Estambul – Día 4: baño turco Gedikpasa Hamam y centro comercial Historia

Kara Ema:

El martes bajé a desayunar a las 9:00 y dos horas más tarde salí del hotel.

Mientras caminaba por esta calle me di cuenta de una cosa:

Calle que me hizo dar cuenta de algo

En las calles estambulíes se ven muchísimos gatos, lo cual es tierno, pero apenas se ven niños, lo cual es triste. Por eso me gustaba tanto la tribu Badui—ahí se veían tanto gatos como niños todo el tiempo, dado que los niños no tenían que estar encerrados en una escuela la mitad del tiempo, y la otra encerrados en casa.

En Buenos Aires me pasó lo mismo: no vi niños en la calle en casi todo el verano, dado que estaban siempre en la colonia, en el club o en la casa. Los empecé a ver recién cuando arrancaron las clases, y solo en el horario en que entraban y salían del colegio. Por suerte en Japón este problema no es tan grave debido al mayor grado de autonomía y libertad que tienen los niños allí.

Otra cosa que le falta a Estambul aparte de niños es estatuas.

A los diez minutos de salir del hotel llegué a mi destino: Gedikpasa Hamam, un baño turco.

Un baño turco (en grafía árabe, حمام), también conocido como baño árabe, o hamán, es una modalidad de baño de vapor que incluye limpiar el cuerpo y relajarse. Por extensión, se denominan igualmente así los baños públicos asociados al mundo islámico en los que estos se encontraban y cuya estructura respondía a las distintas estancias que precisa el proceso del baño, heredadas de las termas romanas.

En un hammam moderno, los visitantes se desnudan conservando algún tipo de prenda de pudor o taparrabos, y se introducen en salas cada vez más calientes que inducen a la transpiración. A continuación, suelen ser lavados por personal masculino o femenino (según el sexo del visitante) con jabón y frotamientos enérgicos, antes de terminar lavándose ellos mismos en agua caliente.

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Entrada al hamam, que existe desde el año 1475.

Al entrar me encontré en la recepción, donde pagué ₺1000 (~US$30) por el servicio completo, incluyendo fregado y espumado.

Luego de pagar me invitaron a pasar a un pequeño cuarto privado, donde me tenía que desvestir y dejar mis pertenencias. El calzoncillo por las dudas me lo dejé—de todas formas estaría tapado con una especie de toalla llamada peshtemal.

Un peshtemal […] es una toalla tradicional utilizada en los baños. Un elemento básico de la cultura persa y otomana del hammam, que se remonta a cientos de años, el pestemal fue diseñado originalmente para ayudar a los bañistas individuales a mantener su privacidad. Además de ser muy absorbentes, los pestemales se secan más rápido que las toallas más gruesas.

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Dejé todo en el cuarto y salí unicamente con mi calzoncillo, mi reloj, el peshtemal y las sandalias que me dieron. También me llevé la llave tras echar el cerrojo.

Un simpático hombre (el tellak; masajeador) me vio salir del cuarto y me hizo señas para que lo siguiera a la sala principal del hamam, la que en el medio tiene el göbektaşı, una gran losa de mármol calentada donde los bañistas se tumban para recibir masajes, exfoliarse y relajarse.

Esta sala principal tenía a su alrededor salas más pequeñas anexadas a ella: la sala de vapor, el sauna y la piscina. El hombre me señaló la sala de vapor y el sauna, y se marchó para dejarme usarlos. Por cierto, dado que era temprano un día de semana, no había ningún otro cliente aparte de mí.

Estuve unos veinte minutos yendo y viniendo entre la sala de vapor y el sauna —la primera estaba bastante caliente mientras que el sauna parecía estar apagado dado que apenas se sentía—, hasta que apareció el tellak de vuelta y me pidió que lo siguiera.

Me hizo sentar al lado de un grifo de la sala principal y me empezó a mojar el cuerpo con agua tibia. Luego me indicó que me recostara en el göbektaşı y me empezó a fregar fuerte con un kese (guante áspero), a fin de remover toda la piel muerta que estuviese adherida a mi cuerpo.

Tras más o menos veinte minutos de fregado el tellak comenzó la segunda y última parte del baño: el espumado. Me cubrió todo el cuerpo con espuma y me enjabonó mientras me hacía masajes.

Pasados unos veinte minutos más me llevó al grifo de vuelta, donde me puso shampoo, me echó agua sobre el cuerpo varias veces para quitarme el jabón y eso fue todo.

Nunca me sentí tan limpio después de un baño como en aquel momento.

Terminada la sesión con el tellak una vez más me quedé solo y libre de utilizar el sauna, la sala de vapor y la piscina las veces y el tiempo que quisiera. Fui a probar la piscina—estaba fría.

A la media hora salí de la sala principal y me lo volví a encontrar a mi tellak, quien me secó y me indicó que ya podía ir a mi cuarto privado a vestirme y recuperar mis cosas.

Hay dos cosas que había leído que pasaban en este punto: te ofrecían un çay (té) y te pedían propina para el tellak. Ninguna de las dos ocurrieron en este hamam, así que me fui.

A las 13:00 estaba de vuelta en el hotel, solo el tiempo suficiente para prepararme para salir de vuelta.

El plan para la tarde era ir a conocer un centro comercial que si bien era bastante pequeño comparado con otros de Estambul, se trataba del más cercano al centro histórico.

Me tomé un tranvía y me bajé en Hasekı; desde ahí caminé cinco minutos hasta llegar a Historia Shopping and Life Center.

Estación Hasekı del tranvía
Historia por fuera
Detectores de metales en la entrada a los centros comerciales como en el Sudeste Asiático
Historia por dentro

La mayoría eran tiendas de ropa, así que pude saltearlas todas y subir rápido a las plantas superiores para buscar una tienda de comida donde almorzar.

Mientras me paseaba por el patio de comidas una mujer de un restorán me ofreció el menú. Lo acepté y me puse a mirarlo. Me vi tentado por una comida cuya descripción decía «El kebab beyti se envuelve en masa con queso cheddar y se hornea». Me pareció un poco caro (₺320; US$10), pero decidí entrar y pedirlo de todas formas.

Cuando me senté en la mesa ya había una botella de agua pequeña puesta sobre ella. «Qué bueno, agua gratis. Y sí, con lo caro que es este restorán me parece bien», pensó el inocente de mí. El mesero que me atendió, luego de que le señalé en el menú lo que quería comer me dijo que también me iba a traer unas patatas. «¿Patatas de cortesía? ¡Genial!», pensó una vez más mi cabeza ingenua.

Mientras esperaba las patatas que me habían ofrecido y el plato principal que había pedido, se volvió a aparecer el mesero con una bandeja llena de diferentes tipos de salsas. Me dijo que podía elegir uno, pero luego me hizo elegir otro, e incluso me preguntó si quería un tercero, a lo cual le dije que no y me quedé con las dos salsas que usé para las patatas y luego el pan cuando me lo trajeron.

Frente: plato principal (Firin Beyti). Fondo: patatas casi terminadas, las dos salsas, el pan y el agua.

Mientras almorzaba me puse un rato con la compu. Cuando vieron que ya había terminado y estaba guardando todo, sin que yo la pidiera me trajeron automáticamente la cuenta. Linda sorpresa me llevé cuando en lugar de los ₺320 que esperaba ver allí, figuraba ₺563 (~US$18).

Me habían cobrado por el agua (₺13 por una botella diminuta, que es lo mismo que había pagado por una grande en el super el otro día), por las dos salsas y por las patatas fritas. Me dio mucha bronca porque todos los meseros ahí me miraban y sabían perfectamente la estafa que me estaban haciendo.

Esta es una de las razones por las que no me gustan los restoranes que te cobran al final; se prestan a estafas y sorpresas como esta. Por eso Japón la hace bien: la mitad de los restoranes japoneses te cobran al principio y la otra mitad lo hace al final pero pides a través de una tablet en la cual puedes ver los precios claramente y lo que llevas consumido hasta el momento.

Más tarde entré a Google Maps a ver las reseñas del lugar y descubrí que no soy el primero ni seré seguramente el último en ser estafado por este lugar. Tiene apenas dos estrellas y muchos clientes quejándose de que le hicieron lo mismo que a mí.

Es una lástima porque me quitaron las ganas de volver a ir a un restorán turco y me dejaron una mala imagen de los turcos en general. Pero bueno, me servirá como experiencia—para la próxima ya sé que:

  1. Siempre leer las reseñas antes de entrar al lugar.
  2. Nunca asumir que nada es gratis. Siempre preguntar si te lo van a cobrar.
  3. No fiarse de nadie, mucho menos de los lugares que te incitan a entrar ofreciéndote menúes con sonrisas falsas.

Me sorprende que no me hayan cobrado también el pan o agregado algún servicio de mesa. De más está decir que no dejé ni un céntimo de propina.

Estaba bastante de mal humor por haber sido estafado pero se me pasó rápido cuando salí a la calle y me volví a encontrar con gatitos.

Los gatos lo curan todo
Este me siguió por unos momentos, demandando caricias. La lata de Lipton me la compré en un super; ese té siempre me recuerda a mis tiempos en Francia, dado que fue allí donde lo probé por primera vez.
Este se quedó en mi regazo un rato, acariciándose contra mi cuerpo.
Es hermoso ♡
Quiero un gato como este

A las 16:30 empecé a caminar de regreso al hotel, al cual llegué una hora más tarde. En el camino pasé por una tienda que vendía tulumba así que compré cinco para merendar más tarde en el hotel.

El tulumba o bamiyeh (Persa: بامیه) es un postre frito propio de la gastronomía de Irán y de la gastronomía de Turquía. También se encuentra en las cocinas regionales de partes del antiguo Imperio otomano.

Este postre es elaborado con trozos (de unos 10 cm de largo) de masa sin levadura a los que se da una forma ovoidal con crestas a lo largo usando una manga pastelera con una boquilla especial. Primero se fríen hasta que se doran y entonces se vierten sobre ellos almíbar cuando aún están calientes. Este postre se consume en todos los Balcanes, y tiene su origen en Turquía. Literalmente significa bomba en idioma turco, del italiano tromba.

Se consumen fríos, y tradicionalmente se sirven para Januca y otras ocasiones especiales de los judíos turcos, israelíes y persas.

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La versión turca del churro

Ame,
Kato