Segunda visita a escuela finesa

Kara Ema:

Hoy, viernes, me pasé la jornada completa dentro de la escuela Aleksis Kivi. No tomé muchas fotos y no hice apuntes de lo que pasó, por eso quiero escribir este artículo lo más pronto posible antes de que me empiece a olvidar de los detalles. Esta entrada seguramente va a ser larga y casi exclusivamente en formato texto.


A las 8:00 en punto llegué a la sala de profesores, donde había quedado juntarme con Lilja. Esta vez fue ella la que llegó tarde, así que me senté a esperarla mientras me tomaba un café.

A las 8:15 subimos al aula. Los alumnos ya estaban esperando afuera de la puerta. Se trataba del curso de séptimo, es decir los de 13 años. Eran muy pocos y muy callados, más incluso que la clase del día anterior. Yo intenté hacerlos participar y algunos lo hicieron pero poco. Les mostré la presentación de Argentina y luego jugamos a un juego en el que tenían que formar una lista de compras añadiendo una palabra con cada letra del abecedario, por ejemplo: arroz, bananas, café, dulces, …

A las 9:00 terminó la clase de español de los de séptimo y —sin ningún intervalo en el medio— arrancó la siguiente con los de sexto (12 años). Ya era más la edad que me gustaba a mí (aunque todas las edades tienen sus encantos). Este curso fue mucho más participativo que el anterior. De hecho, hablamos tanto que no nos dio tiempo de hacer ningún juego, más que nada porque yo les preguntaba cosas y les sacaba charla, como comida favorita, deportes, juegos que les gusta hacer, y demás.

A las 9:50 Lilja me junto con un alumno cuyos padres eran de Colombia, con lo cual hablaba español perfectamente. Este alumno se había ofrecido hacerme un tour por todo el colegio. Lo hizo superrápido igual: nos encontramos en el quinto piso y fuimos bajando piso por piso a medida que me explicaba algunas cosas, hasta que al final me dejó en la sala de profesores del primer piso y se fue a su clase que arrancaba a las 10:00.

Me senté en la sala a esperar a Lilja. Ahí fue cuando me di cuenta de que en todo el colegio había wifi gratuito y accesible sin necesidad de ingresar ningún código o usuario, lo cual me pareció fantástico y muy raro. Aunque obviamente no todos los sitios estaban accesibles; en particular, nada de pornografía en el colegio, lo cual sería altamente inmoral (según las normas sociales del mundo occidental moderno) y ningún adolescente sería capaz de hacerlo o siquiera pensarlo, ¿no? Porque los niños son asexuales y coso.

En eso me lo crucé al director, así que aproveché para agradecerle en persona por la oportunidad de dejarme visitar la escuela. Parece que es una persona muy ocupada porque solo me estrechó la mano, me agradeció él también y siguió de largo. Al rato apareció Lilja y me preguntó cómo me había ido con el tour. Le dije que bien pero que me habría gustado ver un poco más ciertas cosas como el gimnasio, entonces se ofreció llevarme al gimnasio para mostrármelo.

Gimnasio

También me mostró el salón de actos, que es más o menos igual de grande que el gimnasio pero con un escenario y un espacio para colocar sillas. Me contó que si bien en el verano los chicos suelen hacer educación física afuera del edificio, en el invierno es más probable que usen tanto el gimnasio como el salón de actos.

De ahí volvimos a la sala de profesores, la cual estaba vacía en aquel momento, probablemente porque todos estaban dando clase.

Sala de profesores

Dado que hacía rato que no interactuaba con peques tan peques y echaba de menos su ternura, antes de irme de la escuela quería aprovechar para ver si podía ir a saludar y jugar un rato con los niños de preescolar o de jardín. Pregunté a un grupo de profes y me dijeron que en este edificio solo había preescolar —creo que le entendí mal Lilja, pensando que también había jardín—, es decir que los niños más pequeños tenían 6 años. Una de las maestras muy amablemente se ofreció a llevarme allí.

A eso de las 11:00 entonces esta maestra me presentó a la maestra principal de preescolar y me dejó ahí con ella, los niños y las dos maestras auxiliares que estaban actualmente cursando la carrera de docencia. También había una cuarta maestra a quien conocí un poco más tarde. Es decir que en total eran cuatro adultos para unos 15-20 niños, lo cual era una ratio para nada reprobable.

Los pillé justo cuando estaban saliendo del aula y se dirigían al comedor de la escuela a almorzar. El comedor tampoco es muy grande para todos los alumnos que hay así que tienen que hacer varios turnos para que puedan comer todos. La comida es gratis para los alumnos mientras que los profes que quieran comer allí deben pagar unos 6€. Es de tipo buffet y autoservicio, es decir que puedes servirte y reservirte las veces que quieras. En cuanto a bebidas tienen a disposición tanto agua como leche, y la comida cambia todos los días y tiende a incorporar más vegetales que carnes.

La maestra principal me preguntó si yo ya había almorzado, cuando le contesté que no me dijo que iría a hablar con el director para ver si yo podía hacer uso del buffet y almorzar con ellos. Al rato volvió confirmándome que podía. Es decir que no solo pude comer junto a los niños de preescolar, sino que encima no me hicieron pagar nada (a diferencia de en Japón donde sí me pidieron el importe que costaba el almuerzo esa vez que visité un colegio japonés). Cuando me levanté a la mañana jamás me imaginé que al mediodía estaría almorzando gratis con preescolares. Ya con esto y las clases de español tenía el día hecho, pero lo mejor estaba aún por venir.

Resulta que había varios (por lo menos un tercio) de los niños que tenían al menos uno de sus padres con una nacionalidad extranjera. Por ejemplo, había una niña cuyo padre era de Irlanda, otra cuya madre era de Francia y su padre de Inglaterra, otro cuyo padre era de Tailandia, otro de Rusia, otra de Panamá, y demás. Realmente me impresionó la cantidad que había. Me encantan estos niños multiétnicos no solo por su apariencia llamativa sino también porque suelen ser bilingües nativos, lo cual es fascinante para mí y además muchas veces me permite poder conversar con ellos cuando normalmente no podría (por ejemplo, con la niña cuya madre es francesa pude hablar en francés).

La primera niña multiétnica con la que interactué fue la del padre de Irlanda. Me senté al lado de ella en el comedor mientras ella almorzaba, y le empecé a hablar en inglés, no esperando que me entendiera nada. Menuda sorpresa me dio cuando me respondió con un inglés más natural incluso que el mío. Para sacarle conversación la indagué sobre algunas cuestiones básicas tales como su color y animal favoritos. A la pregunta de cuál era su mejor amigo, me respondió «todos», y a la de cuál era su comida preferida me señaló lo que estaba comiendo y anunció: «esto». Me la quise comer pero me tuve que conformar con lo que me entraba en el plato.

Lo que almorcé en el buffet de la escuela

Habremos subido de vuelta al aula a eso de las 12:00, pero no te puedo decir bien las horas porque como te mencioné no tomé notas ni fotos ni estuve pendiente del tiempo en ningún momento. Simplemente me limité a disfrutar de la rarísima oportunidad de jugar e interactuar con un grupo de niños europeos.

Originalmente mi plan para el día de hoy era muy distinto. Tenía planificado ir a las clases de español por la mañana, luego caminar hasta el centro, almorzar en algún sitio por ahí y a la tarde ir al museo de Kiasma dado que hoy —y solo hoy— la entrada era gratuita. Pero obviamente decidí que merecía mucho más la pena quedarme con los niños lo más que pudiera antes de ir a un museo que puedo visitar en cualquier momento. Con lo que me costó conseguir esta visita le pensaba sacar el máximo provecho.

Cuando entramos en el aula después del almuerzo las persianas estaban cerradas y las luces bajas. Era la hora del descanso. Los niños eran libres de elegir cómo querían descansar: algunos se sentaron frente a la profer a escuchar una historia que ella estaba leyendo en voz baja, otros se acomodaron en colchones para dormir una pequeña siesta, y otros charlaban entre ellos y conmigo. Aquí fue cuando me hice «amigo» de dos de los niños: el del padre tailandés (Niran) y la de los padres panameños (Kiara).

Niran hablaba bien inglés, e incluso parece que sabía tailandés (me entendió cuando lo saludé en ese idioma). Kiara hablaba poco inglés y poco español, pero más o menos nos entendíamos. Me sorprendió que teniendo padres de Panamá no pudiese hablar muy bien español. Entre los tres desarrollamos un pequeño vínculo esa media hora de descanso durante la cual nos la pasamos hablando y jugando a cosas como el piedra, papel o tijera. Más tarde también jugamos unas escondidas, aunque era medio injusto porque ellos son conejitos y yo soy un elefante, y no había muchos espacios para esconder un elefante.

Después de la hora de descanso nos pasamos todos al aula de al lado, y tuvimos una reunión durante la cual las profes debatieron con los alumnos el tema de la fiesta que estaban preparado para el final del semestre. Yo no entendí nada de lo que hablaron porque usaban el finés, pero la profe principal más tarde me explicó que a los alumnos se les daba poder de participación y decisión en varios de los detalles de la fiesta, lo cual me pareció fenomenal.

Durante esta reunión Kiara se sentó a mi lado. Cada tanto dejaba caer su cuerpo sobre el mío, apoyando su cabeza en mi pecho. También me acarició el brazo mientras yo le hacía caricias en la mano y a veces en el pelo y la espalda. Tenía el pelo ondulado, largo y oscuro, lo cual es un tipo de cabello muy raro de ver por estas latitudes, delatando inmediatamente su etnia extranjera. Un par de veces también me cogió las dos manos con sus dos manos y las entrelazó dedo con dedo. Es muy bonito cuando los niños te muestran afecto de esta forma, sin palabras pero con muchas acciones.

Estoy al tanto de que los adultos en esta sociedad no son muy fanáticos del contacto físico entre niños y adultos que no forman parte de su familia directa, como los docentes. Pero si un niño me demuestra afecto yo no voy a ser quien lo detenga y lo deje desconcertado, pensando «¿por qué no podemos hacer esto?». Ese trabajo se lo dejo a los adultos que consideran necesario establecer esa clase de barreras.

A las 14:00 bajamos al comedor de vuelta para comer un snack. Esta vez no me ofrecieron uno a mí, pero tampoco me lo esperaba. El refrigerio consistía en un bol con una especie de crema que en realidad era yogur (?) y, opcionalmente —a algunos no les gustaba—, una cucharada de mermelada. Me gustó la forma en que repartieron la colación: haciendo preguntas fáciles para que los niños respondieran, y el primero que levantaba la mano y contestaba bien recibía el tentempié.

Cuando todos terminaron subimos nuevamente al aula y nos pusimos a ver un vídeo de noticias especialmente preparadas para niños, con lenguaje sencillo y contenido que pueda ser de su interés, como Minecraft y tal. Me contaron que esto lo hacen todos los viernes. El programa se llama Lasten uutiset (Noticias infantiles).

YouTube player
Programa de Lasten uutiset que vimos

Después del programa hubo tiempo libre para hacer las actividades que cada uno quisiera. En el medio de la sala una niña y un niño jugaban a los «gatitos gladiadores» —un juego que inventaron ellos— y que involucraba mucho contacto físico entre ellos, tirándose uno encima del otro, forcejeando, maullándose y demás. En un rincón de la otra sala un grupo de niños estaban reunidos alrededor de una tablet en la cual miraban fotos de ellos en clases anteriores, haciendo gimnasia, yoga y otras cosas.

Yo no dije nada, y no pensaba decir nada, pero la profe que estaba al lado parece que sintió necesidad de justificar haber dejado a los niños usar la pantalla, y entonces me miró y me dijo algo como «los niños me pidieron el iPad para ver fotos de ellos, no es que estén haciendo nada malo». Me da la sensación de que está muy mal visto aquí en Europa (al menos en los nórdicos) dejar a los niños el uso ilimitado (o aunque sea no controlado) de los dispositivos electrónicos.

Por otra parte, volviendo a la otra aula —yo me pasaba de una a la otra para curiosear en qué andaba cada uno— vi que una niña le pedía a la profe usar una tablet para jugar. La maestra le dijo que sí, pero que tendría 20 minutos. La niña abrió la aplicación de la hora y puso en marcha un temporizador del tiempo indicado por su docente. Luego abrió el juego y se puso a jugar.

Mientras la niña jugaba yo me puse a hablar con la profe principal. Le agradecí por haberme dejado pasar la jornada con sus niños, y ella me agradeció igualmente dado que también sintió que fue una experiencia enriquecedora para ella y para los niños, que no están acostumbrados a ver caras nuevas y tener una persona nueva con quien interactuar y jugar.

Aproveché ese momento también para preguntarle algo que me intrigaba saber, aunque ya me imaginaba cuál sería la respuesta. Le pregunté sobre la política de fotografías. Me dijo que mientras no hubiese ningún niño en la foto podía tomar las fotos que quisiera (como en Japón, básicamente). ¿Pero cuál es la gracia de tomar fotos en una escuela si lo más importante no puede estar presente? Eché de menos las actitudes más relajadas del Sudeste Asiático con respecto a la toma de fotografías.

Esperé a que todos los niños hubiesen salido del aula antes de hacer esta foto

Por cierto, desde que subimos al aula después de los snacks y hasta que salimos a eso de las 16:00, ya habían aparecido algunos padres viniendo a buscar a sus hijos para llevárselos a sus casas. Las profesores auxiliares se fueron a sus casas en algún momento alrededor de las 15:00.

A las 16:00 solo quedábamos las dos maestras titulares, una decena de niños y yo. Nos pasamos todos al patio de la escuela, para esperar a los padres allí mientras los niños se columpiaban, correteaban o charlaban. Las dos maestras hicieron lo que todos los docentes suelen hacer mientras los niños juegan: quedarse al margen y observarlos pasivamente. Yo no pude con mí mismo y tuve que sumarme al juego; era un impulso que escapaba mi poder de control. Jugué sobre todo con Kiara y otro niño a que teníamos armas y nos batíamos a duelo.

Unos veinte minutos más tarde ya quedaban solo dos niños y una profesora, así que decidí que era un buen momento para finalmente despedirme y dar por concluida mi aventura única en una escuela finesa.

Esta entrada va dedicada a todos los directores que contacté antes y que no aceptaron que visitara su escuela. Es patentemente evidente que una experiencia de visita como la que hice hoy no es beneficiosa solo para mí sino también para todos los alumnos y profesores que interactúan conmigo durante la visita, dado que les permite tener interacciones enriquecedoras que de otra manera no habrían tenido, y aprender un poco de otra cultura al mismo tiempo que yo aprendo de la de ellos.


A la noche en el hotel hice un poco de sociales con otros huéspedes, en particular con una mujer española de unos 70 años (quizás incluso más), que a su edad y con poco nivel de inglés se había dispuesto viajar por toda Europa. Me mostró también que había escrito libros de su vida y sus viajes anteriores, y estaba escribiendo uno de su viaje actual. Una persona muy interesante.

Mientras hablaba con ella en el sofá de la sala común, de repente apareció un grupo grande de personas hablando francés y se fueron a sentar a los sofás contiguos. Se trababa de una veintena de chicos y chicas que parecían tener unos 16 o 17 años (edad de lycée), acompañados por dos profesores masculinos. Me sorprendió que hubieran elegido un hostal para venir a pasar la noche durante su viaje escolar.

Me vibró el párpado cada vez que escuché a los alumnos referirse a los profesores con el término «monsieur» (señor). Entre los profesores se tuteaban, entre los chicos se tuteaban, pero el trato entre profesores y alumnos en Francia siempre es estrictamente formal, utilizando el «vous» (ustedes), el «monsieur» y llamando por el apellido. Este hábito genera una distancia y una rigidez en una relación que debería de ser mucho más cercana y afectiva en lugar de formal y protocolar. Por esta razón es que jamás podría ser profesor en este país. Ni en Estados Unidos, ni en Inglaterra, ni en muchos otros sitios con un trato maestro-alumno cargado de formalismos y vacío de calidez.

Ame,
Kato