00 me tomé el metro para volver al sitio donde me estoy quedando.
Una cosa curiosa del metro madrileño es que, en las apenas dos veces que me lo tomé hasta ahora he visto a una persona llevando un perro con una correa y a otra saliendo del metro con una bicicleta y una mochila de la empresa de pedidos Glovo. Es como si el metro fuese una extensión de la calle, y todo lo que se permite llevar en la calle también se permite en el metro, incluyendo perros y bicicletas.
Esto en los metros de Tokio no pasa, pienso más que nada porque con la cantidad enorme de gente que deben transportan en esa metrópoli, sería complicado permitir que se pueda entrar con bicis o con perros así nomás. Digo «así nomás» porque en realidad sí está permitido transportar mascotas y bicicletas en los trenes de Tokio, pero las mascotas deben estar dentro de una jaula y las bicis plegadas dentro de una bolsa.
Ame,
Kato
Vamos Matilda!!