Kara Ema:
El martes a las tres de la mañana llegué a Dávao.
Dávao (en cebuano: Dabaw, fundada como Nueva Vergara) es la ciudad más grande, en cuanto a superficie y población, en la isla filipina de Mindanao, y la tercera más poblada del país, después de Ciudad Quezón y Manila. Forma el centro del Área Metropolitana de Dávao y es también la capital de la Región de Dávao.
[…] Dávao logró un alto «índice de seguridad» […] aunque la ciudad tiene la tasa de homicidios más alta y la segunda más alta en el país según la policía nacional datos a partir de 2015. Rodrigo Duterte, alcalde de la ciudad durante 22 años, […] se jactó de haber matado a los criminales. Un grupo de vigilantes llamado el Escuadrón de la Muerte de Dávao mató a más de 1400 niños de la calle y presuntos delincuentes mientras era alcalde, según grupos de derechos humanos.
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Ahora entiendo por qué no veo muchos niños de la calle en Dávao como sí veía en Manila; porque los mataron 😟.
La última vez que estuve en las Filipinas fue en 2023, y desde entonces que venía ansiando volver a visitar este extraordinario país con gente ridículamente amistosa.
Mi plan original era llegar y quedarme unas horas en el aeropuerto escribiéndote, haciendo tiempo hasta que se hiciera de día. Pero el problema es que no estaba en Europa donde todos los aeropuertos tienen bonitos y espaciosos halls con tiendas de comidas, wifi gratuito, bancos, mesas, enchufes y demás. Aquí no había nada de eso. De hecho, apenas pasabas la puerta luego de recuperar tu maleta ya estabas en la calle. Ni un cajero automático pude encontrar (por suerte tenía pesos filipinos que me habían quedado de la última vuelta).
Justo enfrente del Aeropuerto Internacional Francisco Bangoy había un Jollibee, el cual estaba abierto pero también tenía un problema: no ofrecía wifi gratis sino de pago. Decidí entonces continuar caminando por la calle un rato más.

A las 4:00 me topé con otra tienda de comida que estaba abierta y que tenía wifi, el cual funcionaba de una manera un poco bizarra y anticuada: por cada 100 pesos que consumías te daban un código que permitía conectar uno de tus dispositivos a internet durante una hora. Me acuerdo que en una época cuando los negocios recién empezaban a ofrecer wifi, había muchos que funcionaban de esta manera, pero hoy en día ya no se usa más esto de los códigos y las limitaciones por tiempo, salvo en las Filipinas, evidentemente.
Cada vez que me cambio de país tengo que vaciar mi billetera y llenarla con los billetes del nuevo país, así que aproveché que estaba allí sentado en la tienda para hacer eso.

Un par de horas más tarde decidí que era momento de pedir el taxi (₱260; 4€) para ir a mi hotel, Persimmon Suites. A pesar de que llegué a las 6:00 (ocho horas antes de mi horario de check-in), me dejaron hacer el check-in igualmente y enseguida me dieron la habitación.
A las 9:00 bajé a desayunar (tenía el desayuno incluido).

Después de desayunar me volví a mi habitación y me pasé casi toda la mañana y la tarde allí dado que tenía que recuperar sueño, energías, ponerme al día con mis estudios, planes y demás.
A las 18:00 salí finalmente a explorar la ciudad. Pasé primero por la catedral y el ayuntamiento.


¿Recuerdas los jeepneys? Son un clásico de las Filipinas. Es el método de transporte principal para ir de una parte de la ciudad a la otra, mientras que para distancias más cortas dentro del mismo barrio suelen utilizar los triciclos motorizados.

A las 18:30 fui al People’s Park (Parque del Pueblo). Pensé que lo iba a encontrar cerrado a esa hora, pero aún estaba abierto. Al entrar me revisaron la mochila.




A las 19:00 quise entrar al mercado nocturno de la avenida Roxas pero el de seguridad no me dejó dado que las mochilas no estaban permitidas. Me dijo que la podía dejar en el depósito pero preferí simplemente dejar la visita al mercado para otro día, total quedaba cerca de mi hotel.
De ahí pensaba ir al centro comercial Gaisano, pero en lugar de eso al final decidí pasearme por la zona aledaña, donde había varios restoranes de comida coreana, china y demás.


A las 19:30 terminé entrando en un restorán llamado Noodle Station, donde me pedí tteokbokki con queso. Si bien estaban ricos, la cantidad me pareció muy muy pobre, sobre todo considerando lo que me costó (₱170; ~3€).

Cuando terminé de cenar pasé por la tienda de conveniencia para comprarme un agua y unos snacks para tener en el hotel (₱264; ~4€), y luego me volví al hotel caminando.


En las Filipinas todos los mercados, los centros comerciales, los bancos, los hoteles, las escuelas, los Jollibees, etc. tienen guardias de seguridad permanente en la entrada. No conozco ningún otro país que sea tan exhaustivo e implacable con la seguridad como este.

A las 20:45 llegué al hotel.
El miércoles a las 8:00 desayuné y a las 11:00 salí del hotel.
El primer sitio que visité fue el museo de Dávao, situado dentro de People’s Park. Era de acceso gratuito.



El monte Apo es un gran estratovolcán de Filipinas, que se encuentra en la isla de Mindanao. Llega a los 2953 m s. n. m. con lo que es el punto más alto del país. Se puede ver por toda la ciudad de Dávao. Es nombrado también «maestro o señor» y «abuelo».
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Me habría gustado escalar esta montaña, pero no solo. Montañas de más de 1500 metros no escalo si no tengo a alguien que me acompañe.




A las 12:00 salí del museo y me fui a la biblioteca de la ciudad.



Me encanta esta pintura de niños filipinos porque me hace acordar a todas las fotos que me hice con niños la última vez que estuve en las Filipinas. Eran exactamente así, como esta, con un montón de niños (son)riendo y posicionándose alrededor de mí para la foto.

Curioseando las estanterías encontré dos libros que me llamaron la atención, así que los cogí y me fui a sentar a hojearlos y tomar fotos a las páginas más interesantes.
1.er libro. Mindanao: a portrait (Bernad et al., 1999)
Este primer libro muestra mediante imágenes aspectos de la cultura y la vida cotidiana de los habitantes de Mindanao, la isla meridional de Filipinas cuya capital es Dávao.






2.º libro. A Journey With Children (Giacomo Pirozzi, 2011)
Esta obra fue un proyecto del fotógrafo italiano Giacomo Pirozzi en conjunto con UNICEF. Contiene imágenes fuertes pero importantes para ilustrar lo que es la cruda realidad de los niños filipinos que viven bajo la línea de la pobreza.





Solemos hacer esto cuando nos sentimos tristes y enfadados. Preferimos sentir el dolor en nuestros cuerpos que en nuestros corazones y mentes.
Chicos de la calle de Sucat, Parañaque



Mi madre me pega porque no voy a casa. Pero, ¿por qué iba a ir a casa si me pegan?
Marian


A pesar de todo, Jonahlyn y Jenna deciden quedarse en la terminal. ‘Sabemos que corremos peligro, pero nos quedamos por nuestros amigos, nuestros trabajos y nuestros vicios’.»






No tenemos un lugar al que llamar hogar. Solo vagamos por las calles.
Agustina





Esa sonrisa… Esos ojos… Veo a esta niña y pienso en los vigilantes que mataron a miles de niños de la calle en las Filipinas y me dan ganas de llorar. Todo porque era la alternativa más barata a darles una educación y un hogar. Pero, ¿y sus ambiciones, sus deseos, sus esperanzas, sus sueños, sus futuros? No importan porque son pobres, ¿verdad? Los pobres solo pueden ser una carga para la sociedad, entonces mejor cargárselos antes de que se conviertan en drogadictos y delincuentes…
A las 14:00 pasé por un 7-Eleven y me pedí un siopao, una botella de té con leche frío, y un cheese stick (₱150; ~2€). Eso sería mi almuerzo.


Esta avenida que ves en la última foto separaba lo que sería la «city proper» (el centro de la ciudad, donde están los mercados, los centros comerciales, los hoteles, etc.) de los barangays (los barrios residenciales). Mi hotel quedaba a unos 300 metros al noroeste de Quezon Boulevard.
La realidad es que Dávao no es una ciudad turística dado que no tiene prácticamente nada que pueda ser atractivo para el típico turista, por eso es que casi que no vas a encontrar extranjeros viniendo aquí. Pero como ya sabes, yo no soy un típico turista. No vine a Dávao para hacer turismo sino para interactuar con los locales y jugar con los niños.
Por eso es que a la mañana mientras estaba desayunando, le pregunté al muchacho que me atendía en el hotel a dónde podía ir que hubiese muchos niños, y me sugirió el campo de baloncesto del barangay 37-D, el cual quedaba más o menos a la misma altura de mi hotel pero del otro lado del bulevar Quezon.
Entrando al barangay, lo primero que me encontré fueron no niños sino gatos.







Charlé un rato con estos niños, quienes me ofrecieron jugar al basket con ellos, pero yo preferí seguir caminando por el barangay un poco más, a ver con qué más me encontraba. Me encanta caminar por barangays filipinos porque siempre me encuentro con cosas interesantes, con gente simpática que me saluda y se me pone a hablar, o incluso que me invitan a su casa, como ya verás en unos minutos.


Mientras estaba tomando una foto del pescado colgado, una señora del otro lado de la acera me abordó. Estaba cargando con una niña de un año y medio en sus brazos. Me sonrió y se me puso a hablar, así que aproveché para hacerle una foto a la peque, que ya tenía aritos en las orejas.

Esta fue la primera de muchas interacciones que he tenido con filipinos tanto este día como los que siguieron. La siguiente es una lista no exhaustiva de las cosas más típicas que los filipinos me dicen cuando se ponen a charlar conmigo:
- Tu nariz es larga, puntiaguda y hermosa.
- Eres muy apuesto.
- ¿De dónde eres? [De Argentina.] ¿Conoces a Messi?
- ¿Qué edad tienes?
- ¿Estás casado? [No.] ¿Por qué no estás casado? ¿Quieres que te presente a una filipina?
- ¿Puedes hablar tagalo/bisaya?
- ¿Eres vlogger/YouTuber?
- ¿Eres rico?
- [Cuando ven mi teléfono] ¿Es el iPhone 16? ¿Pro Max? ¿Cuánto te costó?
Además de la señora con la beba había otra señora más con una chica de 15 años. Cuando les dije que estaba soltero medio que me quisieron enganchar con ella, pero la chica enseguida se metió a la casa, ruborizada.
Seguí caminando. A las 15:00 me topé con una niña durmiendo muy tiernamente en la carretilla de un triciclo. Había un hombre y una mujer sentados en el suelo, al lado de la niña. La miré a la mujer —asumiendo que era la madre— y le pregunté si podía hacer una foto de la niña. Antes de que me dijese que sí yo ya estaba tomando la foto.

Caminé dos pasos más y me tuve que detener, dado que un hombre me estaba llamando desde dentro de un local con una mesa de billar. Me dijo que su nombre era Luis, que la niña de la carretilla era su hija, y me invitó a sentarme a ver cómo jugaban al billar.


Cuando terminaron de jugar al billar Luis me invitó a su casa. Me hizo subirme en la parte de atrás de su moto, mientras los demás (la hija de Luis, el hermano y su mujer e hijo) iban en la carretilla.



Me impresiona la cantidad de personas que se banca el motor de estas motos. No tenía idea de que existieran motores que soportaran llegar cargas tan pesadas.
La casa quedaba en el barangay 40-D, y era muy humilde. Cuatro paredes de madera con techos hechos para altura de los filipinos y no para la mía (me tenía que agachar para que los ventiladores no me cortaran la cabeza). El espacio utilizable era de no más de ~15 metros cuadrados. Allí pasaban el día, allí comían y allí dormían. Tenían solo lo más básico y esencial para los filipinos: telas para dormir, materiales para cocinar, y un equipo de karaoke (los filipinos no pueden vivir sin su preciado karaoke).

A eso de las 16:00 llegamos. Enseguida me ofrecieron un lugar para sentarme, un café, y algo de arroz y carne para comer.

Nos pusimos a hacer karaoke, el pasatiempo favorito de todo filipino. Yo pedí para cantar mi canción filipina favorita (Sayang na sayang), la cual me trajo bonitos recuerdos de la última vez que estuve en las Filipinas. De hecho todo esto —el hecho de haber sido invitado a una casa y compartir lindos momentos con locales— me recordó la razón por la cual quería volver a este país. Es una pena que la mayoría de los turistas nunca lleguen a experimentar estas cosas, dado que solo se quedan en los lugares que aparecen en las guías turísticas y nunca se adentran en los barrios a hablar con los locales como hago yo.



A las 18:30 me ofrecieron helado.



A las 21:00 me ofrecieron un (pre)postre llamado bilo-bilo.
El Pinaltok o Bilo-bilo es un postre filipino a base de bolitas glutinosas (harina de arroz dulce y pegajoso redondeada añadiendo agua) en leche de coco y azúcar. Luego se añaden jackfruit, plátanos saba, boniatos, taro y perlas de tapioca o sagú (perlas de tamaño normal y mini).
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También me dieron de comer un balut (huevo con embrión de pato adentro) y algo más de arroz. Luis se quiso disculpar por la comida tan simple pero yo lo interrumpí antes de que pudiese hacerlo, le agradecí por su hospitalidad y le dije que estaba todo muy rico.
En un momento, cuando les pregunté dónde dormían, me señalaron a un rincón del cuarto, donde había una esteras para dormir, las cuales colocaban en el piso por la noche, luego se cubrían con una red antimosquitos, encendían los ventiladores, cerraban la puerta y así es cómo dormían. Tenían un espacio adicional para dormir arriba. En total creo que eran ocho o nueve en la familia: cinco dormían abajo y cuatro más arriba. Me dijeron que la próxima vez que viniese a Dávao estaba invitado a dormir allí con ellos en lugar de pagar por un hotel.

A las 22:00 pasadas me fui de la casa. Luis me invitó a subirme a su triciclo motorizado así me llevaba al mercado nocturno de Roxas. Esta vez, como solo éramos dos, me subí en la carretilla mientras él manejaba la moto.
Resulta que Luis es dueño de un negocio de helados. Durante el día compra materiales para los helados y los prepara, y luego a la noche los vende en el mercado. Se queda hasta las tres de la mañana todas las noches vendiendo sus helados, y aun así apenas le alcanza el dinero para cubrir las necesidades básicas de su familia.


Entramos al mercado. Esta vez me dejaron pasar con la mochila, pero me pidieron que no la utilizara como mochila (es decir, que no me la colgara en los hombros) sino como bolsa, lo cual es lo que suelo hacer de todas formas.


A las 23:30 Luis cerró su tienda: puso el carrito de helados en la carretilla de su triciclo y se lo llevó a su casa. A los pocos minutos volvimos a salir, dado que tenía que seguir vendiendo para poder subsistir. Esta vez ya no se colocaría frente al mercado de Roxas dado que ya a esta hora no había gente ahí (el mercado cerraba a las 24:00), sino que se iría frente a un hospital donde continuaba habiendo flujo de gente mismo bien entrada la noche.
Yo lo quise acompañar hasta ahí, pero cuando me di cuenta de que era lejos de mi hotel, y además teniendo en cuenta que era tarde y había sido un día largo para mí, en un momento —cuando pasamos cerca del área donde había cenado la noche anterior— le dije que me dejara en la calle y que yo volvería caminando al hotel.
A las 24:40 llegué al hotel.
Una vez más las personas que me encuentro en mis viajes me siguen demostrando que los que menos tienen son, paradójicamente, los más bondadosos, felices y sonrientes. Gracias Luis y Familia.
Sigo siendo feliz aunque seamos tan pobres. Lo que importa es que nuestra familia está completa y unida.
Ame,
Kato
Que grande Luis!!